Lloró irremediablemente antes que su cuerpo fuese despedazado en bandas y repartido en una orgía entre el tufo de azuquín y las risas burlonas hasta el amanecer. |
Por Luis Enrique
Jerez (Especial para Caracol de agua)
El rebuzno se
pierde en el horizonte del Contramaestre y el eco lo devuelve hasta estrellarse con las montañas.
Su figura esbelta no pierde sus contornos, a pesar de los años que nos separan
en el tiempo. Todavía me parece verlo mordisqueando la hierba del potrero o venir al galope ante el llamado de su dueño.
Era Simalé de andar
alegre, sus cascos pequeños se dibujaban en la tierra mojada y luego se
llenaban de agua, gracias a él la tenían todos los días a mano: para fregar,
llenar las canoas de los cerdos y de los chivos y hasta para regar los troncos
de Jagüey que sostenían el balanceo de las
guajacas.
Así era cada
mañana, cada tarde durante muchos años, cuatro latas sobre el aparejo eran como
motas de algodón, por las tardes después de cargar varios bultos de leña, se
revolcaba en el polvo, girando a un lado y al otro.
Me parece verlo
llegar con cinco racimos de palmiche y cual si pesaran poco detenerse debajo de
las palmas a masticar una yagua verde. Así era Simalé, un pan despierto.
Aquella noche,
extrañó una soga fina que le ató el cuello con brusquedad: le amarraron las
cuatro patas y alcanzó a divisar el acero del cuchillo que se clavó con saña
debajo del hocico, sufrió, lloró irremediablemente antes que su cuerpo fuese
despedazado en bandas y repartido en una orgía entre el tufo de azuquín y las
risas burlonas hasta el amanecer.
Cuentan que la
policía se atrasó y no encontró ni el rastro de los jinetes de la noche, pero
la naturaleza es sabia y gusta de la justicia. En el cielo hay luces y sombras
y en la tierra: agua y fuego.
Nadie supo de dónde
salió el enorme majá que mordió al jinete Yambó a orillas del Río Mogote,
aquella herida jamás sanó, a los siete días picó la gangrena, perdió la pierna,
le contaminó la otra que perdió también, su medio cuerpo se arrastra clamando
perdón.
Fue esa misma tarde
que le cayó un coco en la cabeza al jinete Yundé: desde esa noche confunde el
mar con el cielo y abraza a todas las palmas que ve y le ofrece disculpas como
si un recuerdo le atormentase.
Una semana después
Yon, el jinete oscuro, cayó de una mata de aguacate con gajo y todo, se rompió
la nariz a tal punto que perdió el olfato para siempre, aunque paradójicamente
siente olor a sapo podrido hasta en el aroma de las flores más olorosas.
Siete días después,
el intrépido jinete Yindre, terminó su rutinaria carrera de cintas enroscado en
las patas de su caballo manso, que del susto lo pateó tres veces y su cabeza
sonó como una yagua seca en el borde de una palma y le pareció hasta escuchar
el rebuzno de Simalé, antes de cerrar los ojos para siempre.
Que se cuide Yendié
el último de los jinetes de la noche, quien camina mirando en todas direcciones
y todas las noches en sus sueños se le aparece Simalé y danza frente a él, con
sus cascos de plata que prenden la tierra como un relámpago de fuego que le
persigue y hasta le quema los zapatos ajenos tomados al descuido en su última
aventura, tal vez la última…
Julio Cesar: "Parece que la vida pierde su fuerza cotidiana. Si se muriera Platero antes que el muchacho, no lo enterraría en el Moridero como otros hombres que tienen burros, sino que lo enterraría en un lugar donde estuviera entretenido con los niños, niñas, pájaros etcétera. En el cielo azúl de Moguer.".... Gracias profesor Jerez.
ResponderEliminarRogelio Ramos Domínguez: Esa matanza se va a acabar el dia que to el mundo sea vejetariano, porque no veo cerca el dia en que los guajiros se puedan hacer de sus propias reses .
ResponderEliminarJose Julio Perez: El burro come hierba, asi que es vegetariano, bueno, comerse un vegetariano es casi ser vegetariano... Un abuso, es un amigo. Como mi perro..
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