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miércoles, 14 de diciembre de 2022

VIÑETAS DE TIERRA ADENTRO (CUQUITA)


Por Arnoldo Fernández Verdecia 

La quise con amor infinito, por eso me cuesta entender porqué es tan breve la vida de un perro. 

Durante quince años acompañó mis días y noches;  nunca me preparé para decirle adiós.

Una noche se fue y sentí lo mismo que cuando muere una persona muy amada. 

El perro aprende los afectos con inteligencia admirable. Algunos  humanos no consiguen entenderlo. Cuando Dios hizo al hombre, le regaló un perro para que aprendiera la lealtad.

lunes, 4 de julio de 2022

ADIÓS COSITO DE MI VIDA (Crónica)



Por Arnoldo Fernández Verdecia 

Tu lengua era un regalo de cada amanecer, primero te erguías sobre tus dos patas traseras y luego pasabas una de las de adelante sobre mi cuerpo dormido; cuando abría los ojos, allí tú, con esas motas de algodón blanco, negro y esa mirada tan humana que me hizo adorarte desde el día que decidí recogerte, cuando deambulabas por las calles, sin refugio, ni comida, ni amor... Te di primero unos metros cuadrados en una casita improvisada que hice para ti, pero eras tan agradecido, amoroso, que fuiste ganando espacios y terminaste acompañando la soledad de mi habitación, donde ya nadie podía sacarte de allí. Heredaste el plato rojo, el de Cuquita, la mascota de 15 años que el tiempo me robó en enero de 2021, lo hiciste tan tuyo que no podías comer en otro. Comprendí que conocías mi dolor y sabías empujarme a seguir viviendo, luego de perder el trabajo, a mi padre, al abuelo que me crió desde niño, a la finca donde vine al mundo que tíos egoístas nunca compartieron e ignoraron la memoria amorosa del abuelo. Nunca pude llevarte allí porque ya era de extraños. Añoré recorrer aquellos sitios donde mi niñez creció y fue feliz, pero no pude complacerte. Creí que podíamos tener un fragmento de tierra para sembrar, un caney forrado con guano, plantas frutales para alimentar el alma, un concierto de tojosas y palomas como regalo y juntos esperar la tarde para volver a casa y regresar cada día allí, como antes lo hizo el padre del abuelo, el mismo abuelo, mi padre y yo. Nunca supe la edad que tenías al llegar. No te pregunté, lo importante era hacerte feliz y que olvidaras los traumas que tu vida anterior grabó en tu memoria. Conociste el amor en toda su fuerza expansiva, ese es el mayor consuelo que puedo darle a mi conciencia. Te di las comidas de tus sueños. Nos acostamos tantas veces sobre el piso del corredor a mirar las estrellas en la noche y creer que un día seríamos alguna de ellas. Te llamé Cosito, porque eras apenas un fragmento de la nada que había sido tu vida anterior. Ladrabas a los carros porque los creías monstruos de alas y grandes cuernos que venían a comerte. A veces desaparecías en unas convulsiones que te hacían orinarte de dolor, pero a fuerza de afecto, cuidados médicos, hacía un año que no las habías tenido.  Eras el guardián de mis días y noches, nadie podía acercarse a mí, porque estabas dispuesto a morder al que quisiera hacerme daño. Durante la pandemia estuviste a mi lado, podías haber regresado al mundo del que una vez viniste, pero escogiste quedarte y juntos armamos una felicidad que nos convirtió en familia, grandes amigos; nunca imaginamos que un día tu paso cansado, la respiración trabajosa, eran las señales de una despedida que nunca creímos cercana, porque nos habíamos jurado amor eterno y acompañarnos siempre hasta el final de nuestras vidas. Te has ido Cosito mío. Tu corazón se apagó ante mis ojos sin poder hacer nada; no pude ser el guerrero que te trajo a casa, luego de enfrentar a aquel bárbaro en marzo de 2020, que apedreó una de tus patas y casi te saca un ojo;  de aquella nada, violenta, triste, pude salvarte, poner ante tu vida un reino para que nadie más abusara de ti;  sin embargo hoy, domingo 3 de julio de 2022, a las 7: 19 minutos de la tarde, te has ido al cielo; ahora eres una estrella que buscaré en la noche. Será muy difícil no salir a pasear contigo en las mañanas y al anochecer. El mundo ya no será el mismo sin tus ladridos. Al amanecer, me costará aceptar que ya no tendré nunca más las caricias de tu lengua y tus paticas adorables sobre mi cuerpo, como el mejor de los relojes.

martes, 4 de enero de 2022

CUQUITA CUMPLIRÍA HOY 16 AÑOS

Me acompañó durante 15 años. Tenía yo 34 cuando llegó a mí vida y me acompañó con su amor incondicional y su fe en mí como ser humano. 

Nunca la maltraté. Comía lo mejor de la casa. Era mi perrihija como dicen los apasionados de los canes. 

En años muy duros la cargaba en brazos y pedaleaba kilómetros para ir a cuidar semanas enteras a mi madre. La vieja sentía infinita ternura al verme con ella a cuestas. 

Mi querida madrecilla murió y Cuqui siguió  a mi lado, yo no la veía envejecer porque mis ojos se resistían a creerlo. Muchos amigos me decían lo contrario, incluso preveían un desenlace por su avanzada edad. 

Un 22 de enero de 2021 se puso malita y la fui perdiendo poco a poco, su corazoncillo  no podía más; recuerdo midieron sus latidos; se hizo todo por salvarla; pero Mamá, como yo le decía, se fue apagando hasta morir en mis brazos la madrugada del 24 de enero de ese mismo año. Con su muerte se fue una parte del niño que acompañó mi pasos por el tiempo.

domingo, 24 de enero de 2021

SOY EL HOMBRE MÁS TRISTE DEL MUNDO


Por Arnoldo Fernández V. 

Soy el hombre más triste del mundo. DHa muerto Cuquita, la que dormía cada noche con  su hociquillo sobre mi axila derecha. El amor más puro de mi vida.  Nunca hizo preguntas, siempre con tiempo para oír mis palabras, incluso para impulsarme luego de mis caídas de los últimos años, cuando la oscuridad pedía mi cabeza;  pero no sabía de ti, de la energía manando a raudales durante el alba, en la tarde o al amanecer, del trote breve, los ladridos comunicando decisiones anheladas, todo eso dio contenido a mis días y seguí, a pesar de la noche llegando a mi alma y la fuerza inaudita tomada por la noche, al extremo de alojarse en palacios de cristal y creer que podían mancillar mi moral convocando al rebaño  a denigrarme.  

A la 1:50 de la madrugada, del 24 de enero de 2021, se durmió con los ojos abiertos. El corazón, ya con un peso de catorce años, no pudo más. Días antes había tenido su período con abundante sangramiento; incluso una vaginitis necesitada de antibióticos... Lo intentamos todo para salvarla, pero se fue apagando despacio, con una humanidad en su mirada que me arrancó aguaceros de lágrimas.  Tuve que permanecer a su lado; no me quería lejos; el ladrido oportuno era la señal acordada entre los dos, por si alguna vez sucedía la muerte y la compañía no podía faltarnos. 

Las dos últimas noches fueron complejas; el dolor ganó terreno y sufría por la falta de oxígeno, que su corazón no podía irrigar equitativamente  a las partes del cuerpo. Sus quejidos eran como el llanto de un pueblo, herido por decisiones y prácticas erradas. Parecía una abuelilla silenciada por el precio de los comedores, el pan agrio, el tarifazo eléctrico… 

¿Cómo serán mis días y noches sin ti? ¿Cómo será llegar a casa y sentir el silencio de la soledad? ¿Cómo será ir al baño y no verte echada frente a la puerta, o al lado de la taza, mientras mi cuerpo libera sus heces? ¿Cómo podré seguir con este peso enorme de saber que te has ido a un viaje  sin retorno? ¿Cómo será llegar a mi vejez, si es que tengo suerte de conseguirlo, y contarles a los niños sobre una perrilla con el don de convertirse en madre, amiga, niña y estar en todos los momentos necesarios del espíritu atribulado por las circunstancias? ¿Cómo vivir en medio de una pandemia, aislado de la gente, sin tu presencia? Me queda honrarte infinitamente, por serla heroína más sublime de mis pasos terrenales. 

Te fuiste en enero como mi padre, pero resucitaste  en José Martí, aún estrella de mis hechos y decisiones. 

Ya despido con honores ese cuerpecillo de olor único y ladridos inconfundibles. Me dejas un pañuelo donde está fijada la agonía de tus últimos momentos; con él, junto a mi cruz y mi calvario, sigo el camino indescifrable del destino.  

domingo, 31 de marzo de 2019

Adiós “Papá”



Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

31 de marzo de 2019. 1:25 de la madrugada. Mi mascota de compañía Cuquita, una y otra vez viene hasta la cama; con breves ladridos señala la puerta, algo quiere decirme, la conozco por sus hábitos, inteligencia; no es caca, no es orinar; pasa algo; decido seguirla, abro y voy hasta donde dejé a “Papá” luchando por la vida la noche anterior, luego de una batalla intensa contra su corazón cansado, la falta de aire, la ceguera. Pude ver sus últimos suspiros, su mirada apagada me decía adiós.

Siendo apenas un cachorro aprendió a quererme como un protector de sus días, por eso no sentía la ausencia de su dueña cuando iba a Guantánamo a visitar la familia.

“Papá” supo enseguida, que al morir la que tanto amó, debía buscar refugio en mí, así lo hizo hasta convertirse en el hermano mayor de mi mascota Cuquita; unidos, hacíamos el recorrido todas las noches y ahí presente, celoso guardián de su amada, la que respetó con una ética a prueba de los deseos más perrunos.

Comía lo mismo que yo. Sus necesidades eran órdenes para mí, cuando su cacharra no tenía agua, la movía con una pata y sabía que debía levantarme o dejar todo para satisfacerlo.

Dormía frente a la puerta de mi cuarto; con los claros del día, pasaba sus patas imitando toques (toc toc, toc), hora de empezar las luchas diarias.

La noche del 30 intentó meterse en la habitación donde vivió una gran parte de su vida junto a su ama, noble persona que me pidió en su lecho, horas antes de irse a la eternidad, lo cuidara; era su más grande amor; me hizo jurar mi entrega, como mismo lo hizo ella durante 10 años. Me abrazó. Sabía de mi profunda sensibilidad. Lo juré y cerró los ojos; se fue convencida de mi promesa.

No pudo morir donde vivió los días más felices, incluso subiendo a la cama en la madrugada y durmiendo por breves horas junto a su dueña, por eso tomé una de sus prendas, de las que tenía, -el médico veterinario amigo me sugirió lo hiciera-, pues ellos tienen memoria de los años vividos, así lo hice y a la 1:30 de la madrugada fue a encontrarse con su ama en una etapa nueva, otra forma de amor, donde estoy convencido me cuidarán desde sus espíritus.

Muchas veces lo salvé de la muerte, una de ellas muy dramática, cayó en una enorme caja de agua de una vecina y nadie conseguía sacarlo porque era muy bravo, gracias a Dios me avisaron, porque ya cansado podía ahogarse; sus patas ensangrentadas, la respiración agitada, me vio asomarme y nadó a mí, lo tomé en mis brazos, me lamió la cara en señal de agradecimiento;   con esa imagen te recordaré siempre “Papá”.

Todo animal de compañía o cualquiera merece una muerte digna, acompañada de afectos, atenciones médicas. Tuvo razón nuestro inmenso José Martí cuando dijo: “el sufrimiento es menos para las almas que el amor posee”. Adiós “Papá”.

viernes, 24 de junio de 2016

Aquel chico bueno que quiso tener un perro llamado London



London interpretó el protagónico de la serie "El pequeño vagabundo".

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

“Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real”. 
José Ingenieros: El hombre mediocre.
He escuchado la canción de aquella memorable serie El pequeño vagabundo, donde el protagonista era un perro llamado London y no he podido evitar  lágrimas; no es que me sienta tontuelo, o alguien demasiado dramático, sencillamente he regresado en el tiempo y me he visto recorrer el mismo camino durante la noche hasta la casa de tía Ana a ver la tele, a seguir a London día por día, a soñar con tener un perro igual o más inteligente, pero uno que  se quedara para siempre y no se fuera al mundo a buscar aventuras.

En casa de mi madre vieja comía temprano para estar a las siete y treinta pasado meridiano instalado en una de las mejores sillas, o balances de la espaciosa sala de Tía; allí nos dábamos cita los muchachos del barrio; nadie se quedaba a seguir Sector 40 en la radio; íbamos ilusionados tras El pequeño vagabundo; hasta nos entró la pasión por tener perros, enseñarlos a dar la patica, a contar con ladridos; incluso competíamos en un espacioso potrero para elegir al más inteligente. Muchas veces terminamos fajados, porque no estábamos de acuerdo con la votación y los piñazos tenían la última palabra; era tanto nuestro amor por los semejantes de London, que nunca nos pasó por la cabeza ponerlos a pelear para que se hicieran daño.

Fueron tiempos donde el AMOR a los animales movía nuestros corazones. ¡Éramos tan sanos de alma! ¡Qué tiempos aquellos! A mi mente acuden mis macotas Gavilán, Yorqui, Leal y finalmente Cuquita, ésta última, todavía conmigo, compañera y  amiga en medio de estas soledades habitadas por personas que han convertido a los semejantes de London, en fieras sedientas de sangre. 
Mi mascota Cuquita lleva diez años conmigo.

He escuchado la canción  EL pequeño vagabundo y he llorado muchas veces; nunca más volveré a ser aquel chico ingenuo y bueno de alma que quiso tener un perro llamado London

jueves, 2 de abril de 2015

Ser perro en Cuba pudiera ser una variante de escapismo



Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu


Advierto invierno en sus ojos y una y otra vez esos aullidos hielan mi alma. Se llama Cuquita. Verla así me asusta; rodeada por los sueños que no ha hecho, porque mi dictadura sentimental no le ha permitido realizarse como perra…

Sus ojillos buscan, interrogan pudiera decir.  Me duele esa tristeza, tanta, pero creí que lo mejor era concentrar todo su amor en mí y negué posibles realizaciones caninas; no entendí su filosofía sexual; su vocación amorosa y la he tenido siempre a mi alrededor de forma egoísta. Nada mejor que un buen amigo donde no se sabe el camino al futuro y estamos a merced de bribones que florecen en todos lados y comen el queso de las almas virtuosas.

Mi Cuquita es el probable diálogo al atardecer, o en la mañana, es alguien que escucha y tiene respuestas que uno necesita para dormir tranquilo, allí donde otros pescan en turbulentas aguas favores, permisos o sencillamente realizaciones profesionales que su talento real no permite.

Saber que la insularidad puede recorrerse acompañado de un fiel can es algo edénico; ojalá muchos de esos perros buenos que andan por los caminos de la vida, pudieran ser convertidos en las personas que nos hacen falta, para hacernos con el cielo y lograr el probable parto de un corazón negado al trovador de las eras imaginarias.

Algunos hoy confunden lealtad con una especie de fascismo personal, donde todo para ser normal debe quedar en casa. No necesitan la conciencia crítica porque señala lunares donde ellos ven aguas espejeantes. ¿A quién decirle nuestras preocupaciones? ¿Dónde encontrar soluciones a los  problemas? Conversar con un buen perro todos los días, no es estar loco, no;  es la mejor lógica a los asuntos ignorados por soberanos que apuntan con el dedo y hacen polvo todo lo que vaya en contra de sus intereses vitales…Así lo hago yo:

“Querida Cuquita:

Quiero hacerte algunas preguntas: ¿Por qué la gente tienen doble moral? ¿Por qué roban? ¿Ser honrado adónde lleva? ¿Por qué no hacemos un congreso canino y elegimos la VIRTUD como ley suprema? ¿Abrir los ojos y ver lo real, adónde conduce? ¿Callar es la opción de los cobardes?

No puedo con mi mundo, no puedo, quiero entender que di lo mejor de mí, renuncié a todo placer material y ahora tengo ante mí una carrera por llegar primero a los placeres mezquinos que tanto repudiamos en el pasado. Lo que antes era condenable, ahora es música y razón... Al parecer son tiempos donde reina el oscuro.

El dinero todo lo cambia, hasta los sentimientos más sagrados. Prostituirse hoy parece tan normal. Robar parece tan normal. Mentir, tan normal. Las máscaras adelante, detrás los buenos. ¿Qué hacer? ¿Tomar una máscara e interpretar el papel que otros elijan para ti?, o ¿ser uno y lanzarse contra los días oscuros y traer de regreso la luz secuestrada?

Al menos tengo la paz de tu cabello sedoso, el hocico en mis pies y esas muestras de alegría, tan reales, para no olvidarme que soy un ser humano llamado “Viernes” donde campea el sargazo.Mil besos azules Cuqui. Llévame a tu mundo canino, hazme comprender la lógica de la fidelidad, entonces, sólo entonces, intentaré la revolución de la virtud, allí,  donde todo parece un campo infértil. 

Al menos estás ahí para escuchar mis palabras…”

sábado, 22 de febrero de 2014

Pakumá, mamá, Cuba y leal amiga


Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu

Mi Caracol de agua dedica su página de hoy a mi mascota Cuquita, compañera de siete años en una isla del Caribe llamada Cuba, donde la mayoría de los amigos se han ido, otros no están, y algunos seguimos colgados a la utopía de un mundo mejor. A ella, únicamente a ella confieso mis derrumbes,  esperanzas. Por eso tiene varios nombres, obedecen a los estados de ánimo que marcan mis días, lo mismo puede ser Pakumá, Mamá,  Cubiche, Cuba, o Fango. Sirvan estas fotos de homenaje a la más fiel de mis amigas: CUQUITA. 

jueves, 4 de julio de 2013

Tener la muerte detrás y no imaginarse difunto

 
Cuqui se acostó con toda la ingenuidad de tener cerca a su  amo.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu 

Como animal doméstico, luego de comer, salgo a  pasear mi mascota por calles cercanas a la casa donde vivo. Todos los días reitero el ritual y ella sabe lo que debe hacer,  tiene  claro el arbustito donde orinar, el territorio donde defecar, en fin, los caracoleos previos antes de asumir la pose fecal. Ayer hice el recorrido, sin imaginar que teníamos la muerte detrás.

Mi mujer siempre me acompaña en el recorrido. Cuquita tiene una relación especial con ella, yo diría que se adoran. La Cuqui a mí no me respeta, cuando le doy voces de mando se desentiende  y sale a correr sin preocupación alguna, sólo  mi mujer la detiene con palabra segura. Ayer mi esposa quedó detrás, en una conversación con vecinas sobre temas de modas y vestidos. Cuqui y yo hicimos el acostumbrado trayecto.

Al llegar a un entronque de calles, un ruido llamó mi atención, una moto venía a gran velocidad, me aparté un poco junto a mi mascota y seguí camino, atrás mi mujer y las vecinas observaron espantadas los giros de aquel animal rodante que casi nos atropella,  y sin disculpa alguna se dio a la fuga, no alcancé a ver el rostro bajo el casco protector. No atiné ni siquiera a ver la matrícula de aquel bárbaro sobre ruedas.

Las vecinas, junto a mi mujer, corrieron hacia nosotros, entonces tuve conciencia de la muerte detrás, diez centímetros más y Cuqui y yo fuéramos difuntos que hoy velarían en la funeraria de la ciudad sin ritual alguno, y un fondito para ser cremados, digo, al menos yo, mi mascota tendría un entierro simbólico en el patio de casa.

Luego de aquel momento trágico, al escuchar las narraciones de los testigos oculares del hecho, la presión arterial se disparó y casi entro en crisis total. La muerte nuevamente se instalaba cerca de mí y entonaba su canto lúgubre.

Cuqui se acostó con toda la ingenuidad de tener cerca a su  amo.  Mi mujer tuvo que hacerme tisana, darme pastillas y masajes para, al menos, sembrarme tranquilidad. No podía evitar el aliento de la muerte cerca de la nuca; la visión de mi mascota bajo las ruedas de aquel animal rodante que se dio a la fuga.

lunes, 7 de marzo de 2011

Mientras más conozco al hombre, más quiero a Cuquita

Con las pruebas de la vida y la probable ingratitud de los hombres, debo confesar que el poeta Lord Byron tuvo razón al decir: “Mientras más conozco a los humanos más quiero a mi perro”. En lo personal: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a Cuquita”.

Hay seres que marcan al hombre definitivamente y no puede liberarse de su imagen vaya donde vaya. El poeta inglés Lord Byron dijo, en abierta alusión a ellos, “quiero a mi perro”. Su sentencia es definitiva, mientras más conozco a los humanos, esos seres se convierten en energía que esparce amor y no le interesa si estás en la quiebra o en el olvido. Un docto de la ciencia lo llama zooterapia.

A esa zooterapia hago referencia, pues en mis ratos de dolor o vacío me acompaña mi mascota Cuquita. Para ella lo más importante soy yo. Por eso permite baños de fin de semana y limpieza dental sin gruñidos. Todo es agradecimiento expresado en ladridos breves y movimientos de rabo.

Mi relación civilizada hombre-animal cruza fronteras y llega hasta el Japón, donde los humanos construyen relaciones afectivas similares con los perros, por encima de cualquier barrera o prejuicio, incluso hasta ofrecen servicio de alquiler de canes. Es un lujo pasear con una mascota personal por las calles céntricas de Tokio.

En mi caso, es un orgullo pasear las calles de Contramaestre con Cuquita en brazos, o tirando de una soguilla colgada a su collar. Por eso recuerdo al docto en letras Orlando Concepción y su entrañable relación con su mascota Toby, hasta un resfriado, de este último, movilizaba las preocupaciones del Conce.

Para Cuquita tengo horarios bien definidos en la semana, de manera que acudo en su búsqueda, como una forma de salir del tedio y recrear la vida desde el costado hombre-mascota. Incluso tengo convenios para comprarle leche de vaca y yogur, muy apreciados por ella.

Cuquita tiene la virtud de ser inteligente, pues dialoga conmigo en su lenguaje, y debo confesar, que si le profesas cariño a raudales, puedes entender sus códigos y hasta comprender sus secretos más recónditos, incluso sus pesadillas durante el sueño.

Con las pruebas de la vida y la probable ingratitud de los hombres, debo confesar que el poeta Lord Byron tuvo razón al decir: “Mientras más conozco a los humanos más quiero a mi perro”. En lo personal: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a Cuquita”.


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