lunes, 14 de marzo de 2022

PERIODISMO EN CUBA, NARRAR LA VERDAD ES UN DERECHO (Opinión)

Por Arnoldo Fernández Verdecia. 

El día que la verdad salta ante tus ojos y prefieres ignorarla por espíritu de acomodamiento, conveniencia, miedo o sencillamente porque perdiste la capacidad de sentir por los otros, murió el periodista que llevas dentro. 

Cuando pasas por un lugar, ves un problema y prefieres tomar otro camino, ignorar lo que allí sucede, no atreverte a contarlo desde formas críticas en el mejor sentido, siempre para alertar, educar, proponer; dejaste de ser periodista. 

Si tus maneras de hacer, decir, no gustan a un censor, es porque tienen una carga de verdades que no tolera en su espacio vital; si decides complacerlo para seguir teniendo salario, comida, un ritual diario, ya no eres periodista.

Elegir un modo de ser ético tiene un altísimo costo espiritual que muchos no se atreven a llevar como destino, en una profesión que castiga y premia con la misma severidad que un emperador. 

Sacrificar la dignidad profesional en aras de sobrevivir porque llegan a la jubilación los más adaptados, es morir sin nunca haber probado el supremo encanto de la verdad dicha con látigo y cascabel. 

En una redacción hay múltiples maneras y modos de pensar y hacer el periodismo; pero el día que alguien secuestra la individualidad en nombre de cualquier doctrina o partido político,   impone modelos autoritarios, rigurosamente centralizados, utiliza el miedo, la difamación, como armas; la profesión está en peligro de muerte. 

Decir la verdad es la más sagrada de las misiones del buen periodismo; negarla, esconderla, evadirla o manipularla para justificar altos o mediocres fines políticos, es traicionar el espíritu del arte de contar lo más duro, incluso lo más difícil con belleza de lenguaje y realización impecable. 

Periodismo es memoria, nombrar lo innombrable, registrar la huella del hombre, convertirla en patrimonio del futuro.  Negar ese derecho es sacrificar la esperanza en nombre de caudillismos locales, regionales, nacionales, globales, que necesitan del olvido para gobernar con más comodidad. 

Yo creo en el periodismo que arriesga cruzar la frontera de lo desconocido y sale de allí, premiado por la luz que una buena historia puede aportar a la virtud, la decencia, el crecimiento ético. 

Los censores siempre harán todo para apagar la luz de un buen ejercicio, es lo mejor que saben hacer; por eso acuden a todo, incluso a lo más sucio para difamar, restar, dividir, echar a unos contra otros y recibir así la miel sobre hojuelas tan vital en sus tronillos de cristal. No pueden, no quieren, ni un pírrico fuego de piedrecillas; los censores creen ser la verdad, su poder es demasiado débil y hay que sostenerlo con lo invisible.

Creeré en el periodismo el día que los medios se parezcan a la realidad que vivo a diario, cuando la verdad pueda narrarse sin miedos y la memoria no sufra de amnesia, porque los periodistas de ayer no contaron el hoy con la responsabilidad necesaria. 

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