Por Ricardo Riverón Rojas
En el año 2006, gracias a haber publicado tres libros, fui invitado a la feria del libro de Santiago de Cuba, y al llegar supe con alegría que me habían programado también para Contramaestre. Llegué al inquieto pueblo y los inefables Eduard Encina y Orlando Concepción me informaron que debía impartir una conferencia con el título de: «El editor, entre la responsabilidad y el compromiso». ¡Mire usted! Seguramente el lector no desconoce la maliciosa connotación sexual de la palabra «compromiso». Pues parece que el enunciado atrajo a cierto público que esperaba de mí otra cosa: tal vez revelaciones personales imposibles, dada mi estricta filiación heterosexual. Una mínima parte de ese público casi sale defraudada de mi conferencia, pero al final el diálogo fue intenso y extenso, con un único tema: la difícil y poco reconocida labor de los editores.
Aquel día también me divertí mucho al comprobar que un libro de un tal Tobías J, que tiempo atrás viera yo en algún anaquel con el aval del Premio Calendario, en realidad no había sido escrito por el tal Tobías J, sino por Eduard Encina. Resulta que por culpa de una de esas «pequeñas erratas de edición» el cuaderno no se publicó con el nombre del autor sino con el seudónimo que usó para concursar. ¡Acabáramos! Fue una de las jornadas que más agradezco de aquella feria santiaguera, pues supe del Café Bonaparte de Baire, donde el fervor literario (y patriótico) parece poseer la misma intensidad que el que llevó a la gente de ese pueblo a levantarse en armas contra el dominio español el 24 de febrero de 1895, solo que esta vez blandiendo la computadora, no el machete. Es un grupo admirable que merecería algo así como ser «de referencia nacional», para usar uno de los rótulos de moda con que en Cuba la burocracia denomina algunas cosas que se hacen simplemente bien y con entrega.
Fragmento tomado de: http://www.cubaliteraria.cu/delacuba/seccion.php?articulosPage=18&s_Seccion=60
lunes, 28 de septiembre de 2009
Conozca a Cuba primero
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