En aquel coliseo era un Rey guerrero que iba una y otra vez y ganaba sus peleas. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Dicen
fue un Rey guerrero en Cuba. De buena tinta confirmaron sus batallas muchas voces del
mundo de las bateas. De pollo, por el plumaje, se adivinaba el futuro
prometedor que tenía. Lo alimentaron con exclusividad: maíz, plátano macho con
huevo hervido, picadillo de res y hasta hígado de ovejo.
Se
le dio el entrenamiento necesario; tenía el corrido ideal, los topes vitales para
acostumbrarlo al mundo de las bateas, sabía luchar por la victoria hasta la
muerte si era preciso. En pocas palabras: estaba en forma.
El
mundo real fue la mayor prueba; ganó más de quince combates. Cuánta plata llevó
al bolsillo de su dueño. Cuánta alegría.
Imagino el vocerío, los sombreros batidos, los apostadores casi poseídos por la
locura de la pelea. En aquel coliseo era un Rey guerrero que iba una y otra vez
y ganaba sus peleas.
Así terminó la historia de un Rey guerrero que ganó casi todas sus batallas |
Pero
todo rey tiene un final y este llegó en las espuelas de un Cenizo, de esos raros entre 100; su fortaleza era tremenda. Comenzó el
combate. Batían alas, se embestían. Pasaron 20 minutos y ambos seguían en pie,
tintos en sangre. El Cenizo se veía más fresco. Aumentaron las apuestas. Algunos
masajeaban sus manos, casi adivinaban el fin;
pero el dueño creía en la fama del Rey guerrero, estaba seguro de la
victoria y redobló la apuesta.
El
combate siguió por media hora más. Frenesí tras las batea. Vocerío enorme. Rey
sin ojos. Cenizo lo había tocado en la luz. Corría el pobrecillo, embestía por intuición. El juez declaró ganador al
Cenizo; pero el Rey no toleraba la humillación y arremetió fuera ya de las
reglas; entonces una espuela brilló en el aire y se hundió en la profundidad;
hemorragia a la vista de todos.
No
hubo canto fúnebre. Ni flores. Ni corillos. Nada de cenizas, ni entierro
simbólico. Nadie recordaba al guerrero. Los ideólogos del mundo de las bateas no
se interesaron en inmortalizar sus victorias en estatuas y cintillos de la
prensa. Ya no era un espectáculo.
Su
dueño, molesto por el dinero perdido, lo tiró a una calle para que los perros
callejeros lo comieran. Así terminó la historia de un Rey guerrero que ganó
casi todas sus batallas, pero no pudo vencer a la muerte.
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