lunes, 11 de septiembre de 2017

Miles de personas despidieron al poeta y hermano Eduard Encina en Baire



Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Llovía intermitentemente la noche del viernes, un aguacero y otro. Abordamos una guagua y en medio de descargas eléctricas desafiamos a Irma y fuimos a la casa de cultura de Baire;  allí velas prendidas y un pueblo congregado en oración.  No había espacio ni para estar de pie. Cuando los vientos del Huracán arreciaron,  estoicamente resistimos. Adentro yacía inerte, el que fuera cuerpo de un poeta amigo, hermano. Una larga hilera para llegar a él, darle un último adiós. Al estar ante sus restos, un nudo en la garganta se apoderó de mí y sentí un profundo dolor en el alma. 44 años, dos hijos, una mujer enferma, un padre viejo y bueno;  todo quedaba atrás y él se iba a otro reino. Bajo agua tuve que volver a casa, todo a merced de la soledad, los vientos.  Mi hipertensión descontrolada;  hizo sangre mi cuerpo y empecé a expulsarla por la nariz,  la boca. Busqué equilibrio en recuerdos buenos, pensamientos luminosos y encontré unas horas de sueño. Al volver de Morfeo, regreso a Baire; ya más calmado, realista, sabedor de la muerte de mi amigo; sin nada qué hacer. Así esperamos la misa de la iglesia a la que pertenecía, que tuvo momentos éticos elevados y palabras memorables de su reverendo. La Asociación Hermanos Saíz agradeció tanta entrega del bardo;  seguiría junto a ella en los nuevos tiempos como paradigma. No hubo pan y circo; no hubo artificio; todo el simbolismo de la muerte del poeta lo asumió la Iglesia Bautista. Textos cristianos compuestos por Encina fueron interpretados por el coro de feligreses. Había lágrimas, pasiones exaltadas, recuentos. La esposa en un gesto temerario subió a escena y desde lo alto despidió a su esposo y habló de sus hijos, el padre, sus amigos y sobre todo de su DIOS. Luego el féretro  fue tomado en brazos por cristianos honestos y acompañado de miles de personas, partió en peregrinación a su destino final. Nunca antes Baire había vivido algo así, tan espontáneo, conmovedor. Ha muerto Eduard Encina que como Vallejo  sabía el día, el aguacero;  la memoria imborrable de su paso por la vida.  

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