Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Siempre lo veía pasar durante el mediodía o cerca de la noche , creía que recogía latas de cerveza para venderlas en materia prima y tener un dinerito. Hoy decidí seguirlo por curiosidad, entonces ocurrió lo que nunca imaginé posible: sentado en medio de un basurero, comía los desechos que recogía. Me saltó el corazón en el pecho, corrí a casa, preparé un jugo de mango, lo envasé en una botella plástica, tomé un pan, regué un poco de aceite, unos granos de sal y volví. Él seguía allí, descansando, con los ojos y la mente ida. Le hice una señal y entendió, puse en sus manos mi modesta ayuda. Comió con infinita avidez. Me dio las gracias. Lo ayudé a ponerse de pie. Aquellos ojos sorprendidos escudriñaron todo mi ser, luego echó a caminar, despacio, muy despacio, apoyándose en el bastón. Seguí su cuerpo hasta que se perdió en las calles del pueblo. Si lo ves cerca de tu casa, no dudes en ayudarlo, nadie sabe lo que nos espera mañana.
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