Por Javier Montes Miclín
No es extraño que la oposición usurera esté impregnada de una idea contraproducente de democracia desde el punto de vista de la libertad parlamentaria; ahí están los que aseveran que la isla debería ser independiente, soberana, inquebrantable, incluso intentan imponer un chovinismo nacionalista. Yo no escapo de la imputación de opositor, independientemente de que sea agradable o no, esa tendencialización; pero si mis contrarios asumen el anexionismo como postura a las antípodas del zurdaje abominable y de la usura política, el halago genera beatitud en mi rostro. ¡La anexión de Cuba a los Estados Unidos, es el mejor resultado de los mejores resultados! El pensar Miami, Cayo Hueso, Boca de Camarioca, definiéndose e interpretándose mutuamente, genera excitación, no sólo a nivel cognitivo, sino también la esperanza restauradora de un archipiélago que ha sido arrebatado de su naturaleza predeterminada. Nuestros conciudadanos contemporáneos ya derrumbaron la utopía, ahora se avizora en el horizonte ese libre fluir de personas, mercancías, bienes y servicios; de lo bilingüe y sobre todo el orgullo de ser norteamericano. Quizás José Martí me hubiese zarandeado con otros argumentos esta inclinación vehemente mía, quizás hubiese dicho que vivió quince años en New York y con eso bastaría para entender la complejidad de esa cultura, yo lo convidaría hoy a replantearse esa contradicción desde una condicional histórica: ¡Florida sí, sí Florida!
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