Por Arnoldo Fernández.
Lo supe hace dos noches, cuando el calor casi me provoca un infarto y ni siquiera el sombrero podía calmarme. No se las veces que tomé agua, pero esa sensación opresiva me recordó lo breve que puede ser la vida cuando no logras calmar la sed y vas de la cama al refrigerador ocho o diez veces, hasta que un extraño sopor te anula, cierras los ojos y pones en manos de Dios tu capacidad de resistir. Volvieron, es una certeza que nunca se irán. Volvieron sin preguntar si alguien los quería de vuelta. Volvieron para llevarse a los que, como yo, van ocho o diez veces al refrigerador por un trago de agua, uno sólo para calmar el desespero e imaginar que tal vez mañana regresen más temprano, un poco más temprano Dios, porque si lo hacen a la hora acostumbrada, una mañana me levanto tirándole piedras al sol.
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