Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Contramaestre, Cuba. Cruzo
los brazos y aprecio la escena del mostrador. Confrontaciones de diferentes
tipos suceden a uno y otro lado. Huesos
e hígado de res están en venta. Mujeres maldicen, hombres rechonchos ponen cara
de tipos duros.
Detrás
del mostrador, destapan una y otra vez la nevera, extraen las piezas mejor
dotadas. Ante ojos enrojecidos por la injusticia reparten a diestra y
siniestra, como si fuera de ellos aquella mercancía.
De
la parte de los compradores, las palabras crecen, maldicen, amenazan. Una señora lleva tres horas y lo único que ha comprado son unos huesos desnudos;
las vísceras desaparecen. Un viejecillo carga un par de muñones igualitos a un
coco abierto.
Los
vendedores del mercado hacen como el zorro, entran y huyen con las mejores
cargas. Sus colegas del área de los cárnicos no los pueden parar; en la semana,
también necesitan de ellos. “Siempre es lo mismo, dice un hombre. ¿Por qué
suceden cosas así?”. “Hoy se espera visita de las alturas, sería bueno decirle
estas cosas”, precisa otro. “Lo peor es que en la Feria aparecen muchas cosas,
para engañar a ese “ilustre visitante”; si recorres la ciudad hoy, encontrarás
de todo”, señala un joven. “Hablamos de
formar valores y qué ejemplo más burdo le están dando a la población con
acciones como estas”, apunta una vieja maestra.
Bajo
los brazos y echo a caminar; atrás, la cola, palabras heridas, mañanas dilapidadas.
Pienso en los necesarios cambios de mi país e imagino lo difícil que será
conseguirlos. Me pongo en el lugar del Presidente e intento ver con sus ojos
las cosas, entonces comprendo la milagrosa utopía de querer poner cada cosa en
su justo lugar.
Luisa Rimblas: ha sido asi por mucho tiempo, solo que ahora se atreven a hablar, es triste
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