Orlando Concepción Pérez. Fot tomada del archivo de Arnoldo Fernández. |
Por Eduard Encina (Editor del blog Cimarronzuelo Oriental)
Me
dijeron que tuviera cuidado con él en Contramaestre; se creía el ombligo del mundo; había
participado en todas las guerras; conocía a todas las celebridades; tenía la
verdad absoluta; jugaba en el equipo de los buenos y los malos; en fin, Orlando
Concepción no significaría para mí un
viejo árbol y una buena sombra, en realidad, era un verdadero peligro.
Otro
amigo advirtió que no me iría bien, se rumoreaba su participación en juicios
sumarios y en ajustes de cuentas al principio de la Revolución. Después, la propia
Revolución lo “tronó” por haberse atrevido a cuestionarla. Al parecer, detrás
de aquella figura contradictoria, de ojos pequeños y difíciles, se ocultaba el
mismísimo Satanás. ¿Existiría en verdad un hombre así?
La
tentación me empujó un día hasta su casa. Apenas me atreví a tocar la puerta;
enseguida apareció Sonia Ducasse, su esposa, abrió y ante tanta amabilidad
recuperé el aliento. Salió del cuarto y como un resorte me puse en pie, él
estrechó la mano, había escuchado mi nombre y al instante percibí su gran
sentido del humor: “¿Así que eres el escritor que quiere hacerme competencia?”
Mucha
gente interrumpió nuestra primera conversación: “vienen en busca de
información, decía, les cuesta trabajo leer”. Enseguida fue al librero y me
trajo “Los cachorros”, de Vargas Llosa y “Las flores del mal”, de Baudelaire.
Sonia Ducasse, como un hada volvió a aparecer, ahora con una inolvidable taza
de café.
“La
casa del Diablo” era el mejor sitio para estar. Se convirtió en mi primer destino
cada día al llegar a Contramaestre.
Habitarla era vivir una clase de historia, matizada de cuestionamientos
y un espíritu rebelde. Poco a poco descubrí la raíz de su mala fama.
Orlando
Concepción no era manipulable, no negociaba sus principios, ni sus
convicciones; no militaba en la obediencia sino en el conocimiento, en la
conservación de una cultura que había heredado de la República. Un hombre
así no cabía en una sociedad caótica, en pleno estado de descomposición ética.
Desde
entonces me convertí en blanco de sus críticas “no tienes agenda calendario, no
fechas tus escritos, no actualizas tu currículum, no eres puntual en las
citas…” Comprendí que la gente sataniza lo que no puede hacer. Nadie habla de
los detalles. No olvidaba los cumpleaños de sus amigos, siempre estuvo en el
minuto malo, en el del dolor. Era el látigo de los funcionarios públicos; el
poeta de las mujeres y el abuelo más chocho del mundo.
Un
21 de marzo de 1932 nació en el batey del Central América. Al inicio de la
primavera es imposible ignorar a quien siempre nos recordó; hoy cumpliría 85
años, pero un Linfoma no Hawkins se
interpuso, aunque no logró derrotarlo. Sonia me había dado la noticia, cuando
me vi ante él y no pude contener el llanto. Me puso la mano sobre el hombro y dijo:
“Tengo que enfrentar la enfermedad con dignidad”. Nunca vi tanta valentía.
Orlando Concepción no era perfecto, la muerte tampoco.
* Tomado del blog CimarronzueloOriental
Así era "El Conce"; tenía de Dios y de diablo.
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