La noche es
un gato que pasa
muy lejos.
Yo quiero
ser ese gato,
robar el
viento,
tomarme el
hechizo del polen;
pero no hay
un mago para complacerme,
ni soy un
personaje de Había
una vez.
Soy un
caracol forzado
a girar en
torno a un tanque de cemento,
donde mi
padre orina cada noche
y puede
aplastarme con la suela de su zapato
el día menos
pensado
y seré
polvo,
sin antenas,
ojillos,
sin aquel
lucero
al amanecer
que mostraba
a mi madre
cuando creía
ser un niño feliz
que cazó
mariposas azules
y habitó un
asteroide
donde había
un árbol,
por donde se
subía al cielo
en una noche
de Puerto Príncipe.
Nunca más
seré ese niño,
aquel que su
madre vieja
acunó en una
palabra inmensa
llamada
amor.
El amor es un gato azul
que voló lejos
y no hay
forma de hacerlo regresar
a la patria
de Carolinas
y Alejandras.
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