Por Arnoldo Fernández Verdecia
La noche empieza a acercarse. Todas las tardes son iguales, las mañanas, igual. Los fines de semana, idénticos.
La vida se nos va en buscar comida, cocinar cuando hay corriente eléctrica y ver alguna serie como Merlí y Bolívar. Lo demás no vale la pena.
Los grillos ahí, rasgan sus vestiduras y suenan acoplados, parecen una sinfónica. Es la música más cotidiana.
Un gris cenizo se pierde en la memoria, no hay camino de regreso a la nostalgia, porque la nostalgia fue y nunca más volverá.
Los niños de mi calle adoran jugar, cuando se cansan, piden a sus padres merienda, pero los padres no son magos para inventar helados, dulces, galleticas de chocolate, solamente tienen palabras, palabras que no llenan y ponen a los chicos coléricos.
De lunes a domingo un círculo. La vida como un brevísimo canto sigue yéndose y uno sin saber qué hacer, cómo detenerla.
Casi es sábado y uno tratando de imaginar algo hermoso para los días que vienen: un regalo de Dios, un sueño cumplido, pero la tragedia es un pájaro negro que nunca falla, regresa de lunes a domingo y nos hace vivir lo mismo. ¿Dónde encontrar un puñado de esperanza? ¿Una fiesta infinita?
Nota: la imagen es una obra plástica del artista René Emonides Quintana.
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