Por Eduard Encina
Cada domingo mi casa es un Café. Allí se dan cita los amigos escritores para
dialogar sobre el cielo y el infierno. Enseguida Mailer, mi esposa, nos trae la
tacita rebosante del aromático cerezo mientras el diálogo comienza. Medellín es
una ciudad donde me sentí como en Baire. Cada café degustado me aproximó a mi
pueblo inevitablemente.
Durante los días del Festival de Poesía, cada mañana ansiaba
un tintico colombiano. Gracias a Dama, una paisa enamorada de sus tradiciones y
que se presentó como amiga de los poetas
Oscar Cruz y Rito Ramón Aroche, pude conocer los más disímiles sitios para
beberme todos los tintos que pude.
Junto a ella supe que a solo unas cuadras, cerca del parque
Bolívar, se encontraba La Polonesa, un café
concurrido y heterogéneo, que bien temprano se animaba con dos muchachos,
quienes a flauta y guitarra, nos regalaban entre otros temas “La molienda”. Era
un sitio espacioso, con un TV transmitiendo fútbol y un constante entra y sale
de público que bebe su tintico y se incorpora a las actividades del día.
Visité varios cafés de la ciudad y enfrenté sin mucho éxito la TAZA IMBATIBLE que
sirven los colombianos, pues tomarse un tintico, es plantarse frente un tazón
exagerado que los paisas degustan con normalidad hasta el mismísimo fondo. Eso
echa abajo los prejuicios que se han
formado en torno de que el oscuro líquido es dañino, pues sin dudas hace tiempo
no quedará uno solo de estos alegres antioqueños en pie.
Pero fue a una cuadra del parque de San Ignacio, en las
Torres de Bomboná donde encontré en sitio anhelado. RAZA Café, más pequeño que
La Polonesa,
con ambiente acogedor e íntimo; decorado con sobriedad, en un extremo un lienzo
con la figura de Chaplin, del otro la imagen de Cantinflas, y de fondo un viaje
musical desde Compay Segundo a Fito Páez, de Louis Armstrong a Julieta Venegas.
El dueño, es un conocedor de la cultura latinoamericana, se declaró admirador
de Pablo Milanés, Celia Cruz y José Martí.
Al servirnos café, el mío lo
trajo en una tacita y un poco más concentrado “a lo cubano”, me dijo.
Desde entonces, por el día íbamos a La Polonesa, disfrutábamos
su diversidad y la hermosa vista de la Estatua ecuestre del Libertador. Por las
tardecitas, nos esperaba el RAZA Café y las conversaciones sobre la cultura de
los colombianos y los sueños con que se despiertan cada día.
* Durante sus días en Medellín conversamos largo. En medio de nuestras diferencias, pedí una colaboración suya para el Caracol. Estas fueron nuestras palabras en Facebook: ARNOLDO: Te pido algo para mi Caracol, una crónica de tus días colombianos, con todo el acento literario que puedas darle. Una cuartilla al menos.....será valiosa para las audiencias que siguen los temas del Caracol". Eduard: "Cuando llegue te escribo la crónica". Nunca imaginó que la muerte no lo dejaría publicar en vida este texto que bien pudiera considerarse su testamento como "periodista ciudadano". Hoy, su confidente y responsable de sus cuentas -de sus últimos días de vida- en Cimarronzuelo y Facebook, acaba de publicarlo. Tomado del blog Cimarronzuelo Oriental.
¡QUE TRISTE REALIDAD!
ResponderEliminarQue hombre, amigo y creador perdimos.