Por Arnoldo Fernández Verdecia
El grupo literario Café Bonaparte es noticia en los medios de comunicación cubanos desde que algunos de sus miembros lograron importantes premios en eventos literarios de la Isla, como el Calendario, Cuba Soneto y muchos otros que dinamitan el quehacer creativo de los jóvenes. Conversar con Eduard Encina Ramírez, uno de sus miembros, sobre su percepción de la poesía en la década de 1990, es imprescindible para el que quiera conocer de primera mano como un escritor del interior se representa ese proceso.
Arnoldo Fernández Verdecia: ¿Se puede hablar de una generación de novísimos que defina la poesía de la década de 1990?
Eduard Encina Ramírez: Las generaciones en los 90, es difícil reconocer que exista un afán posmodernista que le ha faltado poiesis. Fue un tiempo de reorientación, reidentificación, más bien lo que hubo fue una reconstrucción de una mitología. Creo en eso, porque hubo fallas de comunicación en la poesía que escribían los jóvenes, no tenían forma de socializar lo que producían. Se hace difícil pensar en una generación cuando lo que escribes sólo se publica en plaquet y revistas. Creo más bien que existe una promoción de los 90, y que se puede hablar de algunos aportes en cuanto a gama temática y pensar cambios que no se lograron concretar por falta de valentía para asesinar a los padres. Es difícil acabar con la norma, con el posconversacional de los 80. Lo que existe en la literatura de los 90 es una prolongación de lo que se escribió en esos años.
AFV ¿Qué faltó para que cristalizara una visión propia de la poesía?
E E R: La ausencia de juicios críticos, la cobardía de no aceptar, de negar, discutir, cambiar y de tener la palabra apacentada en el lenguaje, darle regodeo y convertirla en algo diferente. Más bien lo que ha predominado es el palabreo, un afán posmodernista que le ha faltado poiesis, conceptos, sentidos y se convierte en un arranque emocional incapaz de cambiar el orden de las palabras, el orden de la escritura. Eso trae problemas muy grandes, complicados a la hora de entender cuáles son las propuestas auténticas.
AFV: ¿Cuál es la crítica necesaria para la poesía de la década de 1990?
E E R: Una crítica que jerarquice, que no tenga que ver con los cortes que tienen las revistas, que tenga un compromiso serio con la literatura que hacen los autores, plantear a la sociedad las poéticas que tienen algún valor, pero también rechazar las que no funcionan. Los escritores también son muy complacientes, no han tenido un sentido crítico de la literatura, eso ha generado un período largo de vacío y silencio, hemos sido incapaces de jugar el papel ético que reclama nuestra literatura. Estamos regodeados con la complacencia, al extremo de vivir la bohemia, no digo que no se viva, pero es que la literatura no ha sabido plantearse espacios críticos que traigan una polémica, capaz de dinamitar los sentidos que potencien la germinación y expansión de lo nuevo.
AFV: ¿Cuáles son esos espacios que deben potenciarse?
E E R: Los de la creación, existen algunas obras y autores que han mostrado una obra con nivel y desapego a lo que se estaba escribiendo en la década de 1980, sin embargo, no han ganado espacios de independencia para polemizar e introducir la necesidad de cambios en la creación literaria, y si no existen esos espacios de potenciación de las poéticas individuales, si no se llega a un consenso general a partir de ello no se consigue transgredir lo canónico como lo hicieron Regino Boti y Poveda en su momento.
AFV: ¿Y los eventos?
E E R: No creo que los eventos puedan potenciar las poéticas individuales, si pueden ilustrar una promoción siempre y cuando tengan un carácter crítico. Los poetas jóvenes contemporáneos leen poco, los accesos a lecturas de lo más actual a nivel mundial, no los tenemos, si en un momento un José Lezama Lima pudo beber de múltiples fuentes, esas ausencias para nosotros son limitantes que empobrecen el horizonte creativo. En realidad, casi me estoy justificando, hallo mala formación, no hay base filosófica sólida, ni conciencia literaria.
En el panorama literario del país, digamos las mismas ferias del libro, se promueve a los autores más consagrados por su obra o por otros compromisos, a un segundo o tercer plano pasa la literatura inmediata hecha por jóvenes, ¿quiénes podrían proponer encuentros teóricos de confrontación de poéticas diferentes?
AFV: ¿Cuáles son las barreras para romper el estigma de los 80?
E E R: Una está referida a los mecanismos de poder, la otra tiene relación con la creación literaria. Las dos se ilustran con claridad si revisas todas las revistas del país, están dominadas por escritores de los 80, que ejercen una hegemonía casi narcisista hacia lo que ellos hicieron que fue muy valiente pero también tuvo su lado débil. Sus concepciones lo que hacen es contaminar a los iniciados que tienen de una manera u otra que buscar refugio en ellas.
AFV: ¿En qué proceso literario, dentro de las corrientes poéticas, ubicarías tu obra?
E E R: Más bien lo que hecho es escribir a partir de lo que conozco, se me hace muy difícil ubicarla dentro de un proceso histórico determinado.
AFV: ¿Sin embargo tienes influencias muy marcadas de un poeta como Reinaldo García Blanco?
E E R: Eso sucede cuando uno se acerca a una poética de fuerza expansiva como la de Reinaldo, estar al lado de sus construcciones lingüísticas, sus conversaciones, sus manías del lenguaje; cuando uno es muy joven todo eso tiene una gran carga sobre ti, negar esa influencia sería negar mi formación.
Pero llega el momento en que uno tiene que nadar solo y buscar poéticas completamente opuestas a esa que te determinó en un momento. En mis libros iniciales “De ángel y perverso” y “El perdón del agua” late el espíritu del Rey..., debieron aguantar mucho machete antes de salir, pero era una manera de darse a conocer y eso también es importante. Después de esos textos escribí tres libros más: “Golpes bajos” premio Calendario, ya publicado, “Derrumbes parciales” y “Lectura de Patmos”, todavía inéditos, en los que creo haber encontrado mi propia voz.
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