Me encantan las fabulillas porque siempre tienen una moraleja en los pueblos sencillos, sin esas miras elevadas para entender lo real. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Donde vivo la gente piensa
con mente estrecha, su mundo real se reduce al caminar diario; los grandes sistemas de pensamiento no entran
en sus intereses; los clásicos de la
literatura tampoco; su lógica es
sencilla: vivir el hoy con un pragmatismo que la vieja Europa llamaría
insultante, sobre todo la Alemania filosófica y matemática, esa que admiramos
muchos, pero que no podemos realizar en lo intelectual, porque somos, sobre
todas las cosas, Latinos. Pensamos con
el corazón y no con las razones; creemos
lo que nos sugiere el sentido común. Las abstracciones no entran en el campo de
lo concretamente pensado; quizás por eso,
un hombre de la talla de Jorge Mañach, nos retrató en esa ligereza tan criolla,
que se insulta con algo, sin conocerlo a
ciencia cierta; sin valorarlo con toda justicia en lo que es y no en lo
que llega sensorialmente como percepción
sin intelecto elaborado. Escribo literatura en mis ratos de ocio, la comparto
en mi blog Caracol de agua cuando puedo
hacerlo y siento que tiene el peso de lo eterno. Me encantan las fabulillas
porque siempre tienen una moraleja en los pueblos sencillos, sin esas miras
elevadas para entender lo real. A veces lo concretamente pensado allí, sacude la
inercia, eleva la soberbia; algunos se sienten aludidos en las fabulillas, pero
la literatura es ficción, sólo eso; aunque a veces parezca un espejo paseado a
lo largo del camino y una que otra
persona se sienta retratada en las imágenes construidas. Si mi literatura despierta pasión y hasta soberbia, es señal de que voy por buen camino.
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