martes, 6 de diciembre de 2016

Todos tenemos un Fidel Castro adentro



Me atrevería a afirmar que todos tenemos un Fifo Castro adentro, los de la Cuba nuestra americana y los de la Cuba estadounidense

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

El cubano nunca ha respetado autoridad alguna, sobre todo si toca sus intereses personales; cree saberlo todo; habla tan alto que da la sensación de irse a los puños con otro; tiene la percepción de considerarse ombligo del mundo;  piensa que todas las mujeres hermosas puede convertirlas en amantes, basta unas palabras, una coreografía danzaria y ya las tiene a sus pies.

Alguien medio en broma me dijo una vez, “el Bloqueo ustedes lo quitan fácil, solo tienen que poner a bailar música cubana al Congreso de Estados Unidos y caerá rendido a sus pies, porque son patones, no pueden contra ese ritmo, único en sus mujeres y hombres”. Reí a boca tendida, o estaba loco, o nos creía locos; pero había cierto encanto en sus palabras,  así que me fui con ellas a lo más íntimo y desde allí medité profundamente sobre algo muy serio, a pesar de la jodedera.

Un Capitán General español, Dionisio Vives, si la memoria no me falla, decía, dale al cubano un guateque donde no falte guitarra, tiple, güiro, gallos y mujeres hermosas y no pensará en política. Tal vez tenía razón, en esa suerte de ligereza se escondía una limitación, utilizada por los políticos para impedir el vuelo de los grandes sistemas de pensamiento que elevaban el espíritu y hacían pedir lo imposible.   

José Antonio Saco, sabio bayamés, observó con ojo atento el proceso de gestación de lo cubano y llegó a conclusiones importantes: siglos de colonización habían traído vagancia, prostitución, alcoholismo; adicciones que adormecen la conciencia pública. Había que desbrozar esa maleza, de lo contrario nunca seríamos CUBANOS, en el sentido civilizatorio del concepto.

Martí, formado en las ideas de Krause y Emerson, intentó encontrar modos de construir pensamientos emancipadores que sacaran al hombre de esa inercia; en su búsqueda de Nuestra América encontró la raíz y concluyó en una certeza: Estados Unidos terminaría absorbiendo la identidad de la América hispana por la fuerza avasalladora de su cultura y economía, tal vez por eso dijo: “un error en Cuba, es un error en la humanidad moderna”. En algún momento de su vida, un diario de Estados Unidos llamó a los cubanos afeminados, haraganes, incultos y la reacción de Martí fue lúcida: el cubano brilla en el universo por su capacidad; se explaya en la defensa de esa idea mediante una caracterización que a todas luces persigue derrumbar ese pensamiento musical, poco dado a los asuntos del espíritu; que ya Dionisio Vives había visto en su mando en Cuba.

Leland Jameks, en un libro titulado “Nuestra colonia de Cuba”, escribe más o menos así: “Mientras las grandes naciones del mundo se debatían en una guerra devastadora, en mi Cubita querida todo era alegría y fiesta”, en otras palabras, durante los años republicanos, la Perla del Caribe se convirtió en el mayor prostíbulo de América; la mafia estadounidense sembró casinos por doquiera y los politiqueros se prestaron para esa conguita y empezaron a arrollar al compás de la chambelona;  se llenaban los bolsillos y los humildes cada vez más jodidos. En Cuba había tres maneras de hacer fortuna: la política, el gangsterismo o el juego, así que una vez más parecía que los nuevos Vives sabían como ningunear al cubanensis tropicales y no había manera de que la gente abriera los ojos.

Hubo intentos de cambiar las cosas, darle un cauce distinto, pero siempre la ligereza, la falta de carácter, ese ser liviano que nos marcó se cogía las energías y las cosas no cuajaban;  hasta que llegó el cubano más parejero de la tierra, jugaba todos los deportes, le gustaban las mujeres bellas, fumaba tabaco, bebía el mejor ron; en buena lid, era un caballo; hablaba largo y bonito; y tenía eso que el cubano valora mucho: “cojones”; así que puso a sus enemigos en jaque mate al hacerle una Revolución socialista a 90 millas.  Llegó el Comandante y mandó a parar, reza una canción de un trovador  popular. Hubo excesos como en todas las revoluciones de la historia, pero también ansias de justicia. El Líder no quedó bien con algunos, pero sí tomó de la mano a los humildes y los hizo sentirse el ombligo del mundo, los que podían hablar de todo y convencer a sus rivales; tener las mujeres más hermosas; los mejores bailadores; los libertadores de las naciones africanas; su nombre lo saben los nacidos en Cuba: FIDEL CASTRO; el político que mejor interpretó el carácter del cubano; por eso me atrevería a afirmar que todos tenemos un Fifo Castro adentro, los de la Cuba nuestra americana y los de la Cuba estadounidense; nadie escapa a ese hechizo, aunque los primeros lo llamen Jesucristo y los otros, Diablo.
Un minúsculo montículo de piedra traído del río Cauto y unas cenizas en una caja de cedro, son la huella material que deja el Líder de su paso por la vida.
Fidel Castro ha muerto; los del norte esperaban un mausoleo exuberante, similar al de Lenin, Stalin, Mao Zedong, Ho Chi Minh, Kim IL Sum;   pero un minúsculo montículo de piedra traído del río Cauto y unas cenizas en una caja de cedro, son la huella material del paso del Líder por la vida. En una especie de testamento dejó escrito: nada de culto en estatuas, calles, escuelas... Fidel Castro se fue a la muerte con una certeza: viviría en espíritu; reencarnaría con seguridad, pues TODO CUBANO TIENE SU FIDEL CASTRO. TODO CUBANO SE SIENTE UN  FIDEL. YO SOY FIDEL, DICEN LOS MÁS JÓVENES.

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