Mi patria era
el café de mi madre
en la madrugada.
Mi perro comiendo en mis manos
carne de res.
El sinsonte
sobre la palma
en infinitos conciertos
matinales.
La tojosa en el naranjo
y su piar premonitorio.
El arroz.
El potaje.
El huevo frito.
El cerdo asado.
Mi patria ahora
es la noche.
El silencio.
La nostalgia.
Una tristeza que no consigo
quitarme del alma.
Mi patria era la naranja dulce.
La mandarina.
El limón.
Las macetas de anoncillos.
La harina de maíz.
Jugar al cogío.
Al topao.
A los escondidos.
Al zunzún de la carabela.
A los tres mosqueteros.
Bañarnos en el pozo
en el río
en la presa
en el mar.
Jugar pelota.
Mi patria ahora
es la palabra amarga.
El vuelo de aquel
sinsonte
a otras palmas del mundo.
El piar de aquella tojosa
sobre un árbol seco.
El retrato de mi madre
en la pared.
El de mi padre.
El de mi abuelo...
Los huesos de todos mis muertos.
La patria ahora
es un perro hambriento
que me mira con ojos enrojecidos.
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