sábado, 6 de febrero de 2016

Lo que muchos cubanos hablan en la calle




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

Al cubano le importa saber  del licor fermentado más allá de los mares del norte revuelto y brutal.  No está para catecismos. No tiene reyes en el pecho. Ya no le arrancan lágrimas los melodramas. Cierra los ojos. Busca algo que no llega y siente; alguien dijo: “el camino de Dios”. En la confusión unos tambores le asustan. Alguien dice a su oído que Julio César cortó la cabeza a los traidores; entonces recuerda a los que aprendieron a volar,  a no envenenarse con el rastro de los bisontes y  ve pasar las bijiritas del Caney, el fino encaje del Contramaestre. A ese mismo cubano le importa saber cómo son los estrechos; nunca ha visto ninguno. Habla en el parque Jesús Rabí de un glaciar que unirá los mares, quizás un terremoto, un tsunami. Tal vez vuelva a los continentes, dice otro cubano, quizás olvide el trauma de Carpentier y su malograda novela de la revolución, riposta un escritor.  Tal vez cace osos en Siberia, -piensa el primero-, hasta probablemente coma ternera valenciana; pero de seguro tendrá un arbolillo de navidad, comerá manzanas;  y sobre todas las cosas, escribirá libros de cocina que recuerden la harina de maíz con leche, tan valorada por  el paladar de su madre vieja.  Cada día, asegura el escritor, se irá a la cama temprano y olvidará aquellas canciones antológicas, donde todos decían lágrimas negras a coro y terminaban hablando de abundancia en la mesa, mujeres amadas y rones baratos en los mercados del pueblo.

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