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viernes, 1 de marzo de 2019

Aquel hombre generoso que Cuba olvidó


En la base de este monumento descansan las cenizas de Francisco Vicente Aguilera y Tamayo.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

Desde agosto de 2018 vengo haciendo un modesto homenaje a uno de los hombres, injustamente olvidados en la actualidad: Francisco Vicente Aguilera y Tamayo.

Todo ser humano tiene sus símbolos, es normal que así sea. Vicente Aguilera es el mío.

Mi manera sencilla de rendirle honores fue dejando crecer mi barba, similar a la suya en la manigua insurrecta y luego en la emigración, donde murió en una pobreza triste, calumniado por unos, reverenciado por otros; pensar que antes de la Guerra de 1868, era la persona más acaudalada del Departamento de Oriente.

En mis pensamientos ya tenía anticipado lo que haría, luego de ponerle un manojo de rosas amarillas y conversar con sus restos, cortaría mi barba y volvería al hombre de trágicas lecturas que sueña puentes de agua y cree ver las luces de una ciudad tomada por el viento. 

Monumento a Francisco Vicente Aguilera en  el Retablo de los Héroes. Fot. A. Fernández.
El supremo organizador de 1868 
Aguilera sufrió extraordinariamente en vida, porque le arrebataron muchas cosas, incluyendo la condición de “precursor”. Leyendo el libro Raíces del 10 de octubre, de Gerardo Castellanos, uno comprende el altruismo del supremo organizador de la Guerra de 1868; el silencioso fundador de la nación, el Gran Maestro Venerable de la Logia Estrella Tropical;  el creador de las condiciones del proceso conspirativo, donde todo fue cálculo, inteligencia; duele ver como un ser humano de su estirpe, -cuando ya prácticamente todo estaba hecho-, es apartado por los hermanos Santiesteban de Manzanillo, liderados por Carlos Manuel de Céspedes y adelantaron el estallido independentista.

Me parece verlo en su finca Cabaniguán, con un racimo de guerreros, listo para el inicio de su obra sublime y conocer desde allí, que aquellos disidentes de su autoridad, se lanzaron a la toma de Yara y fueron derrotados. Su magnanimidad es enorme cuando sus seguidores le pidieron no reconocer la acción de Céspedes y se negó a hacerlo, sabiendo que éste pasó por encima de su autoridad y desde aquel trágico momento, creó la semilla de la discordia, dando lugar al enfrentamiento entre Aguileristas y Cepedistas. Así nació la Guerra de los 10 años en Cuba. 

Una promesa incumplida 
Viajar a Bayamo es un deleite para toda persona que pertenezca a la llamada Mesopotamia oriental; sí, tierra entre ríos; fértil por añadidura, donde nació una civilización de hablar pausado, casi con una musicalidad muy cercana a los guateques campesinos. Me atrevo a llamar Civilización mesopotámica a la cultura surgida entre los ríos Contramaestre, Cautillo, Jiguaní, Cauto y Bayamo, donde el componente aborigen fue vital, mezclado con migraciones de canarios, gallegos, libaneses, andaluces, chinos.

Hoy partí a cumplir mi promesa. Monté un camión de andar lento y con profundas bocanadas de humo; varias veces  me asomé al verdor de los campos, a los pueblos surgidos en mi Mesopotamia amada;  al llegar, tomé un coche hasta la Estación de Ferrocarriles y luego otro hasta la Necrópolis de Bayamo. Compré un racimo de rosas amarillas. El corazón me palpitaba de la emoción, al entrar, me dirigí a un grupo de personas, donde sobresalían algunas vestidas de azul;  pregunté por el lugar donde descansan los restos de Francisco Vicente Aguilera; una de ellas me dijo “¿y ese quién es?”, otra precisó, “mejor pregunto a la especialista”, alguien desde una oficina le respondió, “ese señor está en Santiago de Cuba”.   Lo sucedido parecía una broma colosal,  pero quise confirmar la ignorancia de una Ciudad ante el  cubano más generoso de su tiempo  y   nadie supo decirme el paradero de sus restos.

Desconsolado recorrí el Cementerio, por accidente llegué a la tumba del trovador Sindo Garay; lo evoqué en sus canciones; en su encuentro con José Martí;  coloqué algunas rosas como tributo. A su lado, Bladimir Zamora, hijo ilustre de Bayamo.  Seguí  entre nichos, bóvedas, pequeñas calles y dos hermosos  sepulcros con el apellido Aguilera me conmovieron, pero nada que ver con el patricio bayamés.

Ya  cerrando el mediodía, volví a los coches; atravesé en sentido opuesto una ciudad que me pareció contrariada por el sucio de sus calles, los embases de basura desbordados, los mercados en un mutismo sospechoso; pregunté a personas muy especiales sobre el destino de los restos de Francisco Vicente Aguilera, pero no me supieron orientar.

Decidí bajar hasta el Retablo de los héroes a ponerle mis flores a  su inmensa estatua allí; lo único que la identifica es el año de nacimiento y el de la muerte, nada más. Una cerca impide el homenaje, no obstante, coloqué mis rosas en su honor y regresé a mi pueblo.

Camino a la terminal, pregunté a muchos bayameses sobre el destino de un patriota benemérito llamado Francisco Vicente Aguilera; las respuestas me deprimieron, “yo no conozco a ese señor”. Yo les mostraba mi barba, creía decirles algo con la acción, pero me creían un loco  diciendo estupideces.

Llegué a casa; sentí que Bayamo no era la ciudad de mis sueños; muy dentro de mí, una angustia terrible; entonces revisé Internet y supe lo que todo cubano honrado debe conocer. 

Huellas del Cementerio de San Juan de Bayamo, donde por vez primera descansaron las cenizas de Francisco Vicente Aguilera en el Panteón de su familia.
La odisea de sus restos 
La investigadora Isolda Martínez Carbonell, en un artículo publicado en la revista Crisol, edición electrónica con fecha 21 de octubre de 2016, aclara todas las dudas que puedan tener cualquier cubano o extranjero, sobre el destino de los restos de Francisco Vicente Aguilera.

Queda definitivamente precisado, que murió en la ciudad de Nueva York de un cáncer en la garganta el 22 de febrero de 1877. Según datos de Martínez Carbonell: “El cadáver fue tendido en el Salón del Gobernador del ayuntamiento de New York, en capilla ardiente. Presidió la fachada del edificio la bandera de los Estados Unidos, el pabellón de la ciudad de New York y la enseña de Cuba Libre, a media asta, en señal de profundo duelo”.

En tiempos de la República, el Alcalde de Bayamo, Manuel Plana Rodríguez del Rey, se dirigió en carta al presidente de Cuba, el 18 de octubre de 1909, en nombre del pueblo bayamés: “… nos concedáis gloria de que reposen aquí las cenizas del inmaculado bayamés Francisco Vicente Aguilera, cuyos venerados restos cubren hoy tierra extranjera”.

Mediante ley del 28 de febrero de 1910, el Alcalde de Nueva York, cumplió la voluntad de los bayameses, y se produjo la entrega de los restos, para su traslado a Bayamo. El acuerdo se concretó el 28 de septiembre de 1910.

Días después, el 10 de octubre de 1910, llegaron los restos de Aguilera a Bayamo, a bordo de un tren especial. La urna fue llevada a la Casa Capitular donde el pueblo le rindió tributo, luego al cementerio de San Juan.

Martínez Carbonell llama reliquia a las cenizas del patricio bayamés, algo en lo que coincido completamente, porque lo sucedido ese día lo confirma, el Alcalde las recibió solemnemente, luego de ser depositadas en el panteón de la familia Aguilera. Los bayameses sentían aquellos restos como algo suyo, representaban, simbólicamente, el regreso a su tierra del hombre que más hizo por la organización de la Guerra de 1868.

Sin embargo, el 10 de octubre de 1940, sus descendientes pretendían llevarlo al Cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, como destino final. Entonces ocurre lo imprevisto, hijos de Bayamo, en la noche del 9, roban sus restos y lo esconden, porque no están de acuerdo con esa decisión.  Los periódicos en primera plana dan la noticia. Se especula sobre lo sucedido, pero los autores materiales de la profanación dan la cara y explican sus razones ante las autoridades:

En la noche del 9 había llovido mucho y, aunque no fue tarea fácil, la humedad nos ayudó a remover los ladrillos, que sacamos uno a uno, con mucho cuidado, para no causar destrozos, utilizando solamente un puñal muy bueno que me habían prestado.
La caja que contenía los restos de Aguilera era de bronce y pesaba bastante. Casi amaneciendo llegamos a la casa de Emilio y colocamos el féretro debajo de la cama de su mamá, Julia. Aunque los restos de Aguilera estaban protegidos por láminas de plomo, el agua se había filtrado, durante muchos años, por el estado ruinoso de la tumba, y todo adentro estaba muy deteriorado. Luego, ese mismo día, cuando accedimos a devolver los restos, buscamos a un hojalatero de apellido García, ya fallecido, que hizo una caja interior, debidamente soldada, remozándose el féretro.
Después de materializado el rescate se dieron cuenta que habían dejado una huella. A Emilio se le había quedado su sombrero, con unos papeles dentro de la badana en el cementerio. Ante esa situación, decidieron decir lo que habían hecho al comandante Felipe Elías Thumas, presidente del Centro de Veteranos. Este convocó a todas las instituciones para una reunión urgente en el cuartel de la Guardia Rural, Carlos Manuel de Céspedes e informó que los restos de Aguilera estaban en poder de los bayameses y estos no permitirían que se los llevara. El Centro de Veteranos, el Comité Pro Reconstrucción de Bayamo y el Círculo de la Prensa respaldaban esa actitud.
A continuación Emilio narró cómo habían ocurrido los hechos y terminó diciendo: “Es un ultraje para Bayamo que se lleven de aquí los restos de Aguilera y antes tendrán que matarnos para lograr eso”.(1)

El mausoleo fue concluido en 1958. Era el mayor de los homenajes de Bayamo a los mártires del 68, forjadores de la nación cubana; por eso lo llamaron “Retablo de los Héroes”. El proyecto lo concibió Sergio López Mesa y tuvo un costo de 32 000 pesos. Los restos de Francisco Vicente Aguilera descansan en la base del monumento, ubicado en la calle José Martí, entre Amado Estévez y Augusto Márquez. 
Mi promesa cumplida 
El 10 de octubre de 2019 se cumple el aniversario 109 del traslado de las cenizas de Francisco Vicente Aguilera a Bayamo. Desde el mes de agosto de 2018, rindo homenaje a su vida y obra, con esta barba, compañera de mis días de infortunio y entregas a la Patria, quizás no valoradas justamente por algunos, por una gran mayoría amiga, sí. En un gesto simbólico este 27 de febrero, sin saberlo, coloqué un ramillete de rosas amarillas en la base del monumento donde descansan sus cenizas. Espero las mías puedan ser esparcidas allí, cuando llegue mi hora final. 

Citas bibliográficas y notas 
(1) Testimonio del periodista bayamés Manuel R. del Risco Álvarez, tomado de Isolda Martínez Carbonell: El regreso de Aguilera: del Calvario al Mausoleo. Revista Crisol, Edición electrónica, 21 de octubre de 2016. 

Bibliografía

MARTÍNEZ CARBONELL, ISOLDA: El regreso de Aguilera: del Calvario al Mausoleo. Revista Crisol, Edición electrónica, 21 de octubre de 2016.

MORALES TEJEDA, AIDA LILIANA: El homenaje de Santiago de Cuba a Francisco Vicente Aguilera, Boletín Acento, Bayamo M.N. Segunda Época | Mes OCTUBRE/2016 | Año 2 | No. 19, publicado en Cuba nuestra, Edición electrónica. 

jueves, 6 de abril de 2017

El círculo de los estafadores camino a Santiago




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com

No revelo el nombre de mi testimoniante
por razones de seguridad para ella y su niña.


Ya los ha visto y el miedo se apodera de sus instintos. Teme por la niña, la probable reacción del esposo ante unos personajes salidos de las más burdas novelas de violencia. No se explica cómo están presentes en el país más libre del mundo, en la ciudad cuna de la Revolución;  lo cierto es que en Calle 4  se les puede localizar con facilidad. Pregunta  a su yo más íntimo: ¿Por qué los guardianes del orden público no hacen nada? ¿Será por temor? ¿Acaso alguna complicidad?
Aquella mujer se estresa siempre que llega el viernes y debe regresar a su Contramaestre de la soledad  y el lunes volver a Santiago. Piensa en esos hombres de alma oscura  que no son sensibles ante la enfermedad, la vejez, los niños, o  las mismas féminas tan protegidas por las leyes.

Ya sentada, junto a la niña, los ve subir y regarse por los bancos del camión; se esconden bajo apariencias sencillas, cualquiera diría que son viajantes intermunicipales.

Escucha el sonido del motor. Ante sus ojos pasa la Avenida de los Libertadores, el Moncada ahí mismo; giro a la derecha y descenso por Martí;  otro giro y desciende hasta salir a la avenida que lleva a la vieja Terminal. A la vista, la Autopista nacional, entonces comienza la pesadilla del fin de semana. 
En Calle 4 empieza  la tragedia 
Un flaco, de unos treinta, -jabado por más señas-, metido en su gorra; sacó el tablero y empezó a jugar; ella está muy cerca y un extraño escalofrío invade su estómago. Las frases melosas incitan a los viajeros, buscan la probable víctima. “Mientras más miras menos ves. Aquí está. Aquí está”. Un mulatón de más de cuarenta años se puso en pie y colocó cien pesos a la vista; su dedo índice marca una de las chapas. Otro mulato lo escolta. Tres más están al acecho. Los ojos del flaco se detienen en un viejo, -de Tercer Frente por cierto- y allí empezó todo, lo sedujeron de tal manera, que el pobre sacó un sobre blanco con el dinerito que traía encima, - era la pensión del mes recién cobrada-; lo dejaron ganar. El señor estaba eufórico y entonces fue por más y llegó la derrota draconianamente planificada. Perdió reloj, sombrero tejano, una sortija…

El miedo corre sobre el camión. La mujer abraza  a la niña. El protector del cuarentón dice  en son amenazante: “no has visto nada, no sabes nada. Es lo mejor que puedes hacer por el bien de tu hija”. Ya no es miedo, es espanto; bajo  el pulóver de aquel ejemplar de ébano se aprecia un largo cuchillo. La mujer ruega al Señor un milagro que salve a su niña de aquellos depredadores. Cierra los ojos y ora para llegar rápido a Contramaestre. Una mulata de la estirpe de Antonio Maceo se pone en pie y dice: “Basta de abuso cojone. Dejen a ese pobre hombre. No les da vergüenza carajo”. Los hombres miraron asombrados. Aquella mujer parecía dispuesta a todo, así que  llegando a San Luis, se perdieron en la espesura de otro furgón que iba rumbo a Santiago de Cuba. 

Entre Palma y San Luis la misma pesadilla 
El lunes aborda el camión a las 5:30 am en la terminal de Contramaestre;  todo tranquilo hasta Palma Soriano;  cuando sale de los límites de la ciudad del Cauto y entra a la Autopista nacional, vuelve la pesadilla del viernes. En la parada del Alambre suben cinco personajillos;   colocaron sus ojos en un anciano de unos 70 años. Aprieto a mi niña con fuerza, es irresistible el miedo que provocan estos estafadores. Cualquier día, pistola en mano, cambiarán sus modos operandi, porque cada vez se sienten más impunes, argumenta con resignación la mujer.  ¿Eran los mismos del viernes?, pregunté. No. Eran dos morenos, uno jabao y dos bien indios. Timaron a un señor que estaba a mi lado;  al muy pobrecillo le susurré al oído, no juegue padre, lo van a atracar  y uno de los aindiados sacó una navaja afilada ante los ojos de mi niña. “No te metas, porque te voy a picar la cara nena”. Uno de los mulatos me dijo,  “si hasta bonita es la muy condenada”, como sugiriéndome lo que podía hacerme también. Me privé del susto y abracé a mi beba. Las demás personas se hicieron los suecos  y ante nuestros ojos aquellos estafadores esquilmaron al muy infeliz; lo dejaron con el pantalón que traía puesto. Alguien regaló unas chancletas viejas y una camiseta para que pudiera llegar a su destino. La impotencia capitaneaba en todos. Un joven oficial del Ministerio del Interior parecía mudo y ciego;  también sintió miedo. Llegando a San Luis, se apearon como si no tuvieran ninguna relación entre ellos, hicieron señas a un camión que venía de Santiago y se perdieron camino a la Palma de Soriano. 

La estafa de los cien dólares 
El viernes volví a mi Contramaestre natal; idéntico ritual, mi esposo me acompañó hasta Calle 4, tenía una sensación rara, que me hacía sentir muy fría, sin ánimo para abordar el camión. Mis ojos buscaban a aquellos tipos, pero no los encontraban. Tomé un asiento por el que pagué veinte pesos. Me despedí de mi compañero de amores y nuevamente el mismo recorrido para salir a la Autopista. No me había dado cuenta, los tenía a mi lado. Allí estaban como racimos de palmiche. Apretaban a mi niña, quería creer que era por lo congestionado y yo evitando para no hacer un escándalo, porque el miedo me tenía traumatizada, me faltaba la respiración; esta vez la víctima fue una mujer humilde de Zacatecas (lugar del Caney), lograron sugestionarla al extremo de hacerla jugar cien dólares; la dejaron ganar como siempre hacen;  después no había manera que pudiera desprenderse de ellos, hasta que finalmente se los ganaron. En la emoción de la estafa, tenían a mi niña machacada con sus cuerpos tirados encima; algunas personas no pudieron más, -eran dos mujeres de pantalones como decimos los orientales-, dijeron a aquellos tipejos las cuarenta;  pero ellos, dueños del camión, sin machacante (cobrador del pasaje), ni camionero que los ubicara, amenazaron con los males mayores que podrían suceder si seguían con aquella mierda  de la justicia y el país de la Revolución; “cada cual es dueño de su vida y juega lo que le da la gana. Nadie los obliga”; dijo uno de los hijoeputas. Se sabían intocables, controlaban nuestro miedo. Recuerdo conté a mi padre lo sucedido, -él había regresado de Argentina donde estuvo por unos seis meses-, le dije lo que había visto en mis viajes de Santiago a Contramaestre y de Contramaestre a la Ciudad Héroe; se me hizo un nudo en la garganta; padre me abrazó fuerte; no pude evitar el llanto intenso; en mi memoria estaban grabadas para siempre las miradas de aquellas personas que un día salieron de sus casas y regresaron aplastados por una banda de estafadores. Nunca olvidaré, -dije a mi Padre-,  al viejo de Tercer Frente, se parecía a mi abuelo; lo vi llorar, tan indefenso, en el país donde la tercera edad es una de las más protegidas del mundo. 

Epilogo al círculo de los estafadores 
Está comprobado que los estafadores no son los mismos, unos operan en los tramos de Calle 4 a San Luis; otros del Entronque de la Autopista a San Luis; sus fechorías las planifican siempre en los mismos lugares. Tienen modus operandis similares. Andan en racimos,  entre cinco y seis;  quizás son una misma banda que se ha repartido los territorios para dar golpes con más eficacia y no tener encima el control de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR). Lo real es que se sienten dueños de la Autopista Nacional entre Santiago de Cuba y Palma Soriano;  allí reinan, nadie puede con ellos;  se han convertido en una plaga terrible que se aprovecha de la ingenuidad de muchas  personas, para asestar golpes terribles y  desaparecer en las aguas cómplices de otro furgón camino a Santiago o Palma. De seguir las cosas como van con el círculo de los estafadores, a la mujer de mi historia no le hace bien ese verso de Federico García Lorca que dice: “Siempre he dicho que yo iría a Santiago”.




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