Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Este
sábado me fui a Santiago de Cuba, ilusionado recorrí el cambio de imagen de la
ciudad, la inmensa obra de recuperación luego del paso del huracán Sandy. En
verdad, impresionante apreciar el casco histórico, las calles principales, todo
aparece maquillado, como salido de las cenizas de un fuerte incendio. También
una gastronomía estable, accesible diría yo, para bolsillos vacíos.
En
lo personal, tuve una jornada dedicada al IV Evento Regional Plaza Martiana, convocado
por la Sociedad Cultural
José Martí para todas las provincias del Oriente cubano. Fui jurado y eso me
dio la posibilidad de interactuar con jóvenes entusiasmados en poner al
“Apóstol” a la altura de los tiempos y hacerlo brújula al futuro.
A
la una y treinta de la tarde, recorrimos la biblioteca Elvira Cape, sus
colecciones principales, incluso –en una de las salas-, oímos sonar el viejo
tocadiscos del matrimonio de Elvira con Emilio Bacardí, primer alcalde
de Santiago durante la
República (1902-1958). Subimos hasta la Azotea, desde allí,
impresionante la ciudad a nuestros pies, la magia de los tejados, la Bahía casi encima de las
casas, los barcos y sus largos pitidos, las montañas como racimos de uvas, la Casa de la Trova y el Son del Nene
entrando divino a los oídos; las parejas de turistas atrapando postales
instantáneas, pruebas de su paso por la cuna del Son.
Pero
al regreso ocurrió lo inesperado, falla eléctrica demoró el servicio de guagua
en la Terminal Nacional,
algo inexplicable para los que, concentrados allí, veíamos las horas pasar y
nadie daba soluciones. Tenía reservación para las 6:30 p.m, me veía en casa a
las 8:00 p.m, bañado, comido y descansando la intensidad del día. Sin embargo,
eran casi las once de la noche y seguí aferrado
a un asiento, con sed, hambre, sueño. La gente empezó a crecer en la
intensidad de sus protestas contra el jefe de turno, llamadas, amenazas, pareja
de policías llamando a la calma; llegarían las soluciones; pero todo seguía sin
cuerdas. Los chóferes de Astros irresponsablemente en una especie de dominó caído al suelo por
el movimiento de un dedo, se iban a la
Base y dejaban a las
personas colgadas a la ansiedad de no saberlos allí. Nadie informaba, nadie.
Niños y niñas desesperados, llantos lastimeros, personas ancianas reclamando,
otros discutiendo, haciendo valoraciones agudas sobre el funcionamiento de Astro…
Cuando
suceden cosas así, uno pone sobre la balanza lo bueno y lo malo, entonces se
queda con el Santiago del día, el martiano, el de los tejados y la Casa de la Trova; el de la noche quiere
olvidarlo, porque en verdad provoca un estrés no acto para cardíacos. “Dios”,
decían la gente, “¿Por qué pasan estas cosas? ¿Dónde están los jefes? ¿Por qué
no informan? ¿Dónde está la eficiencia, el respeto al pueblo?”
Llego
a casa a la una y treinta de la madrugada, domingo ya. Lo único que puedo hacer
es darme una ducha e irme a la cama. La pesadilla del sábado 24 es una alerta. No volveré a Santiago junto al
poeta Federico García Lorca, no quiero la luna llena. No iré a Santiago. Seguiré
aferrado a mi Contramaestre, donde recorro el mismo trillo todos los días, la
gente habla sin estropear las palabras y el café sabe mejor.
Julio Cesar :Mas de lo mismo Arnoldo, pero nadie hace nada, somos la voz que clama en el desierto.
ResponderEliminar