miércoles, 14 de octubre de 2009

RESUCITADO TOBY

“Nunca he visto a otra persona que quiera a su perro con la intensidad que lo demuestra usted”, había afirmado el médico veterinario. Como respuesta, sólo atiné a acariciar a la bola de peluche que es Toby, mi perrito. Es él un miembro más de la familia.

Por O
rlando Concepción Pérez, Poeta y narrador

Ya lo había observado retraído, aislado, silencioso, sin ánimo para ingerir comida, siempre acostado en el lugar de costumbre, sin articular sonidos ni de alegría ni de dolor. Lo cargué para ir a ver al médico que lo atendería. De una simple inspección ocular, el galeno me dio a conocer su diagnóstico previo: una enfermedad de las vías respiratorias, que no podía encender esperanzas entre los seres queridos.

Fue examinado con minuciosa profesionalidad, por un hombre joven especializado en tales trajines. Escribió varias recetas y un método de tratamiento meticuloso. Se sentía emocionado ante las expresiones de cariño que el enfermo despertaba en quien lo llevó a la consulta. Lo primero en atacar sería aquella tos profunda y persistente. También se incluían sedantes, para propiciarle un sueño reparador.

Una de las medicinas tenía el propósito de detener la subida de la temperatura corporal.. Se hizo difícil de conseguir en la red de establecimientos farmacéuticos. La farmacéutica mencionó y expuso su idea de utilizar otro medicamento, ante la ausencia del indicado. Ante mi muestra de pesar, por carecer de la receta médica, ella pasó por alto el detalle. Para salvar una vida a veces hay que poner oídos sordos en alguna norma, dijo. Me entregó el frasco y las instrucciones para su utilización. Podía tener efectos inmediatos en el objetivo de bajar el estado febril alto.

Las vitaminas necesarias no aparecían ni en los centros espirituales. Recordé que en la casa tenía varias de las que venía utilizando como fórmula para eliminar la falta de sensibilidad en la frente y la cabeza, como consecuencia de la herida de diez puntos, que sufrí con una caída, en el arco superciliar derecho. Tomé esas vitaminas. Las puse en las manos del estudiante de medicina, que se brindó para inyectar al enfermo, en una de las tantas ocasiones.

El joven quiso conocer dónde había conseguido esas vitaminas, pues necesita conseguirlas para un familiar. Le dije la verdad. Son de las que me consiguió una persona amiga, trabajadora de un centro hospitalario, en el intento de rehabilitar el sistema nervioso, en el sitio dañado por la herida que sufrí. No pudo silenciar la emoción que le provocó el sencillo gesto de privarme de un medicamento, para utilizarlo en otro enfermo.

Esa noche no podía conciliar el sueño. Ansiaba escuchar aunque fuera un gemido, o la tos que me oprimía los nervios, o las señales inequívocas de vida, cuando comenzaron a cantar los gallos, anunciando el amanecer.

No puedo afirmar a qué hora se produjo lo que consideré un milagro. Toby ladró, una y otra vez. Después, según su hábito, comenzó su intento de imitar el canto del gallo. Salté de la cama, movido por un resorte invisible. Fui a su lado. Al verme, movió el rabo con agilidad. Se acostó con la panza hacia arriba, como siempre lo hacía, pidiéndome que lo acariciara, al igual que en toda su corta vida.

Su rabito movido me llenó de una felicidad desbordante. Sí, el hombre también puede ser el mejor amigo del perro, de la misma forma en que se proclama que “El perro es el mejor amigo del hombre”.

Fue como una resurrección, que me hizo llorar de alegría. “Nunca he visto a otra persona que quiera a su perro con la intensidad que lo demuestra usted”, había afirmado el médico veterinario. Como respuesta, sólo atiné a acariciar a la bola de peluche que es Toby, mi perrito. Es él un miembro más de la familia.

1 comentario:

  1. Toqui, Tobi, Cuquita.- ¿ Cuantos quedan de cuatro patas ?

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