Mientras dura el olor, los cubanos lloran, ríen, gozan; no por gusto son imaginados pequeños dioses, a los que están consagrados, los cerdos del mundo. |
Por
Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Cuba
es un olor a carne asada de cochino; sus hijos adoran esa fragancia que reina
en cada hogar y se multiplica cuando se acerca la media noche del 31 de
diciembre. No hay cubano que no conozca ese aroma.
Nada
como la terrible puñalada con los primeros claros del día, el grito doloroso
que recorre los barrios; aliñar el cuerpo con diferentes picores y luego ver la
doración de su “pellejo o cuero”, hasta las cascadas grasosas que asoman por
las hendijas, anunciando la carne casi lista.
Pero
hay una magia que acompaña al asado y es el ritual de la vara, la leña seca, el
hoyo justo, las estacas donde colgarlo; todo eso produce una imagen, que seduce al extranjero, lo mismo que lo
embriaga.
Mientras
dura el asado, viajan en manos hermosamente talladas de sueños, los llamados “saladitos”, que bien pueden ser el hígado, junto al corazón, cocinados en una
“jandinga" salsosa, qué, mientras
más condimentada, mejor, y si tiene su arte ante los ojos, entonces la gloria
misma.
Otras
familias trocean jamón serrano, junto a queso criollo; palitos de coco atraviesan
esas esencias; así, mientras el asado se
cocina, el paladar se eleva una y otra vez y
los rones, vinos y cervezas, no consiguen arrodillar ni las mentes más
quijotescas.
Cuba,
más que comer una cena de fin de año, es un olor a cochino asado, ese éxtasis
es más seductor que un plato repleto de carne, “pellejo”, congrí, yucas, plátanos y múltiples ensaladas.
Mientras
dura el olor, los cubanos lloran, ríen, gozan; no por gusto son imaginados
pequeños dioses, a los que están consagrados, los cerdos del mundo.
La
canción nunca se equivocó al nombrar al puerco, mamífero nacional de Cuba.
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