Peleo, sufro y me desgasto por la vida que quisiera para mí y los míos, desde aquí. Será “la utopía de las utopías” para algunos. O un sueño estúpido. Pero es el mío. |
Por Luis Alberto García (Cuba)
Soy un mambí
incómodo. Insurrecto. Siempre irredento. Los que me quieren mucho, los que me
quieren menos, los que me aborrecen y hasta los que no confían en mí, saben que
acierto y yerro, siempre por convicción y no por compulsión. Es lo que hace que
a diario ponga la cabeza en la almohada sin arrugas internas.
Si opino acerca
de tantas cosas vitales y banales, y comparto aquellas que me mueven el piso en
las escasas ocasiones en que consigo planear por Facebook, no quiero ni puedo
ahora dejar de decir lo que pienso, sin presiones ni sugerencias y a mi manera,
acerca de la obra protagonizada por el actual presidente estadounidense en un
teatro de La Florida
hace varios días:
No me gustó la
locación, ni el nombre de la sala, ni el casting, ni la figuración, ni el
contenido del libreto, ni la dramaturgia, ni las actuaciones, ni la labor de
los asesores históricos (imagino que los hubo), ni la escenografía, ni la
música. Los departamentos de vestuario y maquillaje funcionaron bien.
Se me antoja
desde todo punto de vista, imposible, prestarle atención a un grupo de cubanos
que asegura querer lo mejor para su gente y que pretenda hacerlo bajo una
bandera y un himno que no son los de su país de origen. Está raro eso. Muy
raro. No va conmigo. Hiede a anexionismo a 90 millas de distancia.
Si ese mismo
grupo aplaude de manera harto entusiasta que a su gente la sigan hostigando y
tratando de rendir por hambre y más miseria, automáticamente no comulgo con él.
Y conmigo, una inmensa mayoría que en este archipiélago hemos pasado las
verdes, las maduras y las podridas. De igual manera, me consta que hay cientos
de miles de compatriotas diseminados por todo el mundo, que quieren que
terminen la asfixia y el cerco a sus iguales, que dura ya varias décadas.
Que el grupo de
actores y extras en aquel “motivito”, además, vitoree la vuelta a la larga noche
de bravuconerías y ukases imperiales de Goliat contra David, asusta y lo
descalifica por completo en sus esperanzas de incidir en la vida futura de su
pueblo. Los pueblos tienen memoria de elefante. Y el odio es mala hierba.
Las cosas iban.
Lentas, pero iban. Obama y Raúl respetando y, sobretodo, respetándose, lo
consiguieron para bien de dos naciones, de dos pueblos. Pudiera decir que hasta
para bien del continente. Más aun, de la Patagonia hasta Alaska.
Ahora nos
regresaron al stop motion. Al
dominó trancado con los dos equipos llenos de fichas gordas. Porque si Goliat
se pone guapo, por muy grande que sea, David no come miedo. Como siempre ha
sido.
Hay muchas cosas
buenas que me emocionan de mi tierra. Y otras muchas no me agradan del país
actual que habito. Peleo, sufro y me desgasto por la vida que quisiera para mí
y los míos, desde aquí. Será “la utopía de las utopías” para algunos. O un
sueño estúpido. Pero es el mío. Y en ese sueño, equivocado o no, la bandera
tiene una sola estrella y suena el Himno de Bayamo. Y en él caben todos los
nacidos bajo las palmas reales y sus descendientes, más allá de sus posturas
ideológicas o políticas siempre y cuando piensen y defiendan de corazón, con
hidalguía y sentido común, lo que será mejor, de verdad, para todos los
cubanos. Aquello de “con todos y para el bien de todos” no es letra muerta.
No me gustaría en
absoluto que el presidente cubano intentara bailar en casa del Trump. No lo ha
hecho. Y no lo hará.
De la misma
manera no quiero que el Trump quiera dirigir las coreografías en la casa mía.
No tiene clave.
PD: Y ahora,
vengan a por mí los talibanes de todas las denominaciones. Estoy listo.
(Tomado
de La Jiribilla)
¡¡¡ASÍ MISMO, COMPAY!!!
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