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domingo, 1 de septiembre de 2024

VIÑETAS DE TIERRA ADENTRO (¡HAY QUIMBOMBÓ, VECINO!)


 Por Arnoldo Fernández V. 

Seis veces pasó frente a casa. Su pregón es desesperado, muy desesperado. Seis veces en el mismo día. Tres durante la mañana y tres en la tarde. 

Muy pocos compran, por eso el pregón es un lamento, un lamento que casi nadie escucha porque hogares adentro el lamento es ensordecedor. 

"¡Hay quimbombó! ¡Hay quimbombó, vecino!"

Lo escucho y un vacío asoma en mi estómago, un vacío parecido al ancla de un viejo barco. 

Aquel hombrecito necesita oídos sensibles, oídos que compren su quimbombó, pero nadie sale. 

"¡Hay quimbombó! ¡Hay quimbombó, vecino!"

Cierro los ojos y me parece verlo en un aula impartiendo clases de matemáticas allá  por los 80 del siglo pasado. 

Es él, estoy casi seguro que es él, pero no importa su identidad, importa que muchos hacen lo mismo y muy poca gente escucha sus lamentos para ganarse  unos quilitos.

jueves, 22 de diciembre de 2022

PROFESOR NO ES CUALQUIERA


Por Arnoldo Fernández Verdecia.
  

Fui profesor, amé dar clases, mis alumnos, que hoy andan por el mundo, lo saben muy bien. 

Cada clase para mí era como si fuera la primera vez: nervios,  emoción, fe en no defraudar a mis púpilos. 

La clase es un hecho creativo, porque te exige arte, ciencia y comunicación, envueltos en un todo hermoso y delirante. 

Ser profesor es ir al futuro y volver al presente, enseñar a conquistar lo nuevo, sin negar lo viejo. Es enseñar a caminar con mirada propia. 

Algunos simulan ser profesores, pero no creen en ellos, se conforman con la modorra del trillo, el mismo círculo y nunca sienten la emoción del resultado expresado en un ser humano, educado en valores y  empeñado en el crecimiento profesional. 

Fui profesor, un día dejé de serlo cuando aquella barbaridad llegó a nuestras vidas y de la noche a la mañana, el sistema quería que fueras cualquier cosa, menos maestro de lo que te habías graduado y amabas. Así que tomé el camino y dejé atrás lo que tanto quise; igual que a mí le sucedió a muchos. 

Lo más importante para ser un buen profesor es saber mucho, amar el proceso de enseñarlo y ser un comunicador apasionado. 

El alumno respeta al profesor que sabe, incluso lo admira y muchas veces lo convierte en referencia ética de su vida. 

Pero, qué difícil ser profesor en Cuba, tan indefenso ante una economía despiadada, con el pensamiento puesto en la comida del hogar, las necesidades básicas, las medicinas...  

Por mucho que quiera hoy, un profesor puede dar una clase muy buena, una sóla al mes, quizás a la semana,  el resto las imparte como pueda, unas veces simulando, otras improvisando... 

Hay que preguntarse: ¿Por qué los alumnos más brillantes casi nunca eligen ser profesores?  ¿Quiénes son los que eligen ser profesores? ¿ Qué haría falta para que el profesor sea más valorado por la sociedad?

miércoles, 29 de abril de 2020

MI PROFE


Por Oscar Saumell

Mi profe, el profesor de mis hijos, mi vecino y mi gran amigo... Fui su discípulo por varios cursos en los que siempre era su monitor. Su ejemplo me sirvió de inspiración para graduarme en matemáticas.

Mi abogado defensor de algunos problemas de indisciplinas en los que, en ocasiones, me vi involucrado y él lograba resolver.

Los que tuvimos la suerte de tenerlo como profesor, lo recordaremos como un digno ejemplo a imitar, muy respetado y querido por todos, de una altísima preparación lo que le atribuye méritos adicionales.

Un día, hace varios años, conversando en la bodega, le comenté que, siendo profesor de matemáticas de la universidad, estudié ingeniería. Me dijo, en un tono jaranero: «eres un traidor», dando muestras de su inigualable vocación y amor por las matemáticas.

La noticia de su deceso me ha dejado muy triste, pero con el aliciente de que a Contramaestre le queda el orgullo de haber tenido un excelentísimo profesor de matemáticas e inigualable amigo de todos, con una personalidad propia abarrotada de modestia, humildad y un conjunto de valores que hoy debían ser metas.

Válidas las palabras de Arnoldo al escribir: «Hoy está de luto la matemática en Contramaestre ha fallecido Orlando Hung». 

Siempre te recordaremos, descansa en paz

miércoles, 4 de abril de 2018

Por qué el cubano afirma que “Ser profesor es peor que morirse”

Así eramos entonces...
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Antes un profesor era alguien venerado, inspiraba respeto por sus conocimientos, su ejemplo de conducta en la escuela, el barrio, en la sociedad;  decir profesor, maestro, era algo inmenso. No todos podían serlo, había que tener sobre todas las cosas vocación, sino la había, entonces era mejor dedicarse a otra cosa. Al llegar los exámenes uno debía estudiar de verdad, por los libros básicos y los complementarios, el que se conformaba con los primeros, era considerado un alumno mediocre, de poco vuelo. Mis profesores me enseñaron que había que estudiar más allá de lo imprescindible, no querían cotorras repetidoras de contenidos excesivamente dogmatizados, aspiraban a formar alumnos creadores, capaces de valorar las cosas e incluso  atreverse a formular ideas, conceptos, análisis profundos. Lo que más feliz nos hacía era sorprender al profesor con un libro de los que el no había orientado, disfrutábamos  de su maestría al convertirse en alumno ante nuestra sabiduría;  podía decirse que eran clases donde se formaban hombres y mujeres de ideas, capaces de tener una cosmovisión propia, comunicarla en lo social y defenderla en una conducta transformadora.  Eran los años 1989-1995, parecía que el mundo imaginado se venía abajo y en verdad era así, siempre creímos que Rumanía, Hungría, Polonia, Alemania oriental, los llamados países del Campo Socialista, eran algo intocable, perfecto, lo que sucedía en ellos, era ejemplo para el resto de la humanidad.  Con la caída del Muro de Berlín, como un castillo de naipes, muchas cosas se vinieron abajo, entonces comprendimos que  en aquellas sociedades había imperfecciones, caminos oscuros, vimos el fusilamiento del matrimonio de los líderes rumanos, la distancia enorme que habían sembrado en su relación con el pueblo, la carestía de la vida;  vimos una Alemania oriental que Honecker se empeñó en defender, pero que en verdad dependía completamente de la Unión Soviética;  vimos a una Polonia que cambió así, sin darnos mucha cuenta, la Unión Soviética mudó de sistema como de ropa. Todo aquel imaginario de un socialismo irreversible, se volvió tan real, que empezaron los teóricos a llamarlo así en la historiografía, “socialismo real”. No olvido aquellos debates ingenuos, donde nos empeñábamos en ubicar a los países en una Formación Económico Social determinada; sino habían pasado por ellas, era señal de estancamiento. Qué ingenuo éramos entonces. Pero en ese escenario, profesores lúcidos nos enseñaron a estudiar a Cuba por las obras maestras de la historiografía, a las personalidades por su obra  activa; a los procesos, a partir de análisis historiográficos concretos; pobre de los que sólo leían un librillo, el 3 de  los  5 posible en la evaluación no había quien se lo quitara.  En las cuestiones del pensamiento social, íbamos a las escuelas, a los principales representantes, se nos inculcó un pensamiento crítico, a dudar de todo, antes de convertirlo en un tipo de forma de la conciencia social. Graduarse con título de oro era algo enorme, pues te señalaba como una persona con capacidades intelectuales sobresalientes y había profesores que hacían escuela  atrayendo a alumnos así, para orientarlos al futuro, darle cauces de luz. Por eso recuerdo a Israel Escalona Chadez, el que me enseñó a leer a José Martí, desde sus obras, a ampliar mis horizontes en esa materia a partir de la consulta de bibliografía pasiva; el que nos ponía a desarrollar disertaciones que nos volvían maceístas o martianos. Eran torneos muy sanos que uno agradecía. Recuerdo al profesor José Antonio Soto, inmenso en su magisterio de Historia de la Filosofía, en el Pensamiento filosófico latinoamericano y cubano; eran verdaderas clases de un altísimo vuelo, pero comunicadas desde una cubanía que uno agradecía profundamente.  Otros profesores deben estar en este homenaje, pero menciono únicamente a estos dos maestros, porque en lo personal me influyeron sustancialmente, con ellos aprendí a venerar el conocimiento social, a dudar metódicamente de todo, a no aceptar mansedumbres impuestas por profesores de limitadas lecturas. Ellos me hicieron creer que ser profesor era algo inmensamente grande. Las coyunturas que vendrían después, maestros emergentes, profesores valientes, cualquier improvisado en un aula enseñando, me produjo una profunda depresión. En 1994 leí una novela ejemplar, “Matarile” es su título. Allí Toño, el personaje principal dice: “Y ahora soy un profesor. Tengo que creerme que ahora soy un profesor o me muero. O me creo que me muero y me hago un profesor. Nunca te hagas profesor porque eso es peor que morirse”. (Matarile, 1993: 116) Los medios arreciaron sus críticas contra  aquello, no hubo emisora de radio que guardara silencio, todos pedían cuentas al autor, Guillermo Vidal Ortiz; pero la obra con aguda inteligencia ponía el dedo sobre la llaga y en otro de sus momentos climáticos, Toño precisa: “Soñé que era profesor y me morí del susto” (Matarile, 1993: 116) Llegarían después las locuras de enseñar asignaturas que uno nunca había estudiado, en fin, que hacía falta la integración y aquello comenzó a hilar fuerte, al extremo que los alumnos se extraviaron en un laberinto. La duda metódica y el pensamiento crítico se despertaron en mi generación, no habíamos estudiado para eso y comenzó una emigración hacia turismo, fincas pecuarias, agrícolas, al extranjero. Décadas después nos reunimos, gracias a  uno de aquellos colegas, gerente de turismo bien posicionado en la provincia; cada cual contó lo que había sido su vida, muy pocos eran profesores;  nada que hacer en una profesión en la que personas como yo, que se graduaron con título de oro, primer expediente, vanguardia en el componente investigativo, y  luego con una cantidad considerable de diplomados, posgrados y hasta una maestría en ciencias sociales y pensamiento martiano, no tenían nada que hacer. Entonces monté Rocinante y cabalgué a otros mundos, tras la aventura quimérica del saber razonado, lúcido. Quise volver a ser profesor, pero la vida me dio lecturas, experiencias y comprendí que no era posible. Me hubiera gustado ser un Tagore, alguien con la barba muy larga, un señor respetado, con una pequeña academia, donde las padres mandaran a sus hijos a aprender cívica de la comunidad e historia de su barrio;  un ser que enseñara las asignaturas básicas de un plan de estudios nacional, acompañado  de los mejores profesores de su pueblo. Ya ese sueño lo he olvidado;  al interactuar con los muchachos de nuestro tiempo, aprecio que  muchos se empeñan en decir que todo está bien, cuando en verdad, nos hace falta una campaña de alfabetización en valores, un cambio de aire, para tal vez, devolver al maestro, al profesor, a aquel pedestal, donde antes lo tuvimos, como alguien inmensamente grande que queríamos imitar.

martes, 19 de julio de 2016

La basura




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gamail.com  

Todos los días  Antonio hace el mismo recorrido ida y vuelta de la casa al trabajo. Lleno de sueños piensa  en cómo mejorar las cosas de su barrio; mover las aspas oxidadas del viejo molino de la ciudad atrapada en medio mileno de historia. Salió de la precariedad porque empleó su vida recogiendo y clasificando lo que otros desechaban. Así hizo fortuna, vistió a hijos e hijas y se labró una casa digna donde los amigos tienen las puertas abiertas siempre. En la puerta de su hogar pende una herradura para espantar los demonios. Adentro, sus ídolos en un altar condensan una cosmovisión; la que los suyos necesitan. Viste de blanco, no porque se hizo santo, sino porque es su color favorito desde que tuvo conciencia de los tambores asomados a su corazón mulato. Antonio fue profesor de historia, creía en las revelaciones de las personalidades, pero un extraño llamado sentía en las masas inconformes, allá donde esos grandes hombres no podían llegar. Antonio lo supo mediante una revelación de sus deidades mestizas, el basurero era la salvación en medio de los tiempos oscuros; por  eso olvidó la tiza, el borrador, los programas y un día tras otro madrugaba para ser el primero en recibir las descargas de Sueño, Vista Alegre, Veguita de Galo, los hoteles de turismo y el Casco histórico… “¡En su casa hay todo tipo de lujos! ¡Quién lo iba a decir! ¡La basura redime y ennoblece!”, así me dijo el viejo Cristino cuando le pregunté. “Ese hombre era un intelectual de luces, mira en lo que terminó; pero hizo bien, vio lo que no fuimos capaces de ver a tiempo. Con dignidad alcanzó lo que otros logran por caminos torcidos”. Cristino abanicó el viejo sombrero, hizo la señal de los santos y salió a caminar con el saco de yute al hombro. Había llegado muy tarde esa mañana al basurero. 


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