Por Arnoldo Fernández Verdecia
Chicago es una ciudad hermosa para el viajero que llega por vez primera. Ascender a sus rascacielos es una fiesta de puro equilibrismo y hasta de vértigo para el hombre acostumbrado al trillo, los edificios de cuatro plantas, el infinito que no se puede tocar con las manos; aquí el cielo está demasiado cerca. El puente de agua es una invitación a la contemplación de las maravillas de la ingeniería civil; la belleza del mismo durante las noches es un espectáculo asombroso, donde las luces regalan una postal única al viajero. Asombra ver bajo su arco triunfal las embarcaciones que van, vienen, los enamorados y sus cantos a la esperanza, un verdadero espectáculo de la navegación moderna, tan curioso que no queda otra opción que preguntar hasta saciar tanto apetito por conocer. Llegar a su más famoso cementerio es sentir el espíritu de Alcapone, aquel famoso gánster que a golpe de temeridad y disparos, impuso un tipo de ley que aún se recuerda no sólo en Chicago, sino en toda la Unión; en el mundo. La tumba de Al es imponente. Vivir un invierno en uno de los apartamentos de la ciudad, por supuesto con una adecuada calefacción, es un regalo de Dios. Detrás de los cristales de las ventanas, uno ve como la nieve cubre todo, reina el gris y dan ganas de tomar un Merlot, o un Bacardí perfumado con soda y hacer el amor con la mujer de nuestro sueños, cálida, viva, glamorosa como el café colombiano que me sirve humeante al amanecer, cuando aún estoy en la cama y la ciudad comienza a despertar. Chicago no puede imaginarse sin tormentas de nieve, ni tornados; aquí es normal emitir avisos por los medios sobre esos fenómenos; hay muchos recuerdos amargos sobre ellos. Las avenidas y parques durante el verano los toma el verde, acompañado de un estallido de flores en sus más variados colores y texturas, tan radiantes que uno quiere tomarse fotos y llevarlas de recuerdo. Hay una ciudad al norte donde vive la élite política, los banqueros, los grandes magnates, los profesionales…; otra al sur donde viven los migrantes de casi todo el mundo que se han repartido el control del espacio y luchan entre sí por extender sus dominios. En el centro convergen las dos Chicago. Para el extranjero no acostumbrado a tanta diversidad, visualmente hablando, es un hecho asombroso ver chinos, japoneses, italianos, latinos, afros, anglosajones. Uno se pregunta: ¿cómo logran equilibrar lo diverso, convivir? Y la respuesta es evidente, tienen unas leyes bien proyectadas, agentes del orden público de altísima calidad. Conseguir ese equilibrio debe haber costado décadas, pero lo real es que fluye, no se estanca, la gente respeta el pacto social, es muy admirable en verdad. Chicago es la mujer que despierta a mi lado cada mañana, me roba un beso y atrapado entre sus piernas me hace sentir libre, feliz...
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