Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Un “amigo” bajo sospecha. Unos
dicen que para despojarlo de su teluricidad se dicen cosas. Las ofrendas
florales a la vista pública. El pueblo sencillo con los ojos metidos allí. Barrios
movilizados. Mucha gente extraña. Una llamada telefónica. La noticia cual
pólvora sacude. “Era uno de los nuestros”,
dice un viejo en su caqui planchado. Entonces la gente lo eterniza en un duelo
mitológico y olvidan al poeta, al narrador y lo llaman Tabo, ñángara y se tejen
historias siniestras. Alejo, Virgilio, Mario, Lezama, Gabriel, lo
apartan de su arca, aunque Eliseo Alberto lo defiende, Luis Rogelio Nogueras
también. El arca parte al futuro, muy
pequeñito se ve al “amigo”, pero va entre los poetas; su obra habla, es su
mejor expediente. Los ñángaras inician el festín de Calíope, saben que un
mártir puede ser símbolo y eso no es bueno para los pueblos pequeños. Vendrán cantatas,
homenajes, quizás amnesias provocadas; pero el ágora lo magnificará hasta disecarlo
como animal común. Cerrados aplausos en el coliseo del patrioterismo; siempre los
tendrá, aunque no lean sus libros de poemas, ni entiendan sus ensayos. Pan y
circo. Todo respira el nombre de mi “amigo”; pero el va muy tranquilo en el arca, a pesar
de las sospechas, porque sus poemas bastan para no olvidarlo. Los grandes poetas alcanzan el cielo; aunque algunos quieran fijarlos a la tierra.
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