Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
No pude dormir la noche madrugada del domingo lunes. El dolor de oídos me hacía delirar. Los latidos se repetían. Mi mujer dijo que los tres dolores más intensos que puede soportar un humano son el de parto, el de muela y el de oído. Le dije que este último lo estaba sufriendo en carne propia y no tenía adjetivos suficientes para describirlo. Tomé varios calmantes, rogué a Dios me aliviara, traté de orar, busqué concentración, pero no lograba conseguirlo, me vencían aquellos latigazos.
Por un momento creí que me desmayaba. Lloré como un niño. Ruido de olas nació en lo oscuro y un aluvión de sangre estalló en el oído izquierdo. Manché la sábana. Creía que iba a mejorar después de aquello, pero las cosas empeoraron. Fui al trabajo, soporté una reunión sin tener nada que decir, sólo pensaba en aquel maldito dolor y la sordera que me estaba invadiendo. El cuerpo entumecido no me respondía, quise darle instrucciones de resistir, sin embargo no daba señales de recuperación. No me quedó otro remedio que sacar un extra de no sé dónde y tolerar el dolor, incluso consideré culpable al señor catarro.
Mi mujer dijo que debía ir al médico, en casa no resolvería nada. Acepté su consejo y con desgano me vestí. Tomamos un bicitaxi –ciclo de tres ruedas aquí en Cuba-, pagamos $4 (MN). Al llegar, fuimos a cuerpo de guardia, en la consulta de medicina, estudiantes de quinto año, ningún médico de oficio. Expliqué mi cuadro e inmediatamente escribió un atentamente para el Otorrino, según el joven estudiante, estaba de guardia hasta las cuatro, así que no había problemas. Miré el reloj, 2:00 p.m. Subimos al segundo piso. No había ningún alma por aquellos lares, pregunté a una señora que dormía sobre un buró y me dijo que esperara en el salón, el doctor aparecería antes de las cuatro.
No me quedó otra opción que sentarme y mirar las puertas sin pintar en cada consulta, incluso las conté, detuve mis ojos en el techo, sentí mareos ante aquella estética efímera; respiré profundamente. Vi una pesa y quise saber cuántos kilos tenía en mi cuerpo, pero alguien se encargó de decirme que estaba rota. Pasó una hora y nada. Quise saber cuántas consultas estaban programadas los lunes, alguien dijo que todos los especialistas las tenían planificadas, pero no sabía dónde se encontraban, al parecer hacían otros trabajos más importantes, pensé con ironía no calculada.
Decidimos ir al cuerpo de guardia para pedirle ayuda a una doctora amiga, pues el oído izquierdo me tenía loco con sus latidos subterráneos. Debía estar por alguna sala, prometió encontrarlo y mandarlo lo más rápido posible.
Regresamos al salón. 3:30 p.m. Lo mejor es irnos, dije a mi mujer, debes tener calma, no puedes sin que te vea el especialista, fueron sus palabras. Cuando el reloj marcaba las 3:55 p.m apareció un negro enorme por el pasillo y preguntó por el paciente del dolor de oído. Traía un bolso cargado de viandas y carne. Me atendió en tres minutos, indicó cinco goticas de aceite de cocina tres veces al día y debía regresar el viernes a las 9:30 a.m para un lavado. Enseguida recogió y nos despidió sin cortesía ninguna. Ya en la calle, pensé: ¿el proceder clínico usado en mi caso era correcto?, o ¿a este hombre lo que más le importaba era irse temprano?. Ya en casa, mis oídos fueron untados con aceite de soya; rogué a Dios ocurriera algún milagro y evitara un efecto colateral.
Roger: Arnoldo siento mucho ese acontecimiento, claro q no merecías semejante atención, debiste ser atendido con toda la calma y dedicación, luego entraré en el link para seguir, saludos
ResponderEliminarMarian: espero hayas mejorado de tu dolor de oido,lastimosamente a veces eso sucede aunque me imagino q la conducta fue la correcta no asi el trato q a veces es mas importante.besitos.
ResponderEliminarFelipe: Y qué era más importante: las gotas de aceite, la jaba de vianda o que era "un negro enorme"? Jejejejeje
ResponderEliminarEspero que te estés recuperando de tus oídos. Lamentablemente ese no es el único caso que vemos y escuchamos a diario en los hospitales de Cuba. No creo que el hecho de que el médico sea negro sea un problema, el color de la raza no importa para el nivel de profesionalismo. Yo pasé por una situación similar: estuve más de 5 años padeciendo de mis oídos y entre tantos médicos que consulté estuvieron varios especialistas de Contramaestre, ninguno de ellos me dieron un diagnóstico concluyente, hasta que un especialista de La Habana lo hizo, y pude resolver ese malestar horrible que me acompañó por largo tiempo. Moraleja: los problemas de mal trato, poco profesionalismo y falta de dominio, los vamos a encontrar en cualquier lugar. Cando se trate de nuestra salud, los más interesados debemos ser nosotros, así tengamos que movernos hasta la capital del país, o salir a otro si existiera la posibilidad, con el fin de resolver nuestra condición de salud.
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