Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Vivo
en un pueblo de provincias en el oriente de Cuba llamado Contramaestre donde un
viejo central, llegado en los inicios del siglo XX, contamina la atmósfera con
una lluvia permanente de bagacillo.
Días
y noches reciben sus efectos. Es imposible vestir de blanco. Si no proteges la cabeza con un algún
sombrero, gorra, pañoleta o sombrilla, el cabello es tomado por este señor de ropa
negra y enorme poder para tiznarlo todo.
Uno
piensa en China, la gente con nasobucos ante la contaminación del aire; pero aquí los lugareños no tiene percepción
de riesgo y se han adaptado a respirar un aire denso; llevan las fosas nasales
al descubierto y con resignación barren
la casa una y otra vez, yo diría que tantas veces como el no grato inquilino
hace acto de presencia.
Al
conversar con la especialista de medio ambiente en Contramaestre, ella reconoce
este factor de riesgo para la salud; por
eso insiste en la necesidad de adquirir tecnología de punta que mitigue la
lluvia de bagacillo que hace casi imposible la vida de las familias por estos
lares.
Al
terminar este texto, la lluvia de negro se
lanza con fuerza sobre mi pequeña casa; cerré puertas y persianas para
rechazarla, pero siempre alguna hendija dejaba entrar la brizna quemada y al
pasar mis manos sobre el cabello, salían pintadas con la noche terrible de un
inquilino que ya nos acompaña por más de un siglo.
Al
salir a la calle, grandes llamaradas a la vista; la gente a trote para verlas;
era un cañaveral cercano; también se sumaba al concierto del bagacillo, porque
la brizna subía a lo alto del cielo, y desde allí, junto a la humareda negra, caía
sobre el pueblo sin clemencia alguna.
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