Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Nota al lector: Esta
historia se escribió gracias a amigos muy cercanos.
Vivía en la casa de su madre
y el padrastro. No había espacio. La niña
se ahogaba de calor; tosía ante la
nicotina absurda de la abuela; pero no podía decirle nada, era un agregado con
matrimonio e hija; tenía que acogerse a sus reglas o irse. El salario no alcanzaba para ir a comprar los
alimentos básicos de la semana. Todo se volvía cuentas, sumas, restas, pero no
daba el bolsillo por mucho que lo estirase.
Día por día hacía la ruta de
ida y vuelta por su Santiago de Cuba amado a investigar sobre la Vieja Trova, la
Nueva Trova y una que otra ves caían unos pesitos de más. La cosa mejoraba, pero luego volvían las estrecheces materiales;
las discusiones con la mujer y los tonos subían. Se culpaban mutuamente de las
miserias.
Había que irse del país,
porque no podían más con las limitaciones materiales. Así lo dijo a su mujer,
ambos lloraron esa noche, no querían abandonar su Santiago natal, pero no
podían más, entonces comenzó una odisea
que marcaría sus vidas para siempre.
Madre
y niña dejaron atrás al hombre
Vendieron todo lo valioso
que habían acumulado. Hicieron algún dinero; pidieron ayuda a unos familiares
en Estados Unidos, un préstamo, cuando trabajaran se lo devolverían. Llegó el
dinero.
Buscaron un cubano americano
solidario, de los viejos socios del barrio; pusieron las palabras sobre la mesa. Hubo boda, él
entregaba mujer e hija.
Pasaron unos meses y las
cosas empezaron a suceder como estaban previstas. El socio quería juntar a la
familia, así que corrió con todo los trámites legales. Madre y niña dejaron
atrás al esposo, al padre.
La primera parte estaba
hecha; ahora venía la más difícil: ¿cómo llegaría a reunirse con ellas?
Un
peregrinar incierto
Llegaron a Estados Unidos madre e hija. El miraba las fotos una y otra vez. Los correos hablaban de lo bien que iba todo al principio, pero el socio decía que no podía con aquello; la mujer debía ponerse a trabajar para mantenerse o desde Cuba debía girarle dinero el marido real. Pensó en el todo poderoso del barrio y no lo dudó ni un instante, le pidió dinero para hacer la travesía Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, antes de llegar a su destino. Cinco mil dólares alcanzaría. En un par de meses estaría con ellas.
Llegaron a Estados Unidos madre e hija. El miraba las fotos una y otra vez. Los correos hablaban de lo bien que iba todo al principio, pero el socio decía que no podía con aquello; la mujer debía ponerse a trabajar para mantenerse o desde Cuba debía girarle dinero el marido real. Pensó en el todo poderoso del barrio y no lo dudó ni un instante, le pidió dinero para hacer la travesía Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, antes de llegar a su destino. Cinco mil dólares alcanzaría. En un par de meses estaría con ellas.
Mil
dólares
Se informó de los precios; las diferentes aerolíneas, las más baratas. Desde La Habana había mejores opciones. No podía imaginar Santiago, mucho menos Holguín, así que sacó pasaje por la capital de todos los cubanos en Copas Airlinis, rumbo a Guayaquil, 450 dólares. Pensar que con ese dinero cuántas cosas podía comprar para llevar los días aquí; pero el amor de su niña y su mujer merecían el sacrificio.
Se informó de los precios; las diferentes aerolíneas, las más baratas. Desde La Habana había mejores opciones. No podía imaginar Santiago, mucho menos Holguín, así que sacó pasaje por la capital de todos los cubanos en Copas Airlinis, rumbo a Guayaquil, 450 dólares. Pensar que con ese dinero cuántas cosas podía comprar para llevar los días aquí; pero el amor de su niña y su mujer merecían el sacrificio.
Llegó el día y tomó el vuelo
hasta el destino comprado. Todo normal de La Habana a Guayaquil. Ya en tierra
ecuatoriana, mucho trabajo para encontrar donde comer y dormir por una semana. Cuando
logró normalizar su situación, marcó el número de un amigo que lo puso en
contacto con la persona que lo sacaría a Colombia. Tenía que pagar por
adelantado mil dólares.
Hombres
fumando marihuana
Llegó a media noche a Colombia. Lo recibió un tipo extraño, con pelo cano, ensortijado y una barba de chulampín. Dijo que todo estaba arreglado para llegar a la frontera con Panamá, pero que costaría unos buenos pesitos.
Llegó a media noche a Colombia. Lo recibió un tipo extraño, con pelo cano, ensortijado y una barba de chulampín. Dijo que todo estaba arreglado para llegar a la frontera con Panamá, pero que costaría unos buenos pesitos.
Durmió un par de días allí. Al
tercer día, cerca de la madrugada, aviso, aborda una camioneta junto a un grupo
de cubanos. En el trayecto varios retenes de la policía los detienen, tienen que
darle dinero para poder seguir viaje, al llegar ha perdido trescientos dólares.
En una
localidad norteña de Colombia, frente al mar Caribe y cercana a la frontera con
Panamá ya estaba libre de Inmigración. “Pasé la noche en un lugar lleno de
hombres fumando marihuana como si fueran cigarros normales, con pistolas y que
parecían delincuentes. Me informaron que la lancha para salir de allí costaba
600 dólares. En algún sitio en medio del mar cambié de embarcación para una en
la que fui acostado para que los guardafronteras no me vieran. Al bajarme me
dijeron que si no pagaba 100 dólares más me devolvían. Así que los puse en sus
manos.”
“En el camino tuve que subir a una montaña de esas que
cuando sales de Santiago ves y piensas que nadie puede escalar. Lo peor fue que
al remontarla, los pies se me hicieron pedazos,
pues me quedé descalzo por lo malo del camino. Se veían restos de
personas muertas, era algo espeluznante. Después de cuatro horas atravesando la loma, salí a una playa
conocida como La Miel. Llegué casi deshidratado, sucio y muy cansado.
Cruzando
el río para que no me hicieran nada
El viaje a Panamá le costó 25 dólares en una lancha. Al llegar encontró
un buen alojamiento, comió abundante y restableció fuerzas. Allí lo pusieron en
contacto con un traficante que por doscientos dólares lo llevó en una
avioneta hasta la frontera de Costa Rica
con Nicaragua. Fueron diez horas más o menos
hasta llegar el destino previsto. Luego hubo que esperar la noche para caminar
por la selva. “Al salir a la carretera, cargaron seis personas por cada carro. En
la mañana tomamos un bus y viajamos durante 12 horas hasta la frontera con
Honduras. Si cruzaba el río no me podían hacer nada.”
Se acabó el
dinero
Hasta la capital de Honduras tuvo que hacer un
trayecto de 16 horas. De ahí siguió hasta Guatemala. “Llegué después de 24
horas pero debía pagar 700 dólares para que me ayudaran a cruzar el río. Finalmente ya estaba en el
destino. Horas más tarde me subieron junto a otros cubanos a un carro sin techo
y con unos tubos para sujetarnos; cruzamos terraplenes y zanjas hasta llegar a México. Allí se acabó mi dinero”.
No sabía qué harían con él. Uno de los traficantes se
acercó. “Si no me pagas cien dólares no sigues viaje manito”. “Ya no tengo más,
déjame hacer unas llamadas, a ver si consigo más compadre”, respondió. El cuate
puso unas monedas en sus manos, lo dejó ir hasta un teléfono, su mujer al otro
lado dijo que no tenía, no podía hacer nada”. Colgó, en la boca un sabor
amargo, sensación de que todo acabaría allí.
Regresó al cuate aquel, no sabía qué carajo decirle;
lo vio sacar una pistola, sintió un sonido seco y todo empezó a borrarse, la
maestría en ciencias sociales y pensamiento martiano en la universidad de
Oriente, la casa donde vivía apretado con su madre, la gente de la Vieja Trova en el parque Céspedes, las conversaciones con Lino Betancourt, el Festival de la Trova Pepe Sánchez,
el café en la Isabelica, la Nueva trova desde
los textos de José Martí. El llanto de su niña era difuso, una especie de eco. Cerró
los ojos y un cielo que no era el suyo cubría su cuerpo. El cuate cavó una
zanja en el patio de aquella casuca en ruinas. Allí quedó el esposo, el padre,
el joven que quiso tener una casa amplia, dinero contante y una vida nueva en
los Estados Unidos de América.
Y como el hay miles y miles y miles que han quedado en el camino sea por tierra o por mar , hace muchos anos que son comidas de tiburones victimas de traficantes humanos sin corazon , por eso siempre les he aconsejado a mis familiares a que no hagan esos disparates . Que Dios los ilumine y esto se acabe por Dios
ResponderEliminarJulio Cesar:Ser un emprendedor para cambiar definitivamente la vida propia y familiar es un derecho de todo ser humano pero es terrible que arrojarse a una aventura así sea la opción de futuro de tantos miles de personas.
ResponderEliminarArnaldo contre:Que historia triste y que dura realidad, esperemos que las leyes migratorias mejoren y así se puedan evitar muertes de personas inocentes.
ResponderEliminar