Me correspondió el honor de presentar "Lupus", para el público lector de Contramaestre. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Eduard Encina ha ganado visibilidad en el mapa
poético cubano por un conjunto de cuadernos que han trascendido las líricas
depresivas de municipios, donde la queja, la denuncia y la lloradera, campean
por sus fueros. Los que conocemos toda su obra sabemos que lo social siempre ha
estado presente en su quehacer, como una especie de obsesión, por eso me atrevo
a afirmar que sus poemas mayores son viñetas cronicadas de la realidad que
marca sus días.
En
su última entrega editorial ha cambiado esa estética, al volcarse completamente
al mundo de lo íntimo y desde allí visibilizar familia, amigos y vida
cotidiana.
El
cuaderno está bautizado con el nombre “Lupus”, un homenaje simbólico a su
esposa, portadora de esa enfermedad sistémica y animadora principal del poema
mayor que forma parte del libro, igualmente titulado de esa manera.
“Lupus”
tiene como estrategia discursiva la presentación, casi fotográfica, de un
universo que va de la enfermedad asechando la estabilidad del hogar, a las
obsesiones de un hombre por sobrevivir los días y no convertirse en zombi, de
esos que caminan a ritmo de reggaetón y van adonde lo lleven las olas.
Este
libro apuesta a la resistencia, a las zonas de fe que necesita el ser humano,
para imponerse en el reino cotidiano y no terminar barrido por la inercia, ese
agente contaminante de la voluntad, que ata los pensamientos a la deriva y hace
a las personas adictas a la resignación.
¿Qué
decir de su calidad editorial? Quizás no está a la altura del poemario que
sirve a los lectores; incluso pudiera
argumentarse que su tirada es demasiado limitada pues son solo quinientos
ejemplares, que en realidad, deben haberse quedado en Pinar del Río y quizás en
algunas librerías de La Habana. De
hecho pertenece al sello “Hermanos Loynaz” y fue merecedor del “premio poesía”,
de la citada casa de vuelta abajo.
Diría
también que estamos ante una obra de tránsito, un momento de replanteos
temáticos y búsquedas, quizás urgido por el agotamiento de esas zonas que
con mucha reiteración están en libros como “De ángel y perverso”, “El perdón
del agua”, “Golpes bajos” y “Patmos”, donde el poeta es un arcano que carga
contra la historia, la libertad, la anomia y el dolor.
Alguien
dijo que esas líricas deben superarse e instaurar otro reino, donde el
sujeto poético explore nuevas sensibilidades de lo cubano y universal, para no
seguir orbitando sobre algo que exalta todo el escepticismo del ser y no lo
deja proyectarse a la futuridad.
Esta
vez no estamos ante una obra donde la lloradera es fuente de la
versificación; creo que su autor tiene muy claro las nuevas zonas de fe que
pretende recuperar para sus días. Ojalá
y el fantasma de lo analógico no traicione al “Cimarronzuelo.cu”, que visualiza
un nuevo estado de lo nacional en “Lupus”, pero ya montado sobre el arca de lo
digital, sin dejar de ser totalmente cubano: “cimarronzuelo, molde en qué
repartir la mansedumbre, el instinto de la piedra inmóvil, con el brazo en
alto”.
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