Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Llovía intermitentemente la noche
del viernes, un aguacero y otro. Abordamos una guagua y en medio de descargas
eléctricas desafiamos a Irma y fuimos a la casa de cultura de Baire; allí velas prendidas y un pueblo congregado
en oración. No había espacio ni para
estar de pie. Cuando los vientos del Huracán arreciaron, estoicamente resistimos. Adentro yacía inerte,
el que fuera cuerpo de un poeta amigo, hermano. Una larga hilera para llegar a
él, darle un último adiós. Al estar ante sus restos, un nudo en la garganta se
apoderó de mí y sentí un profundo dolor en el alma. 44 años, dos hijos, una
mujer enferma, un padre viejo y bueno;
todo quedaba atrás y él se iba a otro reino. Bajo agua tuve que volver a
casa, todo a merced de la soledad, los vientos.
Mi hipertensión descontrolada;
hizo sangre mi cuerpo y empecé a expulsarla por la nariz, la boca. Busqué equilibrio en recuerdos
buenos, pensamientos luminosos y encontré unas horas de sueño. Al volver de
Morfeo, regreso a Baire; ya más calmado, realista, sabedor de la muerte de mi
amigo; sin nada qué hacer. Así esperamos la misa de la iglesia a la que
pertenecía, que tuvo momentos éticos elevados y palabras memorables de su
reverendo. La Asociación Hermanos Saíz agradeció tanta entrega del bardo; seguiría junto a ella en los nuevos tiempos como paradigma. No hubo pan y circo; no hubo artificio; todo el simbolismo de la
muerte del poeta lo asumió la Iglesia
Bautista. Textos cristianos compuestos por Encina fueron
interpretados por el coro de feligreses. Había lágrimas, pasiones exaltadas,
recuentos. La esposa en un gesto temerario subió a escena y desde lo alto
despidió a su esposo y habló de sus hijos, el padre, sus amigos y sobre todo de
su DIOS. Luego el féretro fue tomado en
brazos por cristianos honestos y acompañado de miles de personas, partió en
peregrinación a su destino final. Nunca antes Baire había vivido algo así, tan
espontáneo, conmovedor. Ha muerto Eduard Encina que como Vallejo sabía el día, el aguacero; la memoria imborrable de su paso por la vida.
PERDIMOS UN CREADOR DEL PUEBLO Y PARA EL PUEBLO.
ResponderEliminarDIOS LO TIENE A SU LADO.