Soy el hombre más triste del mundo. DHa muerto Cuquita, la que dormía cada noche con su hociquillo sobre mi axila derecha. El amor más puro de mi vida. Nunca hizo preguntas, siempre con tiempo para oír mis palabras, incluso para impulsarme luego de mis caídas de los últimos años, cuando la oscuridad pedía mi cabeza; pero no sabía de ti, de la energía manando a raudales durante el alba, en la tarde o al amanecer, del trote breve, los ladridos comunicando decisiones anheladas, todo eso dio contenido a mis días y seguí, a pesar de la noche llegando a mi alma y la fuerza inaudita tomada por la noche, al extremo de alojarse en palacios de cristal y creer que podían mancillar mi moral convocando al rebaño a denigrarme.
A la 1:50 de la madrugada, del 24 de enero de 2021, se durmió con los ojos abiertos. El corazón, ya con un peso de catorce años, no pudo más. Días antes había tenido su período con abundante sangramiento; incluso una vaginitis necesitada de antibióticos... Lo intentamos todo para salvarla, pero se fue apagando despacio, con una humanidad en su mirada que me arrancó aguaceros de lágrimas. Tuve que permanecer a su lado; no me quería lejos; el ladrido oportuno era la señal acordada entre los dos, por si alguna vez sucedía la muerte y la compañía no podía faltarnos.
Las dos últimas noches fueron complejas; el dolor ganó terreno y sufría por la falta de oxígeno, que su corazón no podía irrigar equitativamente a las partes del cuerpo. Sus quejidos eran como el llanto de un pueblo, herido por decisiones y prácticas erradas. Parecía una abuelilla silenciada por el precio de los comedores, el pan agrio, el tarifazo eléctrico…
¿Cómo serán mis días y noches sin ti? ¿Cómo será llegar a casa y sentir el silencio de la soledad? ¿Cómo será ir al baño y no verte echada frente a la puerta, o al lado de la taza, mientras mi cuerpo libera sus heces? ¿Cómo podré seguir con este peso enorme de saber que te has ido a un viaje sin retorno? ¿Cómo será llegar a mi vejez, si es que tengo suerte de conseguirlo, y contarles a los niños sobre una perrilla con el don de convertirse en madre, amiga, niña y estar en todos los momentos necesarios del espíritu atribulado por las circunstancias? ¿Cómo vivir en medio de una pandemia, aislado de la gente, sin tu presencia? Me queda honrarte infinitamente, por serla heroína más sublime de mis pasos terrenales.
Te fuiste en enero como mi padre, pero resucitaste en José Martí, aún estrella de mis hechos y decisiones.
Ya despido con honores ese cuerpecillo de olor único y ladridos inconfundibles. Me dejas un pañuelo donde está fijada la agonía de tus últimos momentos; con él, junto a mi cruz y mi calvario, sigo el camino indescifrable del destino.
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