La
alabanza generosa congrega a los hombres viriles si es oportuna y reconoce el
mérito allí donde realmente florece. Cuando la alabanza es pueril, apaga los
ánimos, los nivela y mutila en cámara lenta.
Los
hombres van en dos bandos: los que aman y fundan y los que siembran desidia a
su paso. El Apóstol cubano José Martí supo identificarlos en medio del rebaño.
Tuvo
ojo clínico en el uso de la alabanza, no practicó los excesos, ni tampoco las
palabras falsas: “El velero de mejor
maderamen cubre más millas cuando lleva
el viento con las velas que cuando lo
lleva contra las velas”, escribió Martí en “Sobre los oficios de la alabanza”.
Cuando
el hombre se entrega a la obra en cuerpo y espíritu, espera de sus
contemporáneos el reconocimiento oportuno, la alabanza generosa; pero si hay
falsedad a la hora de otorgarla, repugna con razón, la misma “daña a quien la
recibe: daña más a quien la hace”.
En
medio de esas tormentas sociales, el hombre que se entrega a los cambios, tensa
las velas, quiere buen viento para llegar lejos; pero la arrogancia de los
sátiros cansados asfixia, si no se le pone freno a tiempo a su veneno.
“Desconfíese
de quien tiene la modestia en los labios, porque ese tiene la soberbia en el
corazón”. “Cesen los soberbios, y cesará la necesidad de levantar a los
humildes”.
“…es
cobarde quien ve el mérito humilde, y no lo alaba”.
Duele
a veces ver a tanto hombre bueno darse a la obra incondicionalmente, pero
alguien no logra verlo en medio del mar revuelto, o se hace el que no lo ve:
“Entonces el corazón se agria cuando no se le reconoce a tiempo la virtud. El
corazón virtuoso se enciende con el
reconocimiento, y se apaga sin él. O muda o muere. Y a los corazones virtuosos ni hay que hacerlos mudar, ni que dejarlos
morir”.
Nuestro
Martí fue muy claro al sentenciar: “La adulación es vil, y es necesaria la
alabanza”. Un pueblo de aduladores se irá por la cloaca de la historia. Un
pueblo de corazones virtuosos hará el milagro de los cambios generosos que traerán
luz a todos los hogares humildes.
Julio Cesar Rosales: A menudo me pregunto si un hombre, que dice que lo es, después de todo un día aplaudiendo, alavando y adulando a quien sabe no lo merece, puede al llegar a casa sentarse en sus piernas a sus hijos y, sin sentirse una alimaña, educarlos sobre la moral y en sobre la honestidad...me pregunto si, incluso, ya en la cama consigue sentirse lo suficientemente viril con su esposa.
ResponderEliminarReinaldo Cedeño: Gracias colegazo. Este es uno de los más conmovedores y medulares artículos de José Martí. Hay quer saber muiy bien a quien dar alabanzas. El mérito humilde suele ser el que más las merece.
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