Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Para Diana, mi esposa.
Perrito juega a morirsus ojos cansados no le permiten ver el peligro
una y otra vez cruza la carretera
no siente el claxon de los autos
ha perdido el norte de sus amos
no tiene esperanza.
Una y otra vez cruza.
Cruza sin imaginar que bajo una rueda
la muerte espera
para acunarlo en el silencio.
Una y otra vez cruza.
El hombre quiere salvarlo
emite un silbido
pero perrito no tiene oídos
no puede descifrar la palabra amiga.
Sólo le queda el olfato
por eso husmea husmea
pero no encuentra ningún olor familiar
que devuelva el hogar.
Perrito tuvo familia
hasta un amo que lo adoraba
pero un día se fueron
no supo adónde.
Desde aquel momento
todo parecía tan lejano
tan perdido
que casi se muere.
Su casa fue invadida por extraños.
Decidió irse
trotar como el Quijote de las lecturas
que tanto disfrutaba en la biblioteca de su amo
por un instante imaginó reinos donde no faltaban buenos huesos
y una mano cariñosa para alisarle el pelo
pero al volver a la realidad
no tenía destino
había caído en el laberinto de la muerte
por eso cruzaba una y otra vez la carretera
sin escuchar el claxon de los carros
que se compadecían de él
y lo dejaban vivir en aquel ir y venir
que en cualquier momento acababa.
El hombre casi es arrollado
cuando de su boca sale un nuevo silbido
y trata de guiarlo a la esperanza
pero perrito no tiene oídos
sólo el olor que sus viejos amos
dejaron antes de irse a vivir a un país
lejano rodeado por un inmenso mar.
Perrito puso sus patas delanteras
sobre aquellas aguas y un tal Virgilio Piñera
también perro como él dijo:
“Un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir…”
Perrito agradece el enigma al extraño colega
lo comprende mejor al hundirse en su propia muerte
pues sabe al fin el peso de la isla
en el amor que se llevaron sus amos.
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