Me atrevería a afirmar que todos tenemos un Fifo Castro adentro, los de la Cuba nuestra americana y los de la Cuba estadounidense |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
El
cubano nunca ha respetado autoridad alguna, sobre todo si toca sus intereses
personales; cree saberlo todo; habla tan alto que da la sensación de irse a los
puños con otro; tiene la percepción de considerarse ombligo del mundo; piensa que todas las mujeres hermosas puede
convertirlas en amantes, basta unas palabras, una coreografía danzaria y ya las
tiene a sus pies.
Alguien
medio en broma me dijo una vez, “el Bloqueo ustedes lo quitan fácil, solo
tienen que poner a bailar música cubana al Congreso de Estados Unidos y caerá
rendido a sus pies, porque son patones, no pueden contra ese ritmo, único en
sus mujeres y hombres”. Reí a boca tendida, o estaba loco, o nos creía locos;
pero había cierto encanto en sus palabras,
así que me fui con ellas a lo más íntimo y desde allí medité
profundamente sobre algo muy serio, a pesar de la jodedera.
Un
Capitán General español, Dionisio Vives, si la memoria no me falla, decía, dale
al cubano un guateque donde no falte guitarra, tiple, güiro, gallos y mujeres
hermosas y no pensará en política. Tal vez tenía razón, en esa suerte de ligereza se escondía una limitación,
utilizada por los políticos para impedir el vuelo de los grandes sistemas de
pensamiento que elevaban el espíritu y hacían pedir lo imposible.
José
Antonio Saco, sabio bayamés, observó con ojo atento el proceso de gestación de
lo cubano y llegó a conclusiones importantes: siglos de colonización habían
traído vagancia, prostitución, alcoholismo; adicciones que adormecen la
conciencia pública. Había que desbrozar esa maleza, de lo contrario nunca
seríamos CUBANOS, en el sentido civilizatorio del concepto.
Martí,
formado en las ideas de Krause y Emerson, intentó encontrar modos de construir
pensamientos emancipadores que sacaran al hombre de esa inercia; en su búsqueda
de Nuestra América encontró la raíz y concluyó en una certeza: Estados Unidos
terminaría absorbiendo la identidad de la América hispana por la fuerza avasalladora de su
cultura y economía, tal vez por eso dijo: “un error en Cuba, es un error en la
humanidad moderna”. En algún momento de su vida, un diario de Estados Unidos
llamó a los cubanos afeminados, haraganes, incultos y la reacción de Martí fue
lúcida: el cubano brilla en el universo por su capacidad; se explaya en la
defensa de esa idea mediante una caracterización que a todas luces persigue derrumbar ese pensamiento musical, poco dado a los asuntos del espíritu; que ya Dionisio
Vives había visto en su mando en Cuba.
Leland
Jameks, en un libro titulado “Nuestra colonia de Cuba”, escribe más o menos así:
“Mientras las grandes naciones del mundo se debatían en una guerra devastadora,
en mi Cubita querida todo era alegría y fiesta”, en otras palabras, durante los
años republicanos, la Perla
del Caribe se convirtió en el mayor prostíbulo de América; la mafia
estadounidense sembró casinos por doquiera y los politiqueros se prestaron para
esa conguita y empezaron a arrollar al compás de la chambelona; se llenaban los bolsillos y los humildes cada
vez más jodidos. En Cuba había tres maneras de hacer fortuna: la política, el
gangsterismo o el juego, así que una vez más parecía que los nuevos Vives
sabían como ningunear al cubanensis tropicales y no había manera de que la
gente abriera los ojos.
Hubo
intentos de cambiar las cosas, darle un cauce distinto, pero siempre la
ligereza, la falta de carácter, ese ser liviano que nos marcó se cogía las energías
y las cosas no cuajaban; hasta que llegó
el cubano más parejero de la tierra, jugaba todos los deportes, le gustaban las
mujeres bellas, fumaba tabaco, bebía el mejor ron; en buena lid, era un caballo;
hablaba largo y bonito; y tenía eso que el cubano valora mucho: “cojones”; así
que puso a sus enemigos en jaque mate al hacerle una Revolución socialista a 90 millas. Llegó el Comandante
y mandó a parar, reza una canción de un trovador popular. Hubo excesos como en todas las
revoluciones de la historia, pero también ansias de justicia. El Líder no quedó
bien con algunos, pero sí tomó de la mano a los humildes y los hizo sentirse el
ombligo del mundo, los que podían hablar de todo y convencer a sus rivales;
tener las mujeres más hermosas; los mejores bailadores; los libertadores de las
naciones africanas; su nombre lo saben los nacidos en Cuba: FIDEL CASTRO; el
político que mejor interpretó el carácter del cubano; por eso me atrevería a afirmar
que todos tenemos un Fifo Castro adentro, los de la Cuba nuestra americana y los
de la Cuba estadounidense;
nadie escapa a ese hechizo, aunque los primeros lo llamen Jesucristo y los otros,
Diablo.
Un minúsculo montículo de piedra traído del río Cauto y unas cenizas en una caja de cedro, son la huella material que deja el Líder de su paso por la vida. |
Fidel
Castro ha muerto; los del norte esperaban un mausoleo exuberante, similar al de
Lenin, Stalin, Mao Zedong, Ho Chi Minh, Kim IL Sum; pero un minúsculo montículo de piedra traído
del río Cauto y unas cenizas en una caja de cedro, son la huella material del paso del Líder por la vida. En una especie de testamento dejó escrito: nada de culto en estatuas, calles,
escuelas... Fidel Castro se fue a la muerte con una certeza: viviría en
espíritu; reencarnaría con seguridad, pues TODO CUBANO TIENE SU FIDEL CASTRO. TODO CUBANO SE SIENTE UN FIDEL. YO SOY FIDEL, DICEN LOS MÁS JÓVENES.
¡¡¡ EM-PIN-GAO!!!
ResponderEliminarUN GRAN ABRAZO.