miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los escritores: ese poder que nombra

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

El término escritor surge en la antigüedad.
Me atrevería a afirmar que el término escritor adquiere sus definiciones más claras en la antigüedad, al concebirlo como personas dedicadas al cultivo de la filosofía y la poesía, personas que se auxiliaron de la escritura para dejar huella de sus pensamientos.

Sirvió incluso para designar a hombres dedicados a malas pasiones, en algunos casos druidas que construían el conocimiento mediante enigmas y sentencias que contribuyeran a la veneración divina.

Se les situó como custodios de la magia; enfrascados en predicciones y locuras, propias de hombres raros, se les conoció con el término de sabios. Filósofos y poetas formaron parte del mismo, se convirtieron a partir de entonces en garantes del conocimiento, en sus alumbramientos estaba el presente y la futuridad.

Los griegos, cultura milenaria a la que siempre habrá que volver, construyeron la trinidad poeta, hombre de estado y sabio, como esencia del funcionamiento de la élite del poder, para ubicarse en ella, debe transitar (el supuesto individuo) por la primera y la última, como condiciones centrales, que lo sitúan como representante de la “paideia”. Con la palabra, el sonido, el ritmo, la armonía y el conocimiento, se produce una energía formadora del espíritu, la única fuerza moral para ser parte de la dirección política, de lo contrario, escoger otro camino, el de los guerreros o los esclavos.

Los escritores filósofos, como prefiero llamarlos, llegaron a imaginar un mundo gobernado por el saber que los tuviera en su centro, hecho paradigmático desde el punto de vista de qué es mejor, un gobernante sabio o uno ignorante. Arriesgo un ejemplo digno: Alejandro Magno.

El sabio es imprescindible para educar al político o al guerrero, sus doctrinas funcionan como modelos para la acción, es depositario-comunicador de la cultura. Por eso los términos sabio-cultura son equivalentes a filósofo-poeta.

Cuando Filipo de Macedonia decide buscar a Aristóteles, para encargarle la educación de Alejandro, con el propósito de convertirlo en soberano capaz de unir las polis griegas que no aceptan la hegemonía macedónica, los escritores-filósofos asumen el asesoramiento intelectual del gobernante, se convierten en su sostén teórico, asumen su legitimación a través de las instituciones creadas por el poder político.Alejandro deviene el paradigma mayor que puede exhibir la “trinidad griega”, en su carácter de soberano movido por la “energía formadora del espíritu”.

En la Edad Media, la oscuridad invade las ideas del hombre, sólo algunos clérigos que saben leer y escribir, dedicados a comentar las Sagradas Escrituras a partir de obras de filósofos de la antigüedad, reciben el calificativo de escritores. Según Erasmo de Rótterdam, se trata de unos señores sin otro alimento que su vocación de ovejas, en realidad, protectores del conocimiento bajo el disfraz de lobos. En su mayoría o servían a los papas o estaban a los pies de un príncipe. Erasmo escribió su Elogio de la locura como una forma de enemistarse con estos tipos, devenidos centinelas del saber.

En uno de los libros seminales de la cultura hispana: El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Don Miguel de Cervantes, dice Alonso Quijano: “Alcanzar alguno a ser eminente en las letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vahídos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes...” En el tomo II señala: “Dos caminos hay hijos, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados: el uno es el de las letras; otro, el de las armas”.

En la modernidad el ideal de escritor cambia. En el libro germinal de esta época, Ulises, de James Joyce, uno de los personajes señala que se trata de “Soñadores, nubosos, simbolistas.” Seres románticos que creen liberarse de las cadenas literarias y transformar el mundo con sus creaciones. Esa imagen del escritor seguirá curso hacia horizontes insospechados, en sus interioridades se esconden algunas máximas: o se les odia, o se les ama, o se les descalifica, o se les compromete...

Hasta aquí se pueden realizar algunas precisiones. El escritor, al que hacemos referencia, lo que persigue es la construcción de una imagen que lo diferencie del resto de la sociedad, ya sea por el vestuario, el aspecto físico, pero sobre todo, por el conocimiento que concentra en sus manos. Estos hombres llegaron a pensar sociedades ideales gobernadas por sabios, o estadistas formados en sus doctrinas. El control del conocimiento es la máxima en los tiempos de la cultura griega antigua.En la época que sigue lo que predomina es el anquilosamiento del saber. El conocimiento es encerrado en las leyes de Dios, sólo es verdad lo que postulan las Sagradas Escrituras, lo demás es herético. El conocimiento pierde valor a los ojos del hombre, el oficio de escribir atraviesa un momento de crisis temporal.

Posteriormente el hombre se plantea otros caminos para alcanzar sus metas, las armas o las letras, la primera de probado éxito, la segunda también, pero en un azaroso camino. Escribir dignifica, lo mismo te lleva al brazo de los reyes, que al cadalso, se convierte en un oficio que muchos anhelan.

Con la llegada de los tiempos modernos la imagen del escritor toma otros horizontes, escribir da prestigio, pero también permite ejercer una posición transformadora de la sociedad, independientemente de que se les llame soñadores o simbolistas…

(Fragmento tomado de mi  libro: La soledad del oficio, Ediciones Santiago, 2009.)

Fotografías tomadas del sitio https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgdHYJPkWGgd7pTQ8MdVhovv_c30o2jPaCR73O_-iZZ30ek5WaCCSvzmbxNkplW841BWXHTpimVcs237WyrpMjECyP9JBGH_udArVyTQwhny8M7TmPZ8PTxfgWOtD-kIL1lUUuuW60tzoQ/s320/escritor.jpg

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