La gente olvidó los moldes simbólicos de una cultura familiar trasmitida de padres a hijos |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Aprecio con mucha inquietud los problemas espirituales del cubano en la actualidad, sobre todo a partir de las palabras del presidente Raúl Castro en la Asamblea Nacional, donde habló a corazón abierto de la profunda crisis de valores que padecemos y la pregunta que me hago, que se hacen muchos, es: ¿Puede educarse el espíritu de los cubanos?
Si partimos de una interpretación materialista de la historia, entonces las conclusiones son dolorosas: la base económica determina la superestructura de la sociedad, por tanto todo lo que sucede, en esta última, es reflejo de lo que ocurre en aquella. ¿Qué razones permiten demostrarlo? Analicemos algunas.
El cubano, a partir de 1992 y hasta hoy, ha sido sacudido en todas sus esencias espirituales, que han castrado, diría yo, sus fortalezas morales y resulta harto complejo sacarlo, en una operación quirúrgica, de esas aguas sucias y montarlo sobre un nuevo corcel y darle oxígeno natural para que actúe a partir de referentes propios que guíen su comportamiento.
La economía ha caminado varios cauces, desde la despenalización del dólar, hasta empresas mixtas con capital foráneo; cada estructura económica asumida en una coyuntura determinada, ha impactado lo social para bien o para mal, pero lo cierto es que originaron, originan, problemas de fondo que tocaron, tocan, el tejido espiritual del cubano.
Una filosofía depredadora extiende tentáculos sobre el hombre masa, y poco a poco se impone la necesidad pragmática de tener para ser, y no ser para ayudar al otro. Me pregunto: ¿es posible, filantrópicamente hablando, creer que se puede modificar esa filosofía emergente nacida en el sobrevivir diario?
Algunos me dirán que el Estado controla todas las instituciones y eso hace más fáciles las cosas, si queremos crear las condiciones para los cambios de mentalidad necesarios; pero pregunto: ¿Esas instituciones no han sido impactadas también por una base económica en crisis hace más de una década? ¿Las fórmulas emergentes adoptadas por esas instituciones, para sobrevivir la crisis, no han limitado la efectividad de las mismas en su intervención social?
Por ejemplo una institución clave es la familia, sin embargo: ¿qué ha sucedido con la misma? En una especie de nostalgia ingenua conversamos varios amigos sobre los moldes espirituales en que se educaron nuestros abuelos: el hecho de pedir la bendición a personas mayores ligados a ellos por vínculos de sangre o afectos; decir los buenos días, las buenas tardes, o las buenas noches; o sencillamente asumir la alimentación como un proceso cultural y no como mera necesidad biológica, en otras palabras, unirse en torno a la mesa y disfrutar el acto de comer, con el padre y la madre en ambas cabeceras, sabiendo los límites que esas jerarquías implicaban. ¿Por qué perdimos esos moldes? ¿Cómo recuperarlos?
Alguien de forma pesimista dijo, no se vive del pasado, no me quedó más remedio que ripostarle: los recuerdos sirven para no tropezar dos veces con la misma piedra. Acudí al Martí visionario para fundamentarle mis razones: “Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos: que por maravillosa compensación de la naturaleza aquel que se da, crece; y el que se repliega en sí, y vive de pequeños goces, y teme partirlos con los demás, y sólo piensa avariciosamente en beneficiar sus apetitos, se va trocando de hombre en soledad, y lleva en el pecho todas las canas del invierno, y llega a ser por dentro, y a parecer por fuera, -insecto.”
No le quedó otro remedio que ripostarme con estudiada energía: ¿por qué antes el hombre crecía espiritualmente al darse al otro, a los otros y lo asumía como una filosofía de vida? Su pregunta me obligó a pensar largo tiempo; luego respondí; Marx se posicionó de mi espíritu sugiriéndome una extraña reflexión: “cada cual se mueve en un círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede salirse”. De ser así, las estructuras económicas nos obligan a comportarnos según el círculo donde estamos ubicados en la sociedad y desde el cual hacemos visible la palabra. ¿Cómo remontar esos círculos desde una subjetividad llena de contenidos para transformar las cosas que nos circundan? ¿Tenemos reservas espirituales suficientes para construir esa subjetividad? El Che Guevara salió del pedestal donde lo hemos tenido relegado y habló: es necesario “crear riquezas con la conciencia, y no conciencia con las riquezas”. “Si el comunismo descuida los hechos de la conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria.”
Me das la razón dijo mi amigo y se explayó en consideraciones lógicas: antes la familia era un grupo cerrado herméticamente al interior de la propiedad, todo giraba en torno a la tierra, a los bienes que generaban la satisfacción de necesidades básicas, por eso nadie se atrevía a transgredir los límites que los padres nos ponían en la formación. Al desintegrarse esa estructura económica, la sociedad se dinamitó en sus relaciones sociales y ello condicionó una reubicación de las personas; los límites se derrumbaron para bien o para mal. La gente olvidó los moldes simbólicos de una cultura familiar trasmitida de padres a hijos; el Estado asumió esa responsabilidad y los años nos convencieron que no debió ser así. Ahora tenemos el propósito de que el hombre regrese a la tierra, produzca bienes, restituya la moral familiar con el trabajo. Muchas preguntas nos hacemos íntimamente, sin tener las respuestas: ¿Será posible convertir el trabajo honrado en fuente de toda riqueza? ¿Será posible que el trabajo no genere formas de alienación del sujeto invisibles al poder político? ¿Creemos realmente en el comodín marxista de a cada cual según su trabajo?
Las preguntas de mi amigo fueron expuestas con vibrante energía; pensé en mi madre y aquel hermoso apotegma que guió mi vida: “con parches en la ropa, pero honrado”; o las veces que me llevó dándome fuete hasta una casa donde había cogido un juguete que no era mío para enseñarme a respetar lo ajeno; o sus lecciones al sentarme a la mesa a comer y aprender con ello a ser respetado en ese momento sublime; o ¿por qué unos recibían más alimentos que otros?. Mi madre tenía conciencia de estadista, sabía distribuir en correspondencia con el mérito y aportes dados a la familia. Ninguno de los hijos tenía moral para criticarle algún acto, ella, en un hecho sin igual, era la que menos comía, la que más trabajaba, y la más responsable en el cumplimiento de los propósitos familiares. ¿Es posible recuperar esos propósitos familiares en los momentos actuales de la sociedad cubana? ¿La sobrevivencia agónica del día a día no habrá matado la conciencia de estadista de la madre? ¿No habrá entrado el egoísmo en los hogares dándole paso a los goces triviales que envenenan el espíritu? ¿No tendrán en el pecho todas las canas del invierno? ¿No parecen por fuera insectos enfrascados en pequeñeces egoístas que matan el larvario del darse a los otros y crecer con ello?
Mi amigo tenía razón, yo también la tenía, pero en eso de pensarnos en permanente bullir está la salvación; en esas alteridades que acuden una y otra vez a visitarnos debemos encontrar las fortalezas del espíritu, para entonces sentirnos quijotes y montar muchos rocinantes en una cruzada espiritual en la búsqueda de la esperanza posible.
Arnoldo: El tema de la familia que has tocado es muy importante,estoy de acuerdo contigo,se han perdido tantos valores y tanta ética,tal vez le damos la culpa a la crisis económica o al consumismo,tal vez no nos damos cuenta que somos nosotros mismos quienes nos hacemos daños,en ocasiones nos dejamos transportar por el ritmo de la vida que tan rápido y tan cruel,es ahí en ese momento que nos debemos detener y hacernos varias preguntas.que estamos haciendo para mejorar nuestro espíritu?que hacemos o podemos hacer para ayudar al prójimo? A veces basta poco para cambiar la vida de otras personas para bien,un gesto,un saludo,una caricia,un te quiero. En el mundo donde vivo,es duro decirlo,casi todo esta perdido,no existe la palabra amistad,no existe la palabra familia,nadie se acuerda de la ética,es solo un mundo donde predomina la ley de la selva,se salva el mas fuerte,por eso desde mi lejano mundo les doy un buen consejo a ustedes que están todavía en tiempo de salvar el concepto de famila.hagan una pausa reflexionen y empezar con pequeños pasos hacia el mundo de la famila.créeme ustedes están aún en tiempo.buena suerte
ResponderEliminarRosa Cristina Baez Tu blog no tiene botón de Me gusta? porque lo "Pincharía" hasta el cansancio leyendo este post!Pero difícil no es imposible y allá vamos, en pos de la utopía
ResponderEliminarEddy Gil. efectivamente el cubano a sido castrado por los castristas...
ResponderEliminarcomo dices TONTERÍAS Eddy Gil, lee el post y después expresa tus valoraciones, parece que actúas por impulso, por odio, por rabia y no como alguien racional que piensa primero, para luego opinar.....
ResponderEliminar