ciertos
inquilinos cuya esencia desconozco
vinieron
a rondarme la cabeza...
Por Eduard Encina (Poeta y Narrador)
En
un maldito epigrama un buen amigo nos aconseja cuidarnos de los amigos y aunque
parezca demasiado paradójico no deja de convertirse en demasiado sintomático al
escribir sobre este libro, por ejemplo.
Los
lectores somos malos inquilinos, voces prestadas que leen y releen los espacios
simbólicos del hombre, los espacios reales de su imaginario para completar su
sentido, por tanto, nada es un poeta sin sus malos inquilinos.
Por
eso he querido responder como el lector, con el ojo recrecido y recreado ante
estas escrituras con que Oscar Cruz obtuvo el Premio David de poesía en el
2006. Quien escribe poda, hace aversión a las palabras, el lector sin embargo
agrega, esparce, reconstruye y en ese oficio puede percatarse de que está
frente a un libro donde emanan significativas operaciones sobre el lenguaje,
estableciendo un ritmo, cierta tensión en la forma que propone no violar.
De
tal manera nos parece asistir a un largo poema que va repitiéndose y
renovándose hasta el agotamiento, produce la sensación de la permanencia
enfermiza de las palabras, destruyendo y produciendo significados. Encuentro
ahí un hallazgo donde la retórica no se vuelve estéril, sino que justifica
aquella sentencia de Valéry al proponer que la función del poeta no sea crear
estados, sino producirlos en otros.
Conozco
muy bien a Oscar Cruz como lector, pues compartimos libros, trifulcas y hasta
frases como aquella que recomendó Boti a Poveda: escriba, guarde y de machete.
He sufrido en letra propia sus psicopatías contra la palabra isla, palma,
luz…discutimos de mujeres y de política, de pelota y de poética sin ponernos de
acuerdo, porque un lector de acuerdo ya es un escritor. Sin embargo siento la
necesidad de responderle a este texto con quien me vi obligado a dialogar desde
una especie de código de caballería:
ciertos
inquilinos cuya esencia desconozco
vinieron
a rondarme la cabeza
y
de inmediato esta construcción hizo rondar en la mía aquel comienzo con que el
manco de Lepanto comenzara su obra cumbre:
en
un lugar de la mancha
de
cuyo nombre no quiero acordarme
Así
se establece, tal vez de manera inconciente, el enunciado que recupera la
Historia como recurso para abordar la realidad, digo la Historia como recurso y
no como discurso, para distinguir la proyección estética sobre la sociológica
en este cuaderno, que logra de una manera eficaz volver también sobre la
literatura en la literatura y replantear los viejos mitos en los nuevos
contextos:
ustedes
que practican el método de Ulises/no temen ni al tiempo ni a los hombres/ ni se
inventan acompañantes con los dones que les faltan/ ustedes que apenas
cuantifican/ que escriben sus memorias/ saben que solo son nuestros aquellos
que se van/aquellos que siempre están ahí/ en busca del mar del esplendor de lo
perdido.
En
este libro el tiempo puede ser un hijo nuestro, propone subvertir la muerte, la
abulia de los días en que se ha perdido la noción de futuridad, aspecto que
parece un denominador en las más recientes promociones de poetas, y que en los
textos de Los Malos inquilinos casi se vuelve obsesión:
a
dónde van mis pasos dime/ cuando cómo con quién por cuánto tiempo/ con qué
secreta fuerza ato y desato las palabras/ que el mundo ha dispuesto sobre mí
Tal
vez se encuentre en este sentido de pérdida una de las claves que hayan
producido en el autor la necesidad de acudir a referentes no solamente lejanos
en el espacio temporal, sino también ajenos a nuestras marcas de identidad,
para establecer un diálogo que potencia el goce estético y resuelve en el
lector la posibilidad de acceder a códigos que le permiten reconstruir su
realidad.
Yo
he sido ese lector, afectado, inquieto, removido, y juro que a veces me
gustaría desconocer el método de Ulises o de Nietsche, fingir el dolor como el
Aqueo o como Shopenhauer, pero soy otro inquilino, que como Oscar, es la carne
y la memoria/ aquel que nunca quiso abandonar su casa.
Carece de interés...Publiquen lo que les da vergüenza decir al mundo, pero que existe; y que, como un lazo, cada día se aprieta más.-
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