Por Arnoldo Fernández V
Verlo con el clarear del día es una fiesta del alma; verlo lavarse su cara, cepillar sus dientes, es un regalo de Dios; verlo desayunar con tanto apetito es una dicha infinita.
A mi viejo no le he contado lo sucedido el domingo 11 de julio, no vale la pena preocuparlo con algo tan serio como la violencia, venga de donde venga y en nombre de cualquier idea u orden.
Mi padre viejo me educó en la honradez, el respeto a la verdad; así que nadie venga a pedirme que agreda a una familia, un vecino, un amigo, un conocido, incluso un desconocido por pensar diferente.
MI patria es la humanidad, como me enseñó desde que era un niño este viejecito que tanto amo; una de las grandes verdades que aún me queda.
Nuestros padres viejos amaban la justicia, es mejor dejarlos todavía abrazándola.
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