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jueves, 2 de junio de 2022

FRANCISCO VICENTE AGUILERA, UN IMPRESCINDIBLE DE NUESTRA HISTORIA (Opinión)


Por Arnoldo Fernández Verdecia

Hace algunos años, un día 27 de febrero llegué a la ciudad de Bayamo, tenía una promesa que cumplir allí. En mis manos un ramo de rosas amarillas. Pregunté a algunas personas sobre el destino de los restos de nuestro George Whashington; ¿y ese quién es?, me respondieron; cuando dije el nombre, reinó el más absoluto de los silencios. 

Tomé un coche y me fui al cementerio con la secreta esperanza de encontrarlo. Al llegar, pregunté a algunos de los trabajadores y no supieron orientarme; me mandaron con la directora y dijo que creía estaba en Santa Ifigenia; lo cierto, según ella, en “Bayamo no se sabía nada de ese señor.” 

Salí de allí, amargado, triste, mis rosas eran castigadas fuertemente por el sol del mediodía. Me fui al casco histórico de la ciudad e intercambié con grandes amigos; ante mi pregunta sobre los restos del hombre más generoso de nuestro pasado decimónico, por respuesta, el mismo silencio, las mismas dudas... Uno de los grandes conocedores de Bayamo me dijo que podían estar en el Retablo de los héroes, pero no tenía seguridad en el dato. 

Hasta el lugar que mi amigo dijo, llegué. Allí aparecían, a ambos lados de una estatua gigantesca de mirada triste y barba prominente, los grandes precursores de la nación cubana, pero de aquel hombre esculpido en mármol solamente había una información: sus nombres y apellidos, el año de nacimiento y el de su muerte. Mis rosas, ya muy pálidas, me exigieron depositarlas allí. Las coloqué ante aquel rostro venerable y juré que sería como él hasta mis últimos días de vida. Mi larguísima barba de entonces era un tributo a su memoria. Documenté mi encuentro con algunas fotos.  

De regreso a casa recorrí las aguas de Internet y allí encontré la respuesta que el pueblo de Bayamo no pudo darme. La historiadora Isolda Martínez Carbonel la hizo posible en un enjundioso artículo, publicado el 21 de octubre de 2016 en la revista Crisol: los restos de Francisco Vicente Aguilera, el Precursor de nuestra independencia, se encontraban en la base del Retablo de los héroes, concluido en 1958.  

¿A cuántos cubanos sucedería lo mismo que a mí al llegar a Bayamo? ¿Por qué no hay allí una tarja con la información precisa sobre el destino de los restos del benemérito patriota que Martí llamó millonario heroico? ¿Por qué Francisco Vicente Aguilera desapareció de la memoria del pueblo de Bayamo, de Cuba, después de 1959? ¿Por qué cuesta tanto reconocer su condición de Precursor de la independencia de Cuba? ¿Por qué no ha sido reconocida su idea de la creación de un partido para la independencia de Cuba y la creación de una Confederación Antillana que llevaría a la mayor isla del Caribe a convertirse en la Inglaterra de América? ¿Por qué su amistad con el puertorriqueño Eugenio M de Hostos es casi desconocida para los cubanos? ¿Qué hizo mal el hombre que sacrificó todas sus riquezas, familia, salud, por la causa de Cuba libre? ¿Por qué desapareció el billete de 100 pesos que honraba su memoria después de 1959? Tengo muchas más preguntas que hacerle a la HISTORIA, algunas las respondieron hechos ocurridos en la propia Guerra de los 10 años, en la de 1895, y durante la República 1902-1958; otras aún no encuentro las respuestas necesarias. 

Sin el ánimo de cuestionar a Carlos Manuel de Céspedes, pregunto: ¿Por qué negó la entrada al Bayamo liberado, de aquel hombre que la villa veneró como a nadie? ¿Por qué Francisco Vicente Aguilera no estuvo en la constituyente de Guáimaro como delegado de Bayamo? ¿Por qué mandó a los Estados Unidos, al mayor general, comandante en jefe del ejército de Oriente? ¿Por qué en su ausencia aprobó un cargo que no podría asumir como el de Vicepresidente de la República? ¿Por qué en la emigración favoreció al general Quesada, su cuñado por cierto, por encima de las altas misiones que Aguilera debía cumplir allí?

Poco se sabe de la familia de Francisco Vicente Aguilera, de su esposa Ana Kindelán, de sus 10 hijos, la odisea vivida por ellos en la manigua insurrecta, hasta conseguir salir a la emigración y vivir de la mesada que, cuando era posible, hacía llegar el padre de Ana desde Santiago de Cuba. Muy pocos saben que la honestidad de Aguilera nunca fue sacrificada para ayudar a su familia. Muy pocas veces pudo girarles dinero, incluso cuando compró el hogar donde residieron en Nueva York se quedó con unos centavos en el bolsillo. Eran tantas las necesidades materiales de Francisco Vicente, que tuvo que trabajar como vigilante nocturno en el Knickerbocker club y como carretonero de las familias ricas de la ciudad, para asegurar lo básico a su numerosa prole. ¡Qué familia la de este hombre! Lo apoyó siempre sin protestar, era tanta su dignidad, que era imposible ir contra él. Fue un verdadero padrazo espiritual de sus hijos, un eterno enamorado de Ana. Pensar que aquel hombre pudo ser conde por las tantas riquezas que tenía, era el deseo de su padre, sin embargo, no era interés suyo alcanzar un título nobiliario. Lo más importante para él era luchar por una Cuba libre e independiente, próspera y con un lugar estratégico en el desarrollo de las Antillas.

Los últimos días de vida de Francisco Vicente Aguilera fueron muy difíciles, la última anotación de su Diario lo confirma: 

"Al amanecer, fui sorprendido con el orinal que tenía al lado de la cama, donde expectoraba, pues estaba medio de sangre, y los esputos más espesos que nunca. Me tiene tanto más cuidadoso, pues me parece mucha sangre para que sea solo de la garganta, cuando tengo también una gran fluxión al pecho, y expectoro con mucha frecuencia. Será lo que Dios quiera."(1)

Falleció de cáncer de laringe, ramificado a los oídos, el 22 de febrero de 1877, cuando aún no había cumplido los 56 años. Nació el 23 de junio de 1821 en Bayamo. Eladio, uno de sus hijos, así describe sus últimos minutos de vida: 

"Por el día estuvo callado y meditabundo. No hablaba ya de Cuba, su tema favorito. En cambio, fijábase más en sus hijas y las contemplaba en silencio largo rato. [...] le oyeron decir a media voz y con profunda tristeza: !!Hijas mías Pobrecitas!! [...] Así llegaron a las diez y media de la noche. Aguilera se paseaba agitado. Notábase en su semblante una extraña expresión de angustia. La familia afligida, estaba toda en la habitación. Se había vuelto á mandar por el médico, á todos los lugares que acostumbraba frecuentar. Aguilera, que continuaba sus paseos exclamó con voz apagada y angustiosa: ¡Me ahogo!  y volviéndose á su hijo cerca de allí le dijo: ¡Hijo! qué hacemos? Este le indicó un remedio. Bueno contestó él, y su hijo salió apresuradamente. Aguilera continuó sus paseos. A poco se detuvo en el centro de la habitación Se le vio vacilar sobre sus pies extendió los brazos iba a caer sus hijas corrieron a sostenerlo cayó en sus brazos lo condujeron a su lecho ¡Estaba muerto!" (2)

Un 26 de mayo de 2022, por eso que el poeta José Lezama Lima llamó azar concurrente, un tataranieto de Amado Aguilera Oliva, uno de los hijos de Francisco Vicente, procedente de Estados Unidos, presentó en la Feria del libro en Bayamo, dos libros seminales que recomiendo leer: El informe de Aguilera y El primer patriota, ambos forman parte, de lo que ya pudiera considerarse, sana restitución de todos los honores patrios que merece el Padre de nuestra República independentista, el que me atrevo a considerar, Washington de la nación cubana. Ese mismo día, durante la mañana, desde la Ciudad Monumento, la historiadora Isolda Martínez Carbonel creó el milagro de un acercamiento, que primero llegó vía telefónica, y después, el 27, se convirtió en un hecho concreto en mi vida al estrecharle la mano a Sergio Gonzalez Aguilera y recibir sus libros, bellamente dedicados, en la Biblioteca 1868, sitio exacto donde, antes de la quema de Bayamo, estaba la casa natal de Francisco Vicente Aguilera. Documentamos nuestro encuentro con fotos y agradezco profundamente la generosidad que tuvo conmigo, al recibirme junto a su esposa, como a un verdadero amigo, un legionario escondido de los Aguileristas que andamos por el mundo. 

Durante el Bicentenario de Aguilera en 2021 no pudo hacerse lo que merecía el Precursor de nuestra independencia. Hubo varios libros gestados desde la provincia Granma para rendirle honores; sin embargo, los de Sergio se inscriben en el linaje de los auténticos Aguileristas que nunca dejaron morir su memoria, y aun esperan el juicio final sobre la restitución de los honores de nuestro millonario heroico, el hombre generoso y digno que Cuba olvidó. 

Citas bibliográficas y notas 

1. Ludín B Fonseca: Francisco Vicente Aguilera, Proyectos modernizadores en el Valle del Cauto, La Habana, Ediciones Boloña, 2019, p. 476. 

2. Eladio Aguilera: Francisco V.  Aguilera y la Revolución de 1868, La Habana, 1909, páginas 378-379. 

viernes, 1 de marzo de 2019

Aquel hombre generoso que Cuba olvidó


En la base de este monumento descansan las cenizas de Francisco Vicente Aguilera y Tamayo.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

Desde agosto de 2018 vengo haciendo un modesto homenaje a uno de los hombres, injustamente olvidados en la actualidad: Francisco Vicente Aguilera y Tamayo.

Todo ser humano tiene sus símbolos, es normal que así sea. Vicente Aguilera es el mío.

Mi manera sencilla de rendirle honores fue dejando crecer mi barba, similar a la suya en la manigua insurrecta y luego en la emigración, donde murió en una pobreza triste, calumniado por unos, reverenciado por otros; pensar que antes de la Guerra de 1868, era la persona más acaudalada del Departamento de Oriente.

En mis pensamientos ya tenía anticipado lo que haría, luego de ponerle un manojo de rosas amarillas y conversar con sus restos, cortaría mi barba y volvería al hombre de trágicas lecturas que sueña puentes de agua y cree ver las luces de una ciudad tomada por el viento. 

Monumento a Francisco Vicente Aguilera en  el Retablo de los Héroes. Fot. A. Fernández.
El supremo organizador de 1868 
Aguilera sufrió extraordinariamente en vida, porque le arrebataron muchas cosas, incluyendo la condición de “precursor”. Leyendo el libro Raíces del 10 de octubre, de Gerardo Castellanos, uno comprende el altruismo del supremo organizador de la Guerra de 1868; el silencioso fundador de la nación, el Gran Maestro Venerable de la Logia Estrella Tropical;  el creador de las condiciones del proceso conspirativo, donde todo fue cálculo, inteligencia; duele ver como un ser humano de su estirpe, -cuando ya prácticamente todo estaba hecho-, es apartado por los hermanos Santiesteban de Manzanillo, liderados por Carlos Manuel de Céspedes y adelantaron el estallido independentista.

Me parece verlo en su finca Cabaniguán, con un racimo de guerreros, listo para el inicio de su obra sublime y conocer desde allí, que aquellos disidentes de su autoridad, se lanzaron a la toma de Yara y fueron derrotados. Su magnanimidad es enorme cuando sus seguidores le pidieron no reconocer la acción de Céspedes y se negó a hacerlo, sabiendo que éste pasó por encima de su autoridad y desde aquel trágico momento, creó la semilla de la discordia, dando lugar al enfrentamiento entre Aguileristas y Cepedistas. Así nació la Guerra de los 10 años en Cuba. 

Una promesa incumplida 
Viajar a Bayamo es un deleite para toda persona que pertenezca a la llamada Mesopotamia oriental; sí, tierra entre ríos; fértil por añadidura, donde nació una civilización de hablar pausado, casi con una musicalidad muy cercana a los guateques campesinos. Me atrevo a llamar Civilización mesopotámica a la cultura surgida entre los ríos Contramaestre, Cautillo, Jiguaní, Cauto y Bayamo, donde el componente aborigen fue vital, mezclado con migraciones de canarios, gallegos, libaneses, andaluces, chinos.

Hoy partí a cumplir mi promesa. Monté un camión de andar lento y con profundas bocanadas de humo; varias veces  me asomé al verdor de los campos, a los pueblos surgidos en mi Mesopotamia amada;  al llegar, tomé un coche hasta la Estación de Ferrocarriles y luego otro hasta la Necrópolis de Bayamo. Compré un racimo de rosas amarillas. El corazón me palpitaba de la emoción, al entrar, me dirigí a un grupo de personas, donde sobresalían algunas vestidas de azul;  pregunté por el lugar donde descansan los restos de Francisco Vicente Aguilera; una de ellas me dijo “¿y ese quién es?”, otra precisó, “mejor pregunto a la especialista”, alguien desde una oficina le respondió, “ese señor está en Santiago de Cuba”.   Lo sucedido parecía una broma colosal,  pero quise confirmar la ignorancia de una Ciudad ante el  cubano más generoso de su tiempo  y   nadie supo decirme el paradero de sus restos.

Desconsolado recorrí el Cementerio, por accidente llegué a la tumba del trovador Sindo Garay; lo evoqué en sus canciones; en su encuentro con José Martí;  coloqué algunas rosas como tributo. A su lado, Bladimir Zamora, hijo ilustre de Bayamo.  Seguí  entre nichos, bóvedas, pequeñas calles y dos hermosos  sepulcros con el apellido Aguilera me conmovieron, pero nada que ver con el patricio bayamés.

Ya  cerrando el mediodía, volví a los coches; atravesé en sentido opuesto una ciudad que me pareció contrariada por el sucio de sus calles, los embases de basura desbordados, los mercados en un mutismo sospechoso; pregunté a personas muy especiales sobre el destino de los restos de Francisco Vicente Aguilera, pero no me supieron orientar.

Decidí bajar hasta el Retablo de los héroes a ponerle mis flores a  su inmensa estatua allí; lo único que la identifica es el año de nacimiento y el de la muerte, nada más. Una cerca impide el homenaje, no obstante, coloqué mis rosas en su honor y regresé a mi pueblo.

Camino a la terminal, pregunté a muchos bayameses sobre el destino de un patriota benemérito llamado Francisco Vicente Aguilera; las respuestas me deprimieron, “yo no conozco a ese señor”. Yo les mostraba mi barba, creía decirles algo con la acción, pero me creían un loco  diciendo estupideces.

Llegué a casa; sentí que Bayamo no era la ciudad de mis sueños; muy dentro de mí, una angustia terrible; entonces revisé Internet y supe lo que todo cubano honrado debe conocer. 

Huellas del Cementerio de San Juan de Bayamo, donde por vez primera descansaron las cenizas de Francisco Vicente Aguilera en el Panteón de su familia.
La odisea de sus restos 
La investigadora Isolda Martínez Carbonell, en un artículo publicado en la revista Crisol, edición electrónica con fecha 21 de octubre de 2016, aclara todas las dudas que puedan tener cualquier cubano o extranjero, sobre el destino de los restos de Francisco Vicente Aguilera.

Queda definitivamente precisado, que murió en la ciudad de Nueva York de un cáncer en la garganta el 22 de febrero de 1877. Según datos de Martínez Carbonell: “El cadáver fue tendido en el Salón del Gobernador del ayuntamiento de New York, en capilla ardiente. Presidió la fachada del edificio la bandera de los Estados Unidos, el pabellón de la ciudad de New York y la enseña de Cuba Libre, a media asta, en señal de profundo duelo”.

En tiempos de la República, el Alcalde de Bayamo, Manuel Plana Rodríguez del Rey, se dirigió en carta al presidente de Cuba, el 18 de octubre de 1909, en nombre del pueblo bayamés: “… nos concedáis gloria de que reposen aquí las cenizas del inmaculado bayamés Francisco Vicente Aguilera, cuyos venerados restos cubren hoy tierra extranjera”.

Mediante ley del 28 de febrero de 1910, el Alcalde de Nueva York, cumplió la voluntad de los bayameses, y se produjo la entrega de los restos, para su traslado a Bayamo. El acuerdo se concretó el 28 de septiembre de 1910.

Días después, el 10 de octubre de 1910, llegaron los restos de Aguilera a Bayamo, a bordo de un tren especial. La urna fue llevada a la Casa Capitular donde el pueblo le rindió tributo, luego al cementerio de San Juan.

Martínez Carbonell llama reliquia a las cenizas del patricio bayamés, algo en lo que coincido completamente, porque lo sucedido ese día lo confirma, el Alcalde las recibió solemnemente, luego de ser depositadas en el panteón de la familia Aguilera. Los bayameses sentían aquellos restos como algo suyo, representaban, simbólicamente, el regreso a su tierra del hombre que más hizo por la organización de la Guerra de 1868.

Sin embargo, el 10 de octubre de 1940, sus descendientes pretendían llevarlo al Cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, como destino final. Entonces ocurre lo imprevisto, hijos de Bayamo, en la noche del 9, roban sus restos y lo esconden, porque no están de acuerdo con esa decisión.  Los periódicos en primera plana dan la noticia. Se especula sobre lo sucedido, pero los autores materiales de la profanación dan la cara y explican sus razones ante las autoridades:

En la noche del 9 había llovido mucho y, aunque no fue tarea fácil, la humedad nos ayudó a remover los ladrillos, que sacamos uno a uno, con mucho cuidado, para no causar destrozos, utilizando solamente un puñal muy bueno que me habían prestado.
La caja que contenía los restos de Aguilera era de bronce y pesaba bastante. Casi amaneciendo llegamos a la casa de Emilio y colocamos el féretro debajo de la cama de su mamá, Julia. Aunque los restos de Aguilera estaban protegidos por láminas de plomo, el agua se había filtrado, durante muchos años, por el estado ruinoso de la tumba, y todo adentro estaba muy deteriorado. Luego, ese mismo día, cuando accedimos a devolver los restos, buscamos a un hojalatero de apellido García, ya fallecido, que hizo una caja interior, debidamente soldada, remozándose el féretro.
Después de materializado el rescate se dieron cuenta que habían dejado una huella. A Emilio se le había quedado su sombrero, con unos papeles dentro de la badana en el cementerio. Ante esa situación, decidieron decir lo que habían hecho al comandante Felipe Elías Thumas, presidente del Centro de Veteranos. Este convocó a todas las instituciones para una reunión urgente en el cuartel de la Guardia Rural, Carlos Manuel de Céspedes e informó que los restos de Aguilera estaban en poder de los bayameses y estos no permitirían que se los llevara. El Centro de Veteranos, el Comité Pro Reconstrucción de Bayamo y el Círculo de la Prensa respaldaban esa actitud.
A continuación Emilio narró cómo habían ocurrido los hechos y terminó diciendo: “Es un ultraje para Bayamo que se lleven de aquí los restos de Aguilera y antes tendrán que matarnos para lograr eso”.(1)

El mausoleo fue concluido en 1958. Era el mayor de los homenajes de Bayamo a los mártires del 68, forjadores de la nación cubana; por eso lo llamaron “Retablo de los Héroes”. El proyecto lo concibió Sergio López Mesa y tuvo un costo de 32 000 pesos. Los restos de Francisco Vicente Aguilera descansan en la base del monumento, ubicado en la calle José Martí, entre Amado Estévez y Augusto Márquez. 
Mi promesa cumplida 
El 10 de octubre de 2019 se cumple el aniversario 109 del traslado de las cenizas de Francisco Vicente Aguilera a Bayamo. Desde el mes de agosto de 2018, rindo homenaje a su vida y obra, con esta barba, compañera de mis días de infortunio y entregas a la Patria, quizás no valoradas justamente por algunos, por una gran mayoría amiga, sí. En un gesto simbólico este 27 de febrero, sin saberlo, coloqué un ramillete de rosas amarillas en la base del monumento donde descansan sus cenizas. Espero las mías puedan ser esparcidas allí, cuando llegue mi hora final. 

Citas bibliográficas y notas 
(1) Testimonio del periodista bayamés Manuel R. del Risco Álvarez, tomado de Isolda Martínez Carbonell: El regreso de Aguilera: del Calvario al Mausoleo. Revista Crisol, Edición electrónica, 21 de octubre de 2016. 

Bibliografía

MARTÍNEZ CARBONELL, ISOLDA: El regreso de Aguilera: del Calvario al Mausoleo. Revista Crisol, Edición electrónica, 21 de octubre de 2016.

MORALES TEJEDA, AIDA LILIANA: El homenaje de Santiago de Cuba a Francisco Vicente Aguilera, Boletín Acento, Bayamo M.N. Segunda Época | Mes OCTUBRE/2016 | Año 2 | No. 19, publicado en Cuba nuestra, Edición electrónica. 

sábado, 20 de octubre de 2018

La Bayamesa o el Himno de Bayamo, fue una idea de Francisco Vicente Aguilera



Es bueno recordar entonces, que el Himno de Bayamo, “nuestra Bayamesa”, fue una idea de Francisco Vicente Aguilera y es justo recordarlo  hoy, como el desinteresado creador de la Patria.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

El 13 de agosto de 1867 el Comité Revolucionario de Bayamo, presidido por Francisco Vicente Aguilera, encargó, en la casa de este último, por idea del propio Aguilera y Maceo Osorio,  la composición de un himno a Pedro Figueredo, bajo el cual lanzarse a la lucha contra España cuando llegara el momento.La admiración por la Revolución Francesa era compartida por todos, así que a ese himno lo llamaron “nuestra Marsellesa”.

Durante la madrugada del 14 de agosto del citado año, Figueredo preparó su diseño melódico y decidió nombrarlo “Bayamesa”. Sólo faltaba la orquestación de aquella marcha, así que encargó la misma a Manuel Muñoz Cedeño. Cuando estuvo lista, se tocó por vez primera el 11 de junio de 1868 en la Iglesia Mayor de Bayamo. La melodía impactó a todos, al extremo que el gobernador de esa Villa, Julián Udaeta, presente allí, sintió profunda preocupación por aquel hecho, que presagiaba algo mayor. Los bayameses hicieron suyo aquel momento melódico y lo conservaron en la memoria.

El 10 de octubre de 1868 se inicia la gesta libertadora contra España y el primer gran hecho de armas se produce diez días después, cuando Carlos Manuel de Céspedes y sus seguidores, toman Bayamo. La capitulación se firmó a las once de la noche del 20 de octubre de 1868 y fue la primera gran victoria del ejército libertador.

En medio de la alegría, al lado de Carlos Manuel de Céspedes y otros patriotas, montando su caballo “Pajarito”, Figueredo escuchó cuando el pueblo seguía los acordes de su marcha, así que extrajo una hoja, cruzó una pierna sobre la montura y escribió la letra. La hoja pasó de mano en mano y el canto se hizo masivo. Así, el 20 de octubre de 1868, en la primera villa libre de Cuba, nacía el Himno de Bayamo.

Más de un siglo después, el 22 de agosto de 1980, los cubanos instituyeron el 20 de octubre de 1868, como el “Día de la Cultura Cubana”, porque con la entonación espontánea de la Bayamesa, se había producido el nacimiento de nuestra nación.

Es bueno recordar entonces, que el Himno de Bayamo, “nuestra Bayamesa”, fue una idea de Francisco Vicente Aguilera y es justo recordarlo  hoy, como el desinteresado creador de la Patria;  no por gusto en la República, su imagen estaba grabada en un billete de cien pesos, uno de los que más valía. ¿Por qué no recordarlo en toda su grandeza moral este 20 de octubre?

El 22 de febrero de 1877, aquel señor extremadamente rico años antes, el dueño de numerosas riquezas, el hombre de la barba de mambí definido por José Martí como “el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la República”, murió en Nueva York, acompañado por la absoluta miseria material.

miércoles, 6 de junio de 2018

La desgracia de cualquier cubano es montar un camión pesero




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

En la mañana el monstruo amarillo a la vista. Aprecié su matrícula (chapa decimos por acá), no había duda. Sacudimiento interior. Lo dejé ir. Juré por Dios que nunca más montaría. Recordar que bastó una hora y cinco minutos para llegar a Santiago de Cuba, hacía temible montarse nuevamente sobre algo así.

Lo vi tomar rumbo a Bayamo, miré el reloj;  tenía tiempo.  A las nueve debía estar en la presentación de nuestra serie documental: “Remanganaguas: la verdadera Ruta funeraria de José Martí”,  en el "25 Coloquio de Literatura", que auspician la Biblioteca Provincial 1868 y la Sociedad Cultural José Martí de la provincia Granma.

Claxon. Era una bestia azul, de cristales amplios y buena ventilación. No me quedó más remedio que tomarla. La verdad, viaje tranquilo, con algunos sobresaltos en su competencia por recoger pasajeros de los tramos y quitárselos a otros;  pero finalmente llegué bien.

Eran las ocho de la mañana y ante mí crecía imponente la estatua del hombre más rico del Departamento de Oriente en la Colonia y uno de los más acaudalados de Cuba, el patriarca Francisco Vicente Aguilera. Fui hasta él, me tomé un selfi, luego llegué a las ruinas de lo que fue Necrópolis de Bayamo y allí encontré otra muestra de reverencia al patricio bayamés.
Estatua de Francisco Vicente Aguilera. Fot. Arnoldo Fdez.
En esa ciudad no se recuerda bien al jerarca de Cabaniguán, al hombre inmenso, el líder del  famoso triunvirato   formado además por Francisco Maceo Osorio y Pedro Figueredo. Murió pobre en Estados Unidos.

Por esas cosas inesperadas, tuve que volverme orador de ocasión, pues las condiciones no fueron creadas,  para al menos compartir un capítulo de nuestra serie documental, pero que bueno, eso me dio la oportunidad de conversar sabroso con la gente de Bayamo, las bibliotecarias, personas espléndidas que hicieron muchas preguntas y se mostraron interesadas en nuestro libro “José Martí, el Apóstol de Remanganaguas”.   

Mi colega en el periodismo Juan Carlos Roque presentó el “DVD Remanganaguas:  la verdadera Ruta Funeraria de  José Martí”;  habló de los valores formales, de contenido y el valor histórico de las imágenes tomadas.

Los bayamameses son tan hospitalarios que vivimos intensamente un potaje de chícharos que gentilmente una muchacha de ojos azules sirvió para nosotros. Luego llegó el arroz blanco, el mogo de plátano y carne abundante, sin miseria, bien elaborada. Comimos divinamente. No faltó el postre y al final, un exquisito café fuerte, entre amargo y dulce, una delicia.

Todo el tiempo lo compartí con mi vieja amiga, ya jubilada, “Rosa la Bayamesa”, una persona que sabe mucho de español y literatura. Con ella aprendí hoy de nuestro José María Heredia, de José Martí. Conocí a la camagüeyana Teófila Acea Antúnez, gran mujer, a pesar de la edad, presidenta de la Sociedad Cultural José Martí en Bayamo.  Es el alma del Coloquio junto a las bibliotecarias de Bayamo.

Pero el día se estropeó al regreso, cuando montamos una bestia roja de truenos delirantes. El gentío encima, el calor comiendo el cuerpo. La sed amenazando.  La gente diciendo heces a aquel chofer, al machacante; pero ellos eran una tortuga silente, en todas las paradas de Bayamo a Contramaestre, pararon. Salimos pasadas las 2 de la tarde y llegamos sobre las cuatro. Terrible final. Dentro de mí, un monólogo tremendo, llamé “maricón, puta y todo lo que se me metió en la cabeza a aquellos irresponsables”. Nunca lo hice en voz alta, pero una mujer sí, varios niños, una anciana… Era tanta la desesperación.

Bayamo es una ciudad bella, su gente es mucho mejor todavía, pero con los camiones peseros, uno nunca sabe, “cuando no llegan, se pasan”.  Tiene razón el Bacalao de las cuatro cruces cuando afirma: La desgracia de cualquier cubano es montar un camión pesero”.


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