Foto pertenciente al archivo de Pedro León. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
La primera
vez que fui a Maffo tuve que recorrer varios kilómetros por el Camino real de
la isla, tenía 10 años y me aterraba pasar frente al cementerio, pues según las
fabulaciones que había escuchado contar a Abuelo, era un lugar donde ocurrían
cosas increíbles, desde apariciones fantasmagóricas, hasta luces
memorables. Pasé corriendo ante la ciudad de los muertos, evité mirarla.
Parada de los coches en Maffo. |
Llegué a
Maffo y lo primero que atrajo mi atención fue su parque, un lugar encantado,
con una mágica estrella donde pueden leerse motivos fundacionales asociados al
devenir de un pueblo que ya tiene casi dos siglos de vida.
Luego fui al Caney y probé helados magníficos. Al levantar mi vista, una vieja
tienda se erguía; muchos caballos estaban atados a los postes del corredor,
eran de la gente de Las Lajitas, Ceiba y Paso Seco.
No pude evitar apreciar el Liceo –actual casa de cultura- donde mi madre, -adolescente
aún-, bailaba ritmos que ya hoy no se escuchan; creía verla en aquellos
salones girando de un lado a otro, bebiendo coñac, abanicándose ante el espeso
calor, y degustando dulces surgidos tras ventorrillos, donde los pregoneros
invitaban con palabras melodiosas.
Banco de Fomento Agrícola e Industrial de Cuba.(BANFAI) |
Narraciones escuchadas en citas familiares me obligaron a visitar el BANFAIC.
Allí se erguían imponentes naves de café. En aquel escenario Fidel Castro
comandó una de las grandes batallas contra la tiranía de Fulgencio Batista. Mis
ojos se detuvieron ante la huella de los disparos en las paredes, la tarja que
recuerda el nombre de los caídos. A mi mente acudieron recuerdos,
imágenes y no pude evitar asociarlos con mi pueblo natal: Cruce de Anacahuita.
Hoy regresé a Maffo, hice el mismo recorrido, sentí las mismas
cosas, pero el tiempo ha pasado; ahora mi vieja está en aquel cementerio
que tanto temía. Maffo viste cada año sus
mejores galas para celebrar la rendición de las tropas del BANFAIC.
Allí las bombas pretendieron borrarlo todo, pero no pudieron con los sueños que
Fidel había sembrado en la gente.
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