miércoles, 18 de diciembre de 2013

Llego a la edad de los apóstoles desde Cuba

Ojalá y aprehenda a ser ciudadano universal, sin las falsas vanidades de aquel aldeano tan criticado por José Martí.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

Reza un viejo adagio que la vida de un hombre no está completa si no ha escrito un libro, ha plantado un árbol y tiene hijos. Llego a la edad en que murió José Martí, el apóstol de las libertades de Cuba, 42, sin haber logrado la suma de esa trinidad que hace al hombre profeta en su tierra.

Cuando quise tener mis hijos, el Periodo Especial rugía arrollando todo lo profundamente humano; perdí a la mujer amada, pues un caballo alado, procedente de la lejana Europa cargó con ella y la llevó al reino donde tenía todo lo que mi menguado bolsillo no podía darle. Recuerdo con tristeza la despedida, estábamos a 21 de marzo de 1994, ese día se maquilló como nunca lo había hecho, calzó los mejores zapatos, de los dos pares que tenía, puso su mejor vestido y salió a la calle, recordé un estribillo que de niño me gustaba cantar: “te miraste en el espejo y te viste juvenil...”, no quise seguirlo hasta el final, no podía quitarme de arriba ese destino. El amor  se iba en vuelo chárter. No me quedó otra cosa que agarrarme a la poesía. Desde ese tiempo doloroso fui romántico, bebedor hasta morirme; las personas que me conocían de antes no daban crédito al cambio, no era posible esa metamorfosis, pues antes fui humanista, yo diría que profundamente humanista, al extremo de creerme el hombre nuevo que imaginara el Che Guevara; ahora me sentía otro ser, atento a la señal de las brújulas.  

No llegaron los hijos, pues mi casa la habitaban varias familias y cada una se las arreglaba para salvarse mezquinamente; la última vez que la cigüeña tocó a mi puerta, busqué auxilio en los atardeceres y sólo llegaban a mis argumentos sombras negadas a la posibilidad de abrigar aquella vida que Dios me enviaba. Todo se apagó a partir de entonces, pues de tanto escapar de lo más natural que todo ser humano quiere, la vida se encargó de recordarme mis errores, mis miedos y todo quedó congelado. He salido muchas veces a asomarme a las ventanas, pero las cigüeñas nunca más regresaron.

Árboles he plantado muchos, no recuerdo cuántos, pero no se qué sucedió con ellos, pues nunca lo hice atado a un territorio, sino en aventuras quijotescas por muchos lugares de la isla. No sé si dieron frutos, si aún permanecen en pie, o algún huracán los tiró al suelo y nadie los recuerda. Lo cierto es que ahora tengo tres pequeños mangos en el patio y dos de papaya, tardarán mucho en llegar a adultos, pero es la primera vez que lo hago anclado a un pedazo de tierra. Dios permita y a la sombra de los mangos florezcan los sueños no logrados en tiempos pasados. Dios permita y el espíritu de Paulo Freire imante desde sus raíces a los jóvenes rebeldes con causas que montarán los rocinantes del futuro.

De mis libros, qué decir, me han dado alegrías compartidas por amigos, soñadores al igual que yo; todos escritores, muy pocos tribunos, escasos soldados de fortuna, a nuestro lado, en esta cruzada; siempre en minoría en los trajines del espíritu, enfrentando malas interpretaciones, narraciones mezquinas de los que se complacen en sembrar sombras para nivelar a los hombres y hacerlos dóciles a los hilos del poder. Traiciones sobraron en este tiempo de enemigos por todos lados, siempre el “enemigo”, los “enemigos”, un lenguaje bélico que desarma razones y encadena las energías vibrantes de la individualidad. El enemigo siempre estará apostado, nos esperará en una emboscada donde seremos blancos de sus armas; no quedará otra opción que escribir libros que armen de sueños a la gente, para seguir creyendo que los sueños son posibles, aunque otros digan tenerlos secuestrados.

Llego a la edad de los apóstoles y no quiero ser mártir de una fe aprendida  a fuerza de golpes, quiero ser yo, al menos al sentarme a la mesa junto a mi mujer y no tener que fingir una felicidad que no tengo; vestir una máscara para cada momento y saber decir no, cuando mis razones lo manden, ojalá y aprehenda a ser ciudadano universal, sin las falsas vanidades de aquel aldeano tan criticado por José Martí.

1 comentario:

  1. oocana4459@gmail.com20/12/13 9:50 a. m.


    Arnoldo, es placentero reconocer en esa edad martiana a una persona íntegra, constante y fiel a sus pensamientos;… es el de muchos cubanos, no lo dudes, aunque persista el reino de “los que se complacen en sembrar sombras para nivelar a los hombres y hacerlos dóciles a los hilos del poder”.

    Esos están en todas partes, bien cubiertos y defendidos, no precisamente por armas desafiantes, sino por miedos, silencios recelosos, rubores pusilánimes, simulaciones;… tienen ahí sus más ardientes aliados. Respeto mucho a los gladiadores que cabalgan con sus ejércitos de libros para “armar de sueños” a la gente.

    He escuchado a Raúl, al menos en dos ocasiones, en sendos discursos frente a la opinión pública, encomendarnos a convertir la polémica en ejercicio diario, ardiente y desprejuiciado frente a cada uno de los procesos de la vida nacional, pero no acaba de cuajar un acto tan revolucionario y notable en la asunción ciudadana.

    Apenas alcanzo algún sosiego y voy a tu “Caracol de Agua”; actualizo y comparo… Allí encuentro un resquicio respetuoso y muy nutritivo para ese afán concomitante de que “los sueños son posibles, aunque…”.

    Tiene tu espacio el esplendor de una llamarada meteórica capaz de eclipsar el universo de nuestras rutinarias percepciones; nos activa como humanos pensantes y sustrae de la práctica zocata e imberbe. En lo particular, me resulta una activación de mi compromiso con la profesión; de salir cada día dispuesto a sumergirme en el río de la vida y no a perseguir los peces.

    14 4655¡Felicidades!¡No desmayes!. Un abrazo.Desde Venezuela, Ocaña Gómez.

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