Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
De niño crecí oyendo hablar
de temblores, mamá temía de ellos, por eso siempre que había uno su “Virgen María Purísima, líbranos de
todo mal” y sus oraciones a voz de
cuello, me tocaban las fibras más esenciales del corazón. Mamá decía su palabra a ese ente que yo no veía,
se sabía escuchada; nunca nuestra casita de tablas y yarey
fue derribada por ningún fenómeno de ese tipo. La Virgen en verdad
siempre escuchaba a mamá. Recuerdo la acompañaba una vez a la semana al río
Maibío a lavar. Nos íbamos oscuro, a una poza famosa que
todos llamaban la de Chichí Salomón, un viejo cascarrabias que siempre
creía tener la razón en todo, por eso el apellido. Una de esas tantas
ocasiones, los perros maullaban y corrían en círculos, las aves volaban como
asustadas, dejando sus huellas en el aire; al mirar, uno sabía que habían
pasado, pero no podía verlas. Las vacas bramaban en los potreros cercanos, una y otra vez lo hacían. Mamá miró a lo alto
del Santísimo, como ella decía e intuyó algo raro: “Parece que habrá temblor de
tierra” y minutos después, aquel sonido fuerte, esa sensación de vértigo y el cuerpo casi se nos iba de las manos. A
veces decíamos, es un barreno, aludiendo a las descargas de la Pedrera
cercana; sin embargo, el sonido punzaba
los oídos y producía dolor de cabeza. La
dinamita no generaba eso. Mamá lo sabía muy bien, por eso predecía el temblor
con una lucidez a prueba de ciencia.
De niño a hombre he sentido muchos temblores; siempre tuve las certezas de mamá; pero este 17 de enero de 2017, a las 4.12 a.m me había levantado; mi mascota Cuquita ladraba, sobre sus patas traseras me lamía las manos. La tomé en mis brazos; al ponerme en pie, aquel sonido; más fuerte que un barreno; sensación de vacío, casa girando, todo parecía venirse encima. Me vine al Facebook, a Twitter; escribí allí; varios amigos al otro lado me hablaron de sus dimensiones, lo terrible del asunto. Pensé en Santiago de Cuba, si la habría dañado; hablé a conocidos y la calma llegó. Puse la televisión y nada; prendí la radio nacional y también silencio. Un amigo me dijo por el chat el dato: 5.8 en la escala de Richter, me alarmé al saberlo, quise conocer la fuente y dijo “Magdiel, el de Haciendo Radio acaba de confirmarla a mi teléfono”; minutos después precisó: “CMKC interrumpió su programación e informó el dato con precisión científica. 5.8 es el número”. Al saberlo, salí a la calle; todos los vecinos allí, esperaban las réplicas; nadie quería volver a los hogares. El frío era terrible, pero la gente resistía. A las seis y media empezó el retorno. Prendí la tele y la revista Buenos días no lo puso en los titulares, al parecer no sabían nada de lo ocurrido. Minutos después el locutor de voz gruesa informó sobre el hecho y citó un twitter de alguien, ni siquiera mostró las etiquetas que ya circulaban sobre el sismo, después volvió sobre la información y compartió los datos de un periodista santiaguero colocados en Facebook; así supo Cuba, gracias a las redes sociales, lo que había pasado en las provincias orientales sobre el sismo, sobre todo en Santiago de Cuba y Granma, donde se sintió con una gran intensidad y duración de 10 segundos. Mi muro en Facebook estaba encendido, llovían los comentarios de personas residentes en el exterior; todos agradecían la información compartida. Los medios tradicionales no habían despertado al día y ya la gente lo sabía todo.
De niño a hombre he sentido muchos temblores; siempre tuve las certezas de mamá; pero este 17 de enero de 2017, a las 4.12 a.m me había levantado; mi mascota Cuquita ladraba, sobre sus patas traseras me lamía las manos. La tomé en mis brazos; al ponerme en pie, aquel sonido; más fuerte que un barreno; sensación de vacío, casa girando, todo parecía venirse encima. Me vine al Facebook, a Twitter; escribí allí; varios amigos al otro lado me hablaron de sus dimensiones, lo terrible del asunto. Pensé en Santiago de Cuba, si la habría dañado; hablé a conocidos y la calma llegó. Puse la televisión y nada; prendí la radio nacional y también silencio. Un amigo me dijo por el chat el dato: 5.8 en la escala de Richter, me alarmé al saberlo, quise conocer la fuente y dijo “Magdiel, el de Haciendo Radio acaba de confirmarla a mi teléfono”; minutos después precisó: “CMKC interrumpió su programación e informó el dato con precisión científica. 5.8 es el número”. Al saberlo, salí a la calle; todos los vecinos allí, esperaban las réplicas; nadie quería volver a los hogares. El frío era terrible, pero la gente resistía. A las seis y media empezó el retorno. Prendí la tele y la revista Buenos días no lo puso en los titulares, al parecer no sabían nada de lo ocurrido. Minutos después el locutor de voz gruesa informó sobre el hecho y citó un twitter de alguien, ni siquiera mostró las etiquetas que ya circulaban sobre el sismo, después volvió sobre la información y compartió los datos de un periodista santiaguero colocados en Facebook; así supo Cuba, gracias a las redes sociales, lo que había pasado en las provincias orientales sobre el sismo, sobre todo en Santiago de Cuba y Granma, donde se sintió con una gran intensidad y duración de 10 segundos. Mi muro en Facebook estaba encendido, llovían los comentarios de personas residentes en el exterior; todos agradecían la información compartida. Los medios tradicionales no habían despertado al día y ya la gente lo sabía todo.
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