lunes, 19 de junio de 2023

MIS VIEJOS Y EL COMUNISMO

Mis viejos y el comunismo

Por Arnoldo Fernández Verdecia 

Nací cuando  se impuso  en  las escuelas  la aspiración  del hombre nuevo, inspirado en el mito de Che Guevara. Así lo expresó el Líder, Fidel Castro, cuatro años antes de yo venir al mundo, el 18 de octubre de 1967: 

"Si queremos decir cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen  nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che! Si queremos expresar  cómo deseamos  que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡Queremos que sean como el Che!"

Nací cuando la gente conversaba  muy bajito en sus casas, sobre los efectos de la Ofensiva Revolucionaria de 1968; sobre el hambre, el terror y la miseria que parecían venir;  sobre la Iglesia Católica y su posición antagónica ante los cambios revolucionarios.  

Nací cuando Educación y Cultura se unieron en un Congreso que cerró filas  contra todo tipo de colonialismo  y propuso el objetivo de educar a las personas sobre la base de un relato espartano de Patria o muerte,  Socialismo o muerte, como esencias de la Revolución. A partir de ahí, Patria, Revolución y Partido Comunista, fueron una misma entidad en el discurso ideológico de la Nación. 

Nací cuando  nadie podía escapar al mito de culpar a Estados Unidos de los fracasos del Estado, cuando se alimentó el relato ideológico de llamarlo enemigo histórico contra el que había que luchar hasta las últimas energías. 

Nací cuando se llamó oscurantismo, ignorancia, atrazo, a las viejas costumbres y creencias de las familias. 

Nací en un tiempo de grandes movilizaciones a la zafra azucarera, el café, los planes citricolas... Cuando se construyeron más escuelas que nunca en toda la historia. 

Según el Calendario Chino, 1971, era el Año del cerdo; para nosotros,  el ascenso de una mediocracia al poder, responsable de dictaminar lo políticamente correcto, la pureza del ideal comunista, la batalla contra el diversionismo ideológico, la consigna de ser el país más culto del planeta.  

A partir de ese año, escuelas, universidades y calles, serían para los revolucionarios. Lemas, consignas, planes quinquenales de tipo estalinista, ganaron espacio en el vocabulario del pueblo. Era el lenguaje de la Revolución.  

Tuve la suerte de vivir en la propiedad de mi abuelo, una pequeño feudo donde crecí en plena libertad, hasta que cumplí los cinco años. Gracias a mis viejos,  aprendí el pasado que ellos me contaron y enseñaron; crecí con esa cultura que se resistió a llamar atrazo, ignorancia, oscurantismo, al mundo sobre el cual se construía el nuevo. 

Tuve un profesor que me educó en el espíritu de José Martí. Me enseñó que el socialismo se hacía con la gente de a pie, que la burocracia era enemiga del pueblo, que los funcionarios del Estado,  por sus privilegios de casta, se volvían contra ese pueblo que debían defender. 

Supe que Martí no quería un Estado que concentrara todas las funciones, porque se convertiría en un tipo de esclavitud de la que sería muy complejo liberarse. 

Martí me enseñó que la riqueza pública  debía equilibrarse, para que los hombres pudieran acceder a ella y construirla, desde el libre albedrío de sus talentos y oportunidades. Me enseñó que el hombre debía  asociarse con sus afines para crear un auténtico espíritu de prosperidad, el único que haría posible una libertad robusta e indestructible. Las instituciones que saldrían de ese espíritu, serían la cultura de libertad del hombre futuro. 

La cultura que recibí de mis viejos, de mi profesor, entró en conflicto con la de la escuela, el ejército, la universidad, el trabajo, la sociedad... Cincuenta años después, soy el niño que nació en 1971 en un pequeño feudo, campo adentro.  El espíritu de mis viejos y de aquel profesor, aún me acompañan.

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