Nicanor y su mascota. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
A José Martí, que nunca fue adormecido por la
frasecilla.
Una
frasecilla vuela como mariposa en la mente de Nicanor, uno de esos buenos
reporteros que prestigian la profesión en Cuba, va de esquina a esquina por sus
pensamientos; husmea en las mentes de otros, incluso se adueña de los que
quieren tener voz propia, hasta desarma a los criticones y riega el polvillo de
la complacencia; siembra alcoholes vencidos
para adormecer los conocimientos. Nicanor rehúsa tomarlos, su nariz niega el
polvillo, no quiere el grano de los existencialistas. Monta el Baconano que sacó a José Martí de la
silla de cabalgar cuando balas españolas ultimaron su cuerpo; azuza el emblemático
caballo en medio del temporal, se orienta ante la metralla y cabalga hacia
donde el fuego es mayor; allí está la frasecilla acompañándolo, adormeciéndolo;
entonces llegan de nuevo los alcoholes, el polvillo, el grano, siente sus filos
oxidados en el cerebro y es barrido de la silla, lo recibe el suelo de Dos Ríos;
mientras alguien, antes de rematarlo a machetazos, le dice varias veces: “los
trapitos se quedan en casa”, “los trapitos son para casa”, “los trapitos se
lavan en casa”, “no aprendiste, mira que intentamos conocieras el secretillo de
la frasecilla, pero te rehusaste; ahora morirás en la oscuridad del monte, aquí
donde nadie recordará un caracol, un tocororo, un Martí y menos un mar
hablando al oído de un hombre ahogado”.
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