Los huevos de mi humilde granja personal. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Todos
los días recojo cinco o seis huevos de mi patio, me cuesta mucho sostener a mis
aves con dos comidas diarias, una en la mañana y otra en la tarde, pues la lata
de pienso (así le decimos en oriente), cuesta 80 pesos, unos tres dólares.
Imaginen ustedes cómo poder con eso. Pero si no lo hago, estoy a merced del
huevo en polvo, o del que llega a la tienda. Algunos personas me han dicho que
es una carga tremenda, a ellos les respondo, como huevos de verdad, los
míos, cada día los recojo frescos y eso
me hace feliz; de vez en cuando, vendo algunos, pues a veces se juntan veinte,
treinta y a las familias les gusta más el huevo criollo que el de granja. Al
mes debo comprar cuatro latas, 320 pesos cubanos (unos trece dólares), es verdad
que si no invento con otros suplementarios para alargar las comidas, el
bolsillo estalla como una cafetera y me quema los días de forma arrolladora. Por
eso tengo que vender algunos, porque recupero algo y puedo comprar dos latas y
media; así respiro; floto. Diría un sabio cubano al referirse a la insularidad
económica y política de la isla en el pasado republicano, “los cubanos siempre
flotan, aunque se estén hundiendo”. Pero una cosa si tengo clara, no como huevo
en polvo, no va con mi naturaleza guajira, mi madre vieja me enseñó que para
alimentarse bien, había que comerlos criollos y recogidos en el patio de casa;
nada como lo de uno. Respeto al que no piensa así, pero eso de comer huevo
inventado, no va conmigo. Yo soy del campo caballero y con esa filosofía me iré
a la tumba, aunque viva en la ciudad más cosmopolita del mundo.
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