Mostrando entradas con la etiqueta campo socialista. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta campo socialista. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de abril de 2018

Por qué el cubano afirma que “Ser profesor es peor que morirse”

Así eramos entonces...
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Antes un profesor era alguien venerado, inspiraba respeto por sus conocimientos, su ejemplo de conducta en la escuela, el barrio, en la sociedad;  decir profesor, maestro, era algo inmenso. No todos podían serlo, había que tener sobre todas las cosas vocación, sino la había, entonces era mejor dedicarse a otra cosa. Al llegar los exámenes uno debía estudiar de verdad, por los libros básicos y los complementarios, el que se conformaba con los primeros, era considerado un alumno mediocre, de poco vuelo. Mis profesores me enseñaron que había que estudiar más allá de lo imprescindible, no querían cotorras repetidoras de contenidos excesivamente dogmatizados, aspiraban a formar alumnos creadores, capaces de valorar las cosas e incluso  atreverse a formular ideas, conceptos, análisis profundos. Lo que más feliz nos hacía era sorprender al profesor con un libro de los que el no había orientado, disfrutábamos  de su maestría al convertirse en alumno ante nuestra sabiduría;  podía decirse que eran clases donde se formaban hombres y mujeres de ideas, capaces de tener una cosmovisión propia, comunicarla en lo social y defenderla en una conducta transformadora.  Eran los años 1989-1995, parecía que el mundo imaginado se venía abajo y en verdad era así, siempre creímos que Rumanía, Hungría, Polonia, Alemania oriental, los llamados países del Campo Socialista, eran algo intocable, perfecto, lo que sucedía en ellos, era ejemplo para el resto de la humanidad.  Con la caída del Muro de Berlín, como un castillo de naipes, muchas cosas se vinieron abajo, entonces comprendimos que  en aquellas sociedades había imperfecciones, caminos oscuros, vimos el fusilamiento del matrimonio de los líderes rumanos, la distancia enorme que habían sembrado en su relación con el pueblo, la carestía de la vida;  vimos una Alemania oriental que Honecker se empeñó en defender, pero que en verdad dependía completamente de la Unión Soviética;  vimos a una Polonia que cambió así, sin darnos mucha cuenta, la Unión Soviética mudó de sistema como de ropa. Todo aquel imaginario de un socialismo irreversible, se volvió tan real, que empezaron los teóricos a llamarlo así en la historiografía, “socialismo real”. No olvido aquellos debates ingenuos, donde nos empeñábamos en ubicar a los países en una Formación Económico Social determinada; sino habían pasado por ellas, era señal de estancamiento. Qué ingenuo éramos entonces. Pero en ese escenario, profesores lúcidos nos enseñaron a estudiar a Cuba por las obras maestras de la historiografía, a las personalidades por su obra  activa; a los procesos, a partir de análisis historiográficos concretos; pobre de los que sólo leían un librillo, el 3 de  los  5 posible en la evaluación no había quien se lo quitara.  En las cuestiones del pensamiento social, íbamos a las escuelas, a los principales representantes, se nos inculcó un pensamiento crítico, a dudar de todo, antes de convertirlo en un tipo de forma de la conciencia social. Graduarse con título de oro era algo enorme, pues te señalaba como una persona con capacidades intelectuales sobresalientes y había profesores que hacían escuela  atrayendo a alumnos así, para orientarlos al futuro, darle cauces de luz. Por eso recuerdo a Israel Escalona Chadez, el que me enseñó a leer a José Martí, desde sus obras, a ampliar mis horizontes en esa materia a partir de la consulta de bibliografía pasiva; el que nos ponía a desarrollar disertaciones que nos volvían maceístas o martianos. Eran torneos muy sanos que uno agradecía. Recuerdo al profesor José Antonio Soto, inmenso en su magisterio de Historia de la Filosofía, en el Pensamiento filosófico latinoamericano y cubano; eran verdaderas clases de un altísimo vuelo, pero comunicadas desde una cubanía que uno agradecía profundamente.  Otros profesores deben estar en este homenaje, pero menciono únicamente a estos dos maestros, porque en lo personal me influyeron sustancialmente, con ellos aprendí a venerar el conocimiento social, a dudar metódicamente de todo, a no aceptar mansedumbres impuestas por profesores de limitadas lecturas. Ellos me hicieron creer que ser profesor era algo inmensamente grande. Las coyunturas que vendrían después, maestros emergentes, profesores valientes, cualquier improvisado en un aula enseñando, me produjo una profunda depresión. En 1994 leí una novela ejemplar, “Matarile” es su título. Allí Toño, el personaje principal dice: “Y ahora soy un profesor. Tengo que creerme que ahora soy un profesor o me muero. O me creo que me muero y me hago un profesor. Nunca te hagas profesor porque eso es peor que morirse”. (Matarile, 1993: 116) Los medios arreciaron sus críticas contra  aquello, no hubo emisora de radio que guardara silencio, todos pedían cuentas al autor, Guillermo Vidal Ortiz; pero la obra con aguda inteligencia ponía el dedo sobre la llaga y en otro de sus momentos climáticos, Toño precisa: “Soñé que era profesor y me morí del susto” (Matarile, 1993: 116) Llegarían después las locuras de enseñar asignaturas que uno nunca había estudiado, en fin, que hacía falta la integración y aquello comenzó a hilar fuerte, al extremo que los alumnos se extraviaron en un laberinto. La duda metódica y el pensamiento crítico se despertaron en mi generación, no habíamos estudiado para eso y comenzó una emigración hacia turismo, fincas pecuarias, agrícolas, al extranjero. Décadas después nos reunimos, gracias a  uno de aquellos colegas, gerente de turismo bien posicionado en la provincia; cada cual contó lo que había sido su vida, muy pocos eran profesores;  nada que hacer en una profesión en la que personas como yo, que se graduaron con título de oro, primer expediente, vanguardia en el componente investigativo, y  luego con una cantidad considerable de diplomados, posgrados y hasta una maestría en ciencias sociales y pensamiento martiano, no tenían nada que hacer. Entonces monté Rocinante y cabalgué a otros mundos, tras la aventura quimérica del saber razonado, lúcido. Quise volver a ser profesor, pero la vida me dio lecturas, experiencias y comprendí que no era posible. Me hubiera gustado ser un Tagore, alguien con la barba muy larga, un señor respetado, con una pequeña academia, donde las padres mandaran a sus hijos a aprender cívica de la comunidad e historia de su barrio;  un ser que enseñara las asignaturas básicas de un plan de estudios nacional, acompañado  de los mejores profesores de su pueblo. Ya ese sueño lo he olvidado;  al interactuar con los muchachos de nuestro tiempo, aprecio que  muchos se empeñan en decir que todo está bien, cuando en verdad, nos hace falta una campaña de alfabetización en valores, un cambio de aire, para tal vez, devolver al maestro, al profesor, a aquel pedestal, donde antes lo tuvimos, como alguien inmensamente grande que queríamos imitar.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Una oscura “comisión de lectores” en Editorial Oriente



Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu

Ensayar es aventurarse por los escabrosos caminos de la subjetividad, enjuiciar allí donde hace falta, pero también deleitar con el idioma, saberlo emplear para decir lo necesario, lo trascendente. No imagino a alguien autotitulado ensayista que asuma poses doctorales e identifique el género con largas y aburridas peroraciones filológicas, filosóficas, económicas  o históricas, generalmente las más visitadas. Eso lo dejamos a expertos que lo saben todo, o creen saberlo. Hoy comparto un resumen que vía correo electrónico me hizo llegar Editorial Oriente, para comunicarme que mi libro “Límites y circunstancias”, no era publicable por su sello. Al indagar con su directora sobre la comisión evaluadora, sus razonamientos no me convencieron; según ella, ese dato no podía dármelo, porque no era necesario; al refutarle, sobre la subjetividad de los señalamientos esgrimidos, ella con mucho respeto me dijo que no podía hacer otra cosa. Comprendo su posición. Debe ser muy difícil comunicar “resúmenes torcidos” en sus fundamentaciones, sin poder decir, fueron fulano y mengano, personas reconocidas como autoridades en el género. A un amigo le sucedió algo parecido, y con el mismo libro recibió un importante premio literario en Cuba. Cosas así, parece mentira que sucedan todavía, pero de buenas intenciones está lleno el camino del infierno.  Lean ustedes el resumen y a continuación aprecien “Límites y circunstancias”. Tal vez coincidan con esta “oscura comisión de lectores”, tal vez no.

RESUMEN DE EVALUACIONES
Título: Límites y circunstancias
Autor: Arnoldo Fernández Verdecia
Género: Ensayo

“Límites y circunstancias” se caracteriza por un tono, que por momentos resulta pedante, visible en la intención del autor de erigirse como autoridad en los temas literarios poco tratados por la crítica, como lo expresa el siguiente fragmento: “me queda la resaca de haber comprendido vacíos que el discurso historiográfico no ha sido capaz de saldar para las generaciones futuras de cubanos”.

Otro rasgo que se encuentra a lo largo del libro, pero particularmente en “Herejías ante la funda vacía”, es el carácter hipercrítico de muchas de sus valoraciones. En los diferentes ensayos, se ven varias características que atentan contra la calidad del libro.

 “Leña al fuego” es un ensayo de tema político y social, que rompe la unidad temática y fragmenta el libro, que en sentido general, se dedica a temas literarios. Si bien el asunto es de vital importancia, da la sensación de que el autor está sobredimensionando su impacto.

En “Caliban en la amenazada casa del futuro” se arma un trabajo más o menos retórico. Se ve aquí un intento por reproducir el contenido del ensayo al que hace referencia y por armar una cronología de su proceso de génesis.

“De cómo nos invadió la Guillermomanía” hace pensar que quien escribe se ha tomado más tiempo en lo anecdótico, para engrosar la propia leyenda guillermomaniaca de la que habla, que en reflexionar sobre la vasta obra de la cual hay mucho por decir todavía, más allá de los lugares comunes en los que ha caído la crítica. Este texto funcionaría perfectamente como parte de un dossier dedicado al autor, porque se trata de una semblanza más que un ensayo crítico sobre su obra, lo que le resta fuerza como texto independiente.

“Hallazgo e iluminación en la resistencia”, sobre un cuaderno de Eduard Encina, molesta sobre todo por la forma esquemática en que se habla de la poesía. La enunciación de las características de su obra en plecas atenta contra la fluidez de la lectura, y sobre todo contra el espíritu ensayístico.

“Herejías ante la funda vacía” trata sobre Oscar Cruz y las resonancias de la obra de Virgilio Piñera en su poesía. El fragmento sobre los jóvenes seguidores de Cruz, pero que no se le equiparan, es hipercrítico; no se sustenta en una base sólida y le resta seriedad al ensayo, en tanto parece un ensañamiento con los autores santiagueros más jóvenes; de esa forma se demoniza a todo un movimiento, lo que hace pensar que el ensayista prefiere justificar la calidad superior del autor al que defiende condenando al resto a la mediocridad.

“Más allá del cultismo” más bien parece que el autor se está dedicando a reseñar, a contar lo que ha leído para darlo a conocer, más que a dar una opinión propia.

“Orwell reescribe 1984” presenta contradicciones entre varios planteamientos que no permiten saber por cuál opinión se decanta el autor. El ensayista expresa en relación con la repercusión de la obra en los especialistas, “un criterio que no merece ser tenido en cuenta”: idea poco profesional, pues los criterios se tienen en cuenta desde el mismo momento en que se consultan y se citan, solo que se está de acuerdo o no con ellos. Este ensayo pasa revista a la producción crítica que hay alrededor de El hombre que amaba a los perros, y se limita a tomar partido por una opinión u otra.

Límites y circunstancias carece de homogeneidad en su estructura y en su forma, es decir, en la selección de los temas y el orden de los diferentes ensayos.


LÍMITES Y CIRCUNSTANCIAS: UNA LECTURA MUY CUBANA SOBRE EL SOCIALISMO

Al terminar  este libro me queda la resaca de haber comprendido vacíos que el discurso historiográfico no ha sido capaz de saldar para las generaciones futuras de cubanos. El llevado y traído dilema del compromiso siempre ha estado sobre la mesa. ¿O estás conmigo? ¿O en el otro bando?, son interrogantes necesarias en la vida de todo escritor, sea cubano o de cualquier parte del mundo. No puede pensarse la Cuba actual, si no se expresa con nitidez una ideología política afín al proceso vivido en los últimos 50 años.  Para comprenderla nada mejor entonces que seguir  el derrotero de una de las tesis en la que siempre he creído: literaturizar es un modo de salvar memorias, derrumbes y poner cada cosa en su justo lugar.

El socialismo ha sido una hermosa utopía conformada con retazos de pasado y sueños, pero las formas de concretarlo no han dejado de ser pesadillas donde reinan las bajezas humanas. La historia escrita por “abogados de oficio”, comprometidos con una visión parcializada del fenómeno, ha estado plagada de triunfalismos y un eslogan tremendo: “EL SOCIALISMO ES IRREVERSIBLE”. Así creció cada persona de la Europa Oriental, así creció cada cubano después de 1960, así crecí yo. Los rusos aparecían siempre como nuestros salvadores.

¿Acaso lo fueron?  Al colapsar el Campo Socialista y la Unión Soviética muchos salimos de aquel letargo en el que permanecimos por años, aunque a ciencia cierta, nos resultaba difícil aceptar el fin de una utopía donde el hombre, supuestamente, había alcanzado sus sueños y creaba las bases para una sociedad nueva. Importante resulta conocer que desde Cuba, intelectuales honestos, ansiosos de una obra duradera, acudieron a la literatura para canalizar reflexiones sobre el devenir de la utopía y señalar  lunares.  LEER TODO EL LIBRO PARA POLEMIZAR CON EL AUTOR  EN EL SIGUIENTE ENLACE:

martes, 25 de marzo de 2014

Fin de semana en oriente, Cuba

A mí sólo me queda leer libros extraños para atrapar  pensamientos imposibles.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu

Mi mujer busca virutas de leña en un aserrío  cercano para calentar agua y ahorrar energía eléctrica; casi todos los meses nos cuesta más de $100 (M.N) y nos volvemos como locos, porque cuando sumamos, no alcanza el dinero; entonces acudimos al invento,  hacemos un fogoncito en el patio y vamos tirando.

Comprar la carne es otra odisea, el precio por las nubes, y una sola oferta: cerdo. Así que hacemos potaje de frijoles colorados y lo estiramos hasta donde se pueda, la fibra la ubicamos en la comida, junto al arroz, y nos hacemos la idea que comimos bien, aunque a ciencia cierta nos estamos matando.

Mi mujer tiene que hacer malabares con las especias, el precio por las nubes, es un abuso comprar una cabeza de ajo, un sobrecito de comino o una ristrita de cebolla; un día de trabajo no me alcanza, entonces acudimos al menudeo y por obra y gracia del espíritu divino, la carne sabe bien y creemos ser felices.

Luego nos sentamos ante el televisor, viejas películas llenan la pantalla, imaginamos los buenos tiempos que se fueron y acabamos conversando de los jugos de frutas del Campo Socialista, las compotas de manzana con leche  condensada, los melocotones de Rusia… La boca se nos hace agua. Los niños no saben de qué hablamos, nos creen locos, son felices con un vaso de yogur de soya.

De vez en cuando variamos y  recorremos la ciudad en la noche, siempre las mismas ofertas, las mismas canciones, los mismos poemas, la misma comida, la misma cerveza, todo parece un inmenso reloj sin cuerda. En  el cine, sólo cuatro personas ven la película. Algunas parejas empinan los codos y se besan a la luz de las lámparas, no les interesa el espectáculo. Unos viejitos recogen latas de cerveza y refrescos para venderlas como materia prima, así luchan la vida. Un señor con una prótesis en la pierna derecha pregona cucuruchos de maní, una y otra vez  hace el mismo recorrido, su triste mirada obliga a comprarle. A las 11:30 pm nos vamos; atrás  quedan los jóvenes y sus terribles reggaetones, la voz aflautada de un locutor llamando a la pista de baile, unos vecinos que no pueden dormir y se abanican a la intemperie con el periódico Granma.

Ya en casa pienso en el día siguiente: la leña para el fogoncito ¿dónde buscarla?, ¿qué cantidad de dinero tengo para comprar carne, arroz, frijoles? La vida se nos está yendo, dice mi mujer, siempre tropezamos con las mismas cosas, la misma gente, los mismos discursos en la televisión, ya no visitamos a nuestras amistades. Cierro los ojos, procuro creer que somos felices así. Mi mujer quiere estrenarse un vestido  e imaginarse, por un rato, la más bella del mundo. Pobre mujer mía, al menos tiene ese sueño, a mí sólo me queda leer libros extraños para atrapar  pensamientos imposibles.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Aviso a los lectores de Caracol de agua

Este blog admite juicios diferentes, discrepancias, pero no insultos y ofensas personales, ni comentarios anónimos. Revise su comentario antes de ponerlo, comparta su identidad y debatiremos eternamente sobre lo que usted desee. Los comentarios son propiedad de quien los envió. No somos responsables éticos por su contenido.