Bandera que yace en uno de los muros del Malecón de La Habana. La foto la tomé en 2014. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Tal
vez el filósofo Sócrates tenía razón cuando decía que reconocer la insuficiencia del saber, era el
primer paso para ascender a la virtud, tomar el cielo por asalto y en verdad
sentirse, sobre todas las cosas, HUMANO.
El
hombre que postula el saber absoluto es dogmático por naturaleza, vive en el reino de los algoritmos y lo
doctrinario. No concibe la vida fuera de
un círculo, porque sus pensamientos son eso, ruedas que giran en una misma
dirección y no saben otra cosa.
Un
doctrinario disfruta el rebaño, gusta pastar a la sombra de los jefes, allí
todo ocurre, es feliz con los aplausos
del graderío de los sin criterio.
La
mujer para ser amada en tiempos de honor, debe conquistarse con inteligencia y buen gusto; si es presa fácil de las prebendas y hace de sus placeres,
una mercancía de alto precio, sencillamente es un objeto, se usa y uno tiene la certeza de que volverá al
mercado y se cotizará según el bolsillo del mejor postor.
Soy
de los que piensan en el amor platónico, en las verdades absolutas nacidas del
corazón. Uno siempre tiene su media naranja y debe tener lucidez para
encontrarla, aunque esté en el mismísimo Polo Norte. La clave es no desesperarse.
El
filósofo Sócrates podía haber ignorado la
cicuta, dedicarse a otra cosa, menos a postular sus verdades en el
ágora, escenario donde se debatían los problemas; quizás hubiera sido panadero,
dulcero, o tal vez herrero, menos filósofo. Tomar la cicuta fue un acto
sublime, quizás hasta un poco loco, lo cierto es que muy pocos siguen el
ejemplo de Sócrates hoy en día: ¿quién llega con sus verdades a la plaza
pública y las comunica sin miedo a los poderes invisibles, esos que funcionan
como hilos inadvertidos, que nos hacen marionetas de los tiempos?
Cada
mujer que amo es una novela menos que escribo, decía un gran novelista. ¿Acaso
sufrir es el parto del buen arte? El ideal apolíneo puede ser el pretexto, pero
a veces Baco aparece y nos volvemos fieras sedientas de placeres, necesidades
insatisfechas y terminamos metidos en el cuerpo de un zombi, que no sabe si es mejor la Guantánamera o un
reguetón pornográfico.
Cuando
el zombi manda, los deseos del ser humano son tener dinero, carro, mujeres
hermosas, casa enorme con piscina y viajar. ¿Podría Sócrates meterse en el
cuerpo de un zombi y tener esas aspiraciones en la vida?
Un
maestro a dicho a varios niños sobre las inclinaciones homosexuales de un
guerrero inmaculado por la ideología política; ha demostrado con argumentos,
por qué dos tomos de su obra no fueron publicados en la década del 70 del siglo
XX; luego conversó sobre el relajo enorme de los grandes mayores generales del
Ejército Libertador en las guerras independentistas de Cuba; cuando quiso darle seriedad a la conversación,
uno de los niños preguntó: ¿Cómo es que se llamaba el de los dos tomos que aún
no se han publicado? Tremenda pregunta, una duda en la cabeza, un chispazo se
ha prendido, siente a los héroes de carne y hueso, cercanos. Quizás Sócrates
hubiera debatido con los niños sin tabúes de ningún tipo, pero hoy en día hacen
más falta los doctrinarios, que los
Paolo Freire.
La
noche asoma y cada ser humano tiene ante sí el dilema de la cicuta o
sencillamente aceptar la vejez sin intentar nada relevante. ¿Qué es mejor?
¿Vivir para defender las verdades que uno cree? ¿Dejar a la vejez tomarnos el
alma y volvernos ancianos de unas palabras que no sirven a otros? Sócrates
tomaría la cicuta hoy y dejaría sembrados sus mejores pensamientos en un
jardín; volvería a la plaza pública y
haría de los problemas de la vida, una eterna conversación para ayudar a
encontrar la solución de cada uno. El dogmático nunca sembraría. No conversaría.
La única verdad, la suya.
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