Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Contramaestre, en el oriente de Cuba, vino con el proyecto de urbanización de la Cuba Railg Road Company
fechado el 27 de abril de 1912. En Camagüey, el agrimensor Manuel Breton y el Comisionado de Terrenos Agustín Agüero, a nombre de la citada compañía, pensaron los usos que se les daría a lo que
sería el pueblo fundacional. Jesús Rabí fue el nombre que querían para las obras públicas más
distinguidas; la avenida principal la nombraron así, lo que sería el parque también; en fin,
el llamado General de los humildes debía
estar en todos lados. A ese proceso Marial Iglesias lo ha llamado “reescritura
toponímica”, pues “se desmontaban los emblemas de la autoridad colonial española”
y un nuevo “gesto simbólico” mostraba la
ruptura con el pasado. Al inaugurarse oficialmente el parque, las autoridades respetaron la voluntad de los proyectistas. En lo adelante, el Jesús Rabí se convertiría en el espacio de sociabilidad más importante del territorio.
En
un momento de la historia, cuando el danzón estaba en su apogeo, las mujeres lo recorrían por
uno de sus laterales abanicándose; los
hombres lo hacían por el otro; al darse cruce, el lenguaje de los abanicos
tenía la última palabra y de allí nacieron relaciones que hicieron
posible el surgimiento de distinguidas
familias que hoy prestigian el pueblo.
La
Banda Municipal de
Conciertos creada por el maestro Miguel Milanés en la Academia Wagner, estrenó su primera obra, en el citado parque, un 25 de diciembre de 1952.
Con la prosperidad de los 80 del siglo XX, devino espacio de encuentro de las parejas jóvenes. Sus bancos eran el sitio ideal para enamorarse, darse un beso a luz de las farolas o planificar una cita en alguno de los hotelillos de la ciudad. Las bodas lo tenían como locación ideal para fotos.
En los 90 llegó el silencio. La gente en casa rumiaba sus precariedades; no había tiempo para flirteos; ni ingenuas conversaciones de parque. Algunos tomaron sus bancos y al compás de Lágrimas negras amanecían soneando, o haciendo el amor a la luz de las farolas.
Con la prosperidad de los 80 del siglo XX, devino espacio de encuentro de las parejas jóvenes. Sus bancos eran el sitio ideal para enamorarse, darse un beso a luz de las farolas o planificar una cita en alguno de los hotelillos de la ciudad. Las bodas lo tenían como locación ideal para fotos.
En los 90 llegó el silencio. La gente en casa rumiaba sus precariedades; no había tiempo para flirteos; ni ingenuas conversaciones de parque. Algunos tomaron sus bancos y al compás de Lágrimas negras amanecían soneando, o haciendo el amor a la luz de las farolas.
El 2000 cambió las cosas. Regresaron al lugar las fotos, esta vez de
los que se habían ido con la crisis venían a encontrarse con la
huella de su niñez o juventud. El sábado volvió a ser el más importante. Las farolas volvieron a prenderse y los
enamorados, ahora con celulares colgados a las orejas y todo tipo de fanfarrias tecnológicas, se adueñaron de la
escena. Novia linda equivalía a portátil
avanzado, novia fea o pobretona, el resultado de ser un escachado.
Internet
se veía llegar, pero mientras eso sucedía, la gente se fajaba con los paquetes audiovisuales y lo
alternativo en materia de consumo cultural empezó a imponerse: Grammys Latinos, estrellas mediáticas del fútbol, el atletismo, las series, los documentales; lo
cubano entró así en crisis y se empezó a vivir lo que me atrevo a
llamar “efecto zombi”; pues lo único que servía era lo que venía
de la yuma, no solo de Estados Unidos, sino de cualquier país de los primer
mundistas.
El parque Jesús Rabí se convirtió en el escenario ideal para ostentar esas nuevas tecnologías. Cada padre de familia era acosado por sus hijos; sino se exhibía un celular de primera generación en el paseo del sábado, equivalía a ser un escachado. Los hijos de leñadores, cocineros, jardineros, o de sencillos profesores, obligaron a sus mayores a criar puercos y hacer piruetas inimaginables en el mundo del dinero para ponerlos a la altura del momento histórico. El parque solo tenía un día para ser grande: el SÁBADO. El resto de la semana permanecía en silencio, aunque una de las esquinas servía activamente para reunirse y hablar de deportes.
El parque Jesús Rabí se convirtió en el escenario ideal para ostentar esas nuevas tecnologías. Cada padre de familia era acosado por sus hijos; sino se exhibía un celular de primera generación en el paseo del sábado, equivalía a ser un escachado. Los hijos de leñadores, cocineros, jardineros, o de sencillos profesores, obligaron a sus mayores a criar puercos y hacer piruetas inimaginables en el mundo del dinero para ponerlos a la altura del momento histórico. El parque solo tenía un día para ser grande: el SÁBADO. El resto de la semana permanecía en silencio, aunque una de las esquinas servía activamente para reunirse y hablar de deportes.
Pero el pasado 21 de diciembre de 2016, a las diez de la mañana, una noticia se expande cual pólvora. Contramaestre tiene una zona Wi-Fi con señal propia. Río de jóvenes. Cola para tarjetas de acceso. Algunos chateando. A otros los atrae la curiosidad. Los menos a la viva, en sus mentes el negocio de las tarjetas. El Jesús Rabí es la zona Wi-Fi. Es la mejor noticia del 2016, dicen algunos. Día tras día mares humanos allí. El sábado pierde el reino; ahora todos los días son sábado. El parque resucita en el imaginario como sitio ideal para marchar al ritmo de los tiempos.
Victor Hugo Perez Gallo
ResponderEliminarMi hermano Arnoldo Fernandez me ha encantado este post. Es de los mejores que has escrito. Un abrazo desde Barcelona.
Arnoldo:
ResponderEliminarQue buen retrato sociológico... DEPRIMENTE... Por desgracia, voy para 6 años en Chile, y he comprobadi como esas presiones a padres pobres, ha convertido un país con una Historia de luchas, en un calco mediocre de los países del primer mundo, con una ciudadanía que piensan y actúan como pequeñoburgueses TRAIDORES.
O reforzamos el trabajo político-cultural o esos hijitos abusadores desmoronan NUESTRA OBRA