viernes, 30 de diciembre de 2011

Los cubanos: extraña metamorfosis de pasado y ensoñación

Intelectuales de otros mundos piensan que la calidad de vida del cubano no se corresponde con las profesiones que realiza. Valoran profundamente los resultados del ingenio de ese hombre que labora con los recursos del intelecto; por eso se asombran al verlo en un ciclo, un camión de carga devenido trasporte de pasajeros, o mordisqueando un bocadito como almuerzo para volver a las labores.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

Vivir en Cuba es un acto de magia, quizás una ilusión, tal vez un delirio. Los paseantes del mundo llegan a nuestra isla y experimentan un regreso en el tiempo. No comprenden cómo los cubanos aman y fundan en medio de tantas limitaciones.

Algunos llegan a pensar que somos una especie de Haití. Sus hijos sienten pena si saben que vienen a Cuba. Otros prefieren traerlos para educarlos en el valor del trabajo y las cosas.

Los cubanos no son sencillamente una etiqueta más en el universo, son seres que construyen la felicidad con pequeñas cosas, como celebrar cumpleaños montados en una caravana de bicitaxis, o tomarse unos tragos de ron barato en un parque y jugar al dominó en torno a un puerco asado en púa.

Intelectuales de otros mundos piensan que la calidad de vida del cubano no se corresponde con las profesiones que realiza. Valoran profundamente los resultados del ingenio de ese hombre que labora con los recursos del intelecto; por eso se asombran al verlo en un ciclo, un camión de carga devenido trasporte de pasajeros, o mordisqueando un bocadito como almuerzo para volver a las labores.

Así somos los cubanos de la Isla. Nuestra cotidianidad puede parecer absurda para el resto del mundo, incluso inexplicable, pero esa magia es la que invita a venir, a conocernos, a compartir.

No somos un país del futuro, sino una extraña metamorfosis de pasado y ensoñación. Estar en Cuba es convivir con autos reliquias que andan las calles, diligencias de volantas donde los enamorados se casan o sencillamente viajan al trabajo. Estar en Cuba es tener los ojos de Alonso Quijano (El Quijote) y creer que nuestra mirada nos engaña con las imágenes que llegan a nuestro cerebro y no se pueden procesar. Colapso mental dirían algunos, otros gritarían es una magia absurda pero interesante. La herejía no se perdona, expresarían los amigos.

Cuba no es sólo el paraíso del Trópico donde las mujeres del allende vienen a comprar un hombre. No es sólo el paraíso donde reinan atractivas mulatas de siniestras caderas que desatan el deseo sexual. No es sólo el lugar del ron más exquisito de la tierra. Es el país de los soñadores, personas con filosofías ingenuas que no han perdido la justicia que todavía anida en sus corazones.

Su Isla anda en muletas, alguien me ripostaría. Yo le respondería: A cualquier hora del día o la noche me atiende un buen médico y no hace falta seguro, ni dinero en efectivo para hacerlo. Mi título universitario no me lo compró mi padre, ni me lo regaló ningún político.

Cada día recorro las calles sin el miedo a pensar que alguien me dará un disparo, por un ajuste de cuentas, o porque un cartel de la droga se confundió y me llenó de agujeros el cuerpo.

Vivo en Cuba. Aquí sigo. Deben venir a conocer mi mundo. No es Macondo, ni la Atlántida. Deben venir a conocer a los cubanos y no quedarse en la superficie de la fruta. Su sabor está en lo profundo. Encontrarlo requiere una búsqueda sacrificada.

sábado, 24 de diciembre de 2011

La soledad del oficio

La soledad… no es un libro de resentimientos ni de pedidos, es un texto que invita al diálogo, al análisis de una realidad que debe hacerse más enfática en el intercambio cultural contemporáneo de la isla.

Yovanis Acuña Montero (Ensayista y escritor de programas de radio)

Escribir siempre ha sido una de las aventuras más interesantes que ha descubierto el ser humano. Asimismo es una verdadera aventura, no tan interesante, la publicación de las obras que sueñan sus creadores.

Es ahí donde comienzan a sucederse los obstáculos objetivos y subjetivos. Ideas como éstas maneja Arnoldo Fernández Verdecia en su texto La soledad del oficio, libro inquietante y motivador, que hace un análisis sucinto y profundo de la escritura en correspondencia con su contexto y que fue presentado el pasado día 16 de junio de 2010, en la librería municipal, por el escritor Orlando Concepción.

Al decir de Arnoldo en el prólogo de este libro: "Los compromisos y dilemas que enfrenta un escritor en cualquier parte y época, es un universo cultural que surca el rostro de la humanidad desde sus albores. ¿Qué sería lo trascendente en un ensayo sobre el tema? Prefiero definirlo con una metáfora: escritor del interior de Cuba".

Este tropo es ideal para adentrarnos en la propuesta de Fernández Verdecia, y es que la principal problemática que aborda el libro son las vicisitudes que pasan los escritores desde el interior del país, específicamente desde el municipio, tan alejado de los circuitos culturales nacionales.

La soledad… no es un libro de resentimientos ni de pedidos, es un texto que invita al diálogo, al análisis de una realidad que debe hacerse más enfática en el intercambio cultural contemporáneo de la isla. Lo cierto es, que Arnoldo Fernández no resulta el único con este reclamo, hay muchos que comparten la soledad de su oficio.

ORDEN DEL DIA. Otro punto en la escritura

A menudo leemos libros de poesía donde nos muerde ese vacío de las palabras, ese simulacro de la belleza que no conmueve, que no amarga, y que por tanto no es belleza, sino silencio acumulable.

Por Eduard Encina
(Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

Uno

Desde ese espacio en que concurre el azar, bien pudo ser el calambre cotidiano, una asamblea de nagües, unas palabras de más, desde ese espacio, repito; aparece el racimo de poemas con que nos asusta y dice que él no entiende por qué no llegan a estar en una voluntaria suspensión de la incredulidad, ni en una sustancia alada y sagrada y mucho menos en asuntos destilados y concentrados que un tal T. S. Eliot nos exigía para encontrar un verdadero poema. Así que se rasgó el racimo de poemas y se fue tarde adentro sabrá Dios dónde.

Dos
Cosa rara, me dice El Puro* y yo no entiendo. ¿Un negro que escribe poesía? Ah, un poeta exótico. Entiendo.

* Jorge L. Legrá

Tres
Desde entonces le viene lo del lenguaje, ese lazo que hoy me empuja a presentarles el Orden del Día, de Domingo González Castañeda. ¿ De dónde salen estos poemas escritos como a retazos, con un asma dolorosa y final?. Por ahí pudieran sumergirse las primeras degustaciones del libro, en el aliento humanizante en que trasciende lo cotidiano y se (nos) fragmenta, para dotar de otro sentido las mismas palabras con que nombramos el perro y la casa:

No busques una puerta/ sin tener el pan/ lumbre que te ciega/ si tras los goznes/ no quedan oportunidades/ ¿no lo ves?/ tu imagen se desdibuja/ sólo queda el torpe silencio.

La noción de futuridad se anula y el poeta se aferra al lenguaje para subvertir el “Orden”, para deconstruirlo ante la realidad que lo abisma hacia la imprescindible postulación de una eticidad, que se hace a su vez coraza en el poder de la escritura. Nuevamente el hombre y el contexto, el Ser en el ser queriéndose alzar con otra pregunta: Qué hay que hacer con esta mitad de la cara/ donde todos escriben su dolor. Y más adelante en un primer plano focaliza un sujeto lírico con mayor pertenencia: Dónde está la otra mitad de mi cara/ el rostro que he perdido en la profundidad/ para ver y nombrar las cosas. Esta referencia a Eliseo Diego no implica alguna deuda explícita, al menos visible, con la poética del autor de “En la Calzada de Jesús del Monte”, resonancias que sí podemos percibir en la conformación de una teología Rilkeniana, en los balanceos metafóricos de Lezama, y más marcados aún, los senderos malditos de Rimbaud y Ángel Escobar, que se iluminan en versos como estos: Me pierdo en la punta de una aguja/ caeré en el ojo profundo de la espera y en otro poema donde confiesa que: han arrastrado hasta el suplicio/ a un tal Ángel Escobar que deja una marca en mi rostro.

Cuatro
Hay en el poemario ciertas zonas donde se revelan algunos elementos que han conformado una poética por acumulación, es decir, aquellos fragmentos que se dispersan en cada poema, concurren en una unidad conceptual. Los símbolos, las palabras se sacuden cualquier atadura y se dotan de un saber que parece pertenecerles solamente en ese instante en que las leemos y como a Borges nos azota el impacto de la belleza.

Orden del Día es un cuaderno vertical, donde la escritura es resistencia, asidero donde escurrirse el agua turbia de los días en que el poeta prefiere no contaminarse y buscar la salida, respiraderos para la sangre y el deseo, para ir del vino a la calle y de la calle a otra dimensión. ¿ Cuál es la otra dimensión sino la propia poesía que oficia de tabla de náufrago y lo salva de la miseria humana, o al menos, de que esa miseria lo convierta en miserable?. Entonces encontramos un puente, una puerta, que nos anuncian otra profundidad de sentido. Domingo González sabe que el poeta vino a dejar testimonio, aunque a veces no se explique: ¿hacia dónde vamos? Ó ¿quienes somos ahora?.....a quién le pediré una venda para cruzar el puente... quién me sostendrá los ojos/ quién por mí quién al madero va

El poemario dividido en tres secciones, Orden de Día, La otra canción del vidente y Desnudo sobre la Isla, mantiene un discurso sostenido que logra acentuar una voz reconocible y lúcida, donde asoma una conciencia del acto de la escritura, por el que discurren los miedos y las incertidumbres del poeta, su condición de animal de isla, o mas bien diría, el hombre como isla, hacia las profundidades de lo desconocido que lo habita, pero que aún no logra definir o revelar:
La ventana del vecino será el mar/ y no podrás doblarte en pez/ y no podrás ahogarlo en esa multitud/ que escondes.

Cinco
(Pág. 28)
Por ahí se define Orden del Día, toma carne frente al espejo, atiza la muerte para escapar de esa imagen que redunda, antes que se le despierten los ángeles más turbios. A menudo leemos libros de poesía donde nos muerde ese vacío de las palabras, ese simulacro de la belleza que no conmueve, que no amarga, y que por tanto no es belleza, sino silencio acumulable. Sin embargo, asistimos a un texto que promete levantar sospechas, o al menos removernos esas rabias que ocultamos o aquellos derrumbes por donde se nos descuelga lo cotidiano, lo que aun podemos salvar.

LA IRA DEL CORDERO y los paraísos perdidos

Yo no canto nadie canta/ su desnudez. Luego entablo/ otro artilugio y no hablo/ por el índice en el viento./ Afilo este sentimiento/ de horror. Se apagan las luces/ la noche está hecha de cruces/ y un violín sanguinolento.

Por Eduard Encina. (Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

Hace pocos días, mientras terminaba de pintar un cuadro que tenía sobre la mesa, no sé por qué razón comenzó a larvarse en mi mente la idea de que en Santiago la literatura volvía a encontrar un respiradero y comenzaron a pesar sobre mí una serie de lecturas que se iban mezclando con la espátula género por género hasta que llegó la décima y con ella la intención de escribir unas palabras sobre La ira del cordero, el del escritor Osmel Valdez Guerrero (Baire, 1971).

Si tenemos en cuenta la bonanza en que se ha sumergido el género durante los últimos años, tanto en el plano de la expresión y el lenguaje, como en el aspecto temático que se ha deslindado del discurso rural o amoroso para internarse en lo puramente filosófico o citadino, atravesando los saberes de la ciencia, y también los abismos de la marginalidad, quizás podamos comprender que con la publicación de La ira del cordero, por Ediciones Santiago, asistimos a la inauguración de una voz y un registro distintivo dentro del género.

Asumir la escritura como posiblidad de salvarse o salvarnos, proponemos una lectura inteligente que escapa a todo palabrear sin esencia y demás comodines que suelen infiltrarse en lo cadencioso o musical del verso, son algunas de las ganancias de este libro donde el sujeto lírico interroga para introducir la duda como elemento generador de una atmósfera de incertidumbre, de pérdida de la noción de futuridad que caracteriza asu generación: ¿Y cómo no supe luego/ que la voz nos abandona/ que ya no soy la persona/ elegida para el fuego? Nos dice el autor y más adelante termina con la angustia de indagar en la existencia: Miro la noche de frente/ como a los ojos de un muerto/ y regreso al mismo puerto/ o mejor al mismo puente.

Otra mirada por la que nos conduce el cuaderno es por la asimilación sincera y profunda de presencias como las de Martí, Lezama, Fayad Jamás, Rilke, Lautreamont, y muy en particular la Biblia donde sería indispensable detenerse por el profundo aliento religioso que mueve todo el libro, desde la elección misma del título, hasta el recorrido de cada décima por el temor y los derrumbes humanos que desembocan en un enfoque teológico sin perder la belleza y lo sugestivo del lenguaje: qué diminuta señal/ tiene el hombre en la mirada/ parece como una espada/ que dibuja un espiral./ Dice “estoy bien” y está mal/ que su pie no se adelante/ que quiera cantar y cante/ el cielo que hay en su voz/ Que diga “gracias a Dios”/ sin que la luz se le espante.

Asumir como el autor “ que estar cuerdo es un estado/ de la voz, no lo de la mente” nos recuerda aquella sentencia de William Carlos William de “ no emplear ideas sino las cosas” y Osmel Valdez a través de la imagen logra en este cuaderno, acercarnos a una visión más bien endógena del individuo, que busca conformar su yo a través de la experiencia y no de la tradición, el otro se convierte en vehículo para encontrar lo propio en una especie de teatralidad en que los contextos no son más que oportunidades para que ese yo alcance conciencia e identidad. Ensayo vuelvo al retablo/ sin música en la garganta./ Yo no canto nadie canta/ su desnudez. Luego entablo/ otro artilugio y no hablo/ por el índice en el viento./ Afilo este sentimiento/ de horror. Se apagan las luces/ la noche está hecha de cruces/ y un violín sanguinolento.

Podría ser este un breve acercamiento a la lectura de La ira del cordero, que sin dudas ya nos deja el placer de no quedarnos indiferentes. Es un libro que asume el riesgo de inquietar, de no dejarse leer al tirón, sino que complejiza la docilidad de la página y nos empuja hacia el espejo, donde la angustia hace muecas y aún se nos parece, nos mira buscando amparo, pero no sabe que para subir es mejor/ el cielo que la escalera.

ORACIÓN DEL QUE TRAICIONAN. La medida del Hombre

“La estrella que cuidaban nuestros padres es ahora/ una viruta de hielo clavada en el tabernáculo”. Más adelante continúa: “qué es el poeta sino el ahorcado/que se consagra al hedor propio/ que es el hedor de su clan”.

Por Eduard Encina. (Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

La poesía puede provocar lúcidos arrebatos, pero también hondos silencios, que en ocasiones suelen ser muy elocuentes, sobre todo cuando en los últimos años uno se ha leído libros de poesía que parecen introducirse en un vicio del palabrera, que abre un vacío, un discurso que se fosiliza, que no estremece, ni se estremece.

Dentro de este ámbito es que vino a la luz Oración del que traicionan, de Jorge Labañino Legrá (Baracoa, 1971). Un cuaderno de evidente linaje lezamiano, que intenta introducirse en una poética de la agonía, del desgarramiento y otras pérdidas. Basta asomarse en alguna de sus páginas para encontrar una asimilación y acumulación de los más diversos referentes, pasados por la daga implacable de la poesía y resucitados por fin en el poema. Desde aquella sentencia de Shopenhauer que “únicamente el dolor es positivo” o “el escribe con sangre y comprenderás que la sangre es espíritu” que atormentaba a Nietszche, hasta la conformación de toda una teología que conduce a la salvación por medio de la escritura.

Jorge Labañino Legrá, miembro del Grupo Café Bonaparte nos propone una poética muy personal, donde podremos encontrar una voz reconocible que a veces nos interroga para definirse:

“Qué es un poeta sin un costado que sangre/ sin una casa que pisotea y enloda su voz”

Quizás por ese afán de trascender lo cotidiano y la filosa relación entre el poeta y el contexto que lo anula, lo olvida, lo desteje, y finalmente lo borra; el autor opta por una variante que define su actitud ante el lenguaje y la página en blanco: “Habrá que oscurecer nuevamente las palabras”

Esta aparente oscuridad viene a convertirse en paradoja, cuando descubrimos en el poemario, de forma reiterada, palabras o símbolos que de alguna manera se relacionan con la noción de claridad. El “fuego”, lejos de adquirir la connotación de elemento devorador se convierte en un ente purificador, si recordamos que allá por los Corintios escrito está “la obra de cada uno, cual sea, el fuego la probará”. Lo mismo sucede con la “luz” que se torna en un elemento corpóreo, palpable y modelable, alcanza un espacio físico que nos da la sensación de que va a inundarnos, a transfigurarse en nosotros mismos. Pero esta relación paradójica más bien acentúa la propuesta del autor, que no desconoce la máxima Heideggeriana de que “la demasiada claridad lanza al poeta en las tinieblas”.

Otra cuerda que podría ilustrarnos los derroteros de este libro, está relacionada con el tratamiento del asunto ético, convencido ya de los derrumbes de ciertos paradigmas que regían los espacios de pensamiento filosófico, ideológico y culturales en el decenio anterior, que lo llevan a una otra toma de conciencia: “La estrella que cuidaban nuestros padres es ahora/ una viruta de hielo clavada en el tabernáculo”. Más adelante continúa: “qué es el poeta sino el ahorcado/que se consagra al hedor propio/ que es el hedor de su clan”

Encontramos aquí un postulado axiológico cuasi hermético, hacia el acto de la escritura. Desvestir la realidad y dejarnos ver su cuerpo, doloroso, sin falsos atuendos, sin virginidad. Esto hace que en determinado momento sintamos una especie de pérdida de la noción de futuridad, de desamparo, es decir, reaparece la duda ante su identidad y su relación masoquista con el contexto.
“¿Quienes somos tú y yo/ bajo este sarro de costumbres?”

Habíamos dicho que el poeta es un ser olvidado, sin historia, una criatura de la nada que solamente en el poema Es: “Ya nadie habla de los cordones que aporté/ cuando al cruzar las aguas se hizo la ruina y la voz”.

Bajo estas circunstancias he leído Oración del que traicionan, para comprender la plegaria del hombre por alcanzar el más puro cielo, para sumergirme en la palabra caliente, donde al final nos traiciona, nos seduce, esa misma palabra que luego vuelve atroz y te invita lector y te dice “levántate y anda”.

LA IRA DE CONCEPCIÓN. Un cuaderno nuevo

¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí? En alguna parte leí que en el frontispicio del Templo de Delfos una inscripción exhortaba “noscete ip sum” y por esas confluencias pude descifrar algunas de las claves por donde discurre este poeta nacido en el Central América Libre por 1932.

Por Eduard Encina Ramírez. (Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

Mientras me sumergía por enésima vez en El Horno de la Ira, este Cuaderno de Décimas con que hoy nos amenaza Orlando Concepción, desde la grabadora Silvio parecía compartir esos atisbos de lucidez por los que a veces me empujan algunos libros cuando oía su guitarra que (se) ó (me) preguntaba ¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí? En alguna parte leí que en el frontispicio del Templo de Delfos una inscripción exhortaba “noscete ip sum” y por esas confluencias pude descifrar algunas de las claves por donde discurre este poeta nacido en el Central América Libre por 1932. Hace poco le oí decir “tú no entiendes Eduard, las palabras son nuestra militancia”, miré sus ojos pequeños y oraculares, no dije nada, algo había descubierto pero aún no revelaba el sentido, hasta que caí en el Horno como símbolo, con un algo que caracterizó el aliento finisecular ¿A qué vendrían sino, por citar dos ejemplos, libros como el de Fernando Martínez Heredia Cuba en el horno de los 90 o para acercarnos más al contexto el Cuaderno del año de la Ira de León Estrada?. En ellos también hay un redescubrimiento, una posición ética hacia y desde el creador. Entonces nos encontramos este poemario donde hay un dolor que genera alumbramientos, donde el poema purifica y solo en él el poeta se salva.

A ver si me explico. Escribir bajo la sospecha de la arena ineludible que se ha dejado atrás, y que definitivamente alguna tarde va a alcanzarlo, se convierte en un estado y un acto de fe. Tal vez por eso escribe “sorprende / descubrir que no se aprende / a recalar del inicio / en ese mortal oficio / en que la vida se extiende”. Pero no está en la muerte el peligro, sino en saber morir entre la hierba más digna. El poeta no puede cambiar la realidad, pero crea otra realidad que son las palabras, y por ahí vienen estas décimas, por un desgarramiento que no explica nada, sino que crea otros desgarramientos que se agudizan en la estructura que asumen sus textos, creando vacíos, zonas de impasse, donde el lector participa en la construcción de la imagen definitiva.

Encuentro en El Horno de la Ira códigos que me conducen hacia un lavamiento. El poeta es el Mesías que arrastra su cruz y él es la cruz, nada explica mejor la poesía que la propia poesía. La memoria del dolor cohabita con el presente, alcanzando momentos en que la décima parece despertarnos de algún silencio “ el mar enciende la muda / perversidad de la herida” o tal vez podría acentuarlo mejor en estos otros versos donde escribe “el gorrión vuela tan alto/ en el espacio inseguro / que anida su trono oscuro / en las grietas del asfalto”. Algo está pasando en el lenguaje, Orlando Concepción no solo se aleja de lo tradicional en la forma de disponer los versos y en el eficaz encabalgamiento, sino que roza a veces ciertos momentos de hermetismo que nos somete, nos esclaviza a diseccionar la imagen hasta el fondo.

Hay un tono cuestionador que recorre todo el poemario y es que al poeta no le gustan los caminos, sabe adonde va, pero la palabra es una carne indócil que desconoce el límite y se impulsa hacia otras connotaciones, quizás por eso el poeta se interroga ¿no es tentador el hechizo / que clama docilidad?”¿Docilidad de qué o de quién? ¿Docilidad del poema o del poeta?. Nada le es ajeno todo transcurre desde una poiesis hacia un desbordamiento lírico que no resiste lectores pasivos, que no entren en su complicidad . Más adelante se responde “no acato la mansedumbre / cuando se quema la historia” es ahora la ira quien lo saca a flote, la ira vuelta al poema que otra vez lo salva.

Mucha décima se ha escrito en los últimos diez o quince años, bien pudiéramos hablar de una redención del género que he experimentado sospechables (y hasta inconcebibles cambios). La muy inocente se ha dejado violentar por la fogosidad del post modernismo, sin embargo, la gran mayoría de las insinuaciones en este sentido se han quedado en el cuerpo, en la estructura, juegan con impactos visuales sin lograr estremecimientos en aspectos relevantes como el lenguaje, el registro sonoro. “El Horno de la Ira” asume la astucia de la moderación, no enfila hacia los ampulosos regodeos escriturales; respeta el octosílabo y la pausa al final del cuarto verso.

La tarde en que Orlando me pidió que presentara su libro no había pensado “ ¿Qué necesita un ser humano para no apartarse de sí?”, ni tenía a Silvio cancionándome, ni un hijo a punto de nacer. Ahora yo también conozco parte de la ira, me hago el dócil y espero el fuego de las palabras donde un ser humano lo único que necesita es un poema y un poco de luz para encontrarse.

lunes, 19 de diciembre de 2011

La magia de Facebook en mi cumpleaños

Cumplo 40 años. Puede ser la mitad de la existencia, quizás estoy en el final, nadie sabe. Pero hoy, al abrir mi página en Facebook, respiré profundo. Algunas lágrimas me visitaron. ¡Cuántos amigos estaban ahí, deseándome lo mejor, felicitándome! Era la magia de las redes sociales, sus encantos. Hoy soy muy feliz porque tengo amigos en todo el mundo. Abrazos sinceros y brindo, con cada uno de ellos, en la copa de la amistad.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

Es 19 de diciembre. Cumplo 40 años. ¿Cuántas cosas uno haría el día de su cumpleaños? Sin embargo, hoy caminaré las calles de mi pueblo natal, e intentaré encontrar razones para seguir adelante. Siempre hay razones, pero hay que saber buscarlas.

Hoy estaría junto a mi Madre, muerta el pasado 28 de noviembre, celebraríamos con alguna cena, tendría un día feliz, si es que esa palabra existe y se puede entender en su total dimensión. Junto a ella, esa palabra tenía todos los sentidos imaginables. Sin ella, es difícil encontrarle significados más allá de la tristeza.

Cumplo 40 años. Puede ser la mitad de la existencia, quizás estoy en el final, nadie sabe. Pero hoy, al abrir mi página en Facebook, respiré profundo. Algunas lágrimas me visitaron. ¡Cuántos amigos estaban ahí, deseándome lo mejor, felicitándome! Era la magia de las redes sociales, sus encantos. Hoy soy muy feliz porque tengo amigos en todo el mundo. Abrazos sinceros y brindo, con cada uno de ellos, en la copa de la amistad.

martes, 13 de diciembre de 2011

“Noticia aclaratoria sobre un tal Eduard Encinosa, autor de El jardín del agua”

Foto: Escritor Eduard Encina Ramírez.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Acabo de leer el suplemento de Juventud Rebelde El tintero. Una breve reseña dedicada a un poeta desconocido atrajo mi atención, su nombre: Eduard Encinosa. Los datos iluminaron mi discernimiento, es alguien conocido, pues he disfrutado algunos de los libros que mencionan: De ángel y perverso, Golpes Bajos y Lectura de Patmos. Sin embargo, no tengo noticias de El jardín del agua, ni mucho menos de un poeta que se nombra Eduard Encinosa.

Doblé El tintero y me fui al único café del lugar donde vivo: Contramaestre, allí estaba Eduard Encina Ramírez, su rostro mostraba arrugas de incomodidad. “¿Leíste la página tres de El tintero?”. Dos amigos que me acompañaban en una mesa dijeron a coro: “Eduard Encinosa, autor del muy célebre “El jardín del agua”. No perdimos la ocasión y conversamos del contenido de esta nota que hoy envío a los editores Marilyn Bobes y José Luis Estrada Betancourt.

Para los editores mencionados, una breve aclaración. El jardín del agua nunca fue escrito por Eduard Encina, ni mucho menos por Eduard Encinosa. Un texto con un título parecido es Jardín de agua y pertenece a Alan Drew. Creo que ambos colegas nunca pensaron en Eduard Encina Ramírez, sino en el escritor cubano Michel Encinosa Fú y su obra El jardín de los senderos que se bifurcan.

Nota aclaratoria sobre Eduard Encina Ramírez
Aquí les mando este ensayo de mi autoría sobre la obra poética de Eduard Encina Ramírez. Tendrán mejor información para corregir el lamentable error que acaban de hacer público en El tintero. Pueden leer sobre Eduard Encina Ramírez en mi blog Caracol de Agua

lunes, 12 de diciembre de 2011

Retorno al límite para no caer en la falsa aureola de calamina

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

“Dan miedo esos álamos del parque sin un ciclón ni / unas palabras que los muevan”.
(Eduard Encina)

Recientemente Editorial Oriente acaba de publicar Lectura de patmos, texto que dialoga con zonas poéticas trabajadas por Eduard Encina en sus obras iniciales, en especial, el límite como obsesión. La visualización de este eje poemático es reflejado en La burbuja, Las trompetas, Arca de la fe, Corintios trece, Brújulas, Ok, Noticias de la tarde, Vesperal, Yo se que a mi lado hay una sombra, Fabeliano (pájaros que duermen sobre la cabeza), Sombras que pasan, Las dos bestias, Sangre que se nos va, Habitad, Autopsia, Otro segundo discurso, Espumas, Últimas revelaciones, Manifiesto del pájaro moteado, Derrumbes parciales, Orillas, Página en blanco, Los muros, Happening de la madre abortando la casa y Cerrado por las dos cabezas. Analicemos brevemente algunos de ellos para corroborar el aserto señalado.

En La burbuja utiliza imágenes esenciales para comprender el límite en la vida del hombre: “El aire alumbra los temores que la razón no resiste”. Aquí el recurso funciona como forma de ventilación de la verdad, más allá de las trivialidades que simboliza el miedo. Tal vez por eso utiliza la siguiente imagen: “…es difícil / acariciar la luz que nos pierde luz al fin vencida / en su propio reflejo.” Más adelante ilumina el fenómeno del miedo a partir de una evocación hacia lo marginal: “…en Patmos un Ángel respira el fondo de una / escalera”. El poema intenta resolverse a través del salto, pero no en su variante liberadora, como lo hiciera en su mítico ICARO, sino como despliegue, interrogante simbólica ante el ser o no ser: “Aquí la voz. ¿Saltas?” Entonces la palabra alcanza una fuerza telúrica hacia lo individual: “Duele mostrar el rostro…”; “Atrás quedan siempre los tatuajes por donde cruza / el odio sacudiéndose la inercia”.

Un poema gravitacional es sin dudas, Las trompetas, pues anuncia también el miedo como recurso que anula al sujeto. El viento orea la verdad. Las antípodas viento / pared, verdad/mentira, obligan al individuo a proponerse la liberación como necesidad: “hay que borrar / la pared para que el ladrillo se muestre / doloroso / infiel / el miedo pasa vertical. si lo escribo el camino / se acorta pierde duración pero ellas amenazan / ocultan el peligro la dirección del viento”.

Una visión teleológica condiciona la titulación de un poema, que anuncia visiones polisémicas en la existencia del ser, sobre la base de la evocación de un texto bíblico: Corintios trece. Se trata de buscar luz, como algo quimérico, para purificar al sujeto y hacer soportable la vida, o mejor, vivir con amor. Cristo Jesús y San Pablo están ahí indirectamente, y alimentan la libertad, más allá del miedo y las levedades de la enajenación: “No sé cómo te desprendes hacia el margen por el / filo mismo de nacer sin unas alas donde plantar la / cicuta. / El temor está en mí. Nadie lo trae/ está en mí”.

La utilización del símbolo puente adquiere nuevas connotaciones en Brújulas. La propia titulación anuncia la necesidad de orientación ante el vacío, lo indescifrable. No se trata de saltar, y alcanzar la liberación a partir del aire como oxígeno o sencillamente flotar a partir de la verdad; se trata de comprender que más allá del muro “unos cuerpos se desprenden de las palabras / sin que acuda el dolor la sombra el puente”.

Ok, pudiera ser una sencilla razón de aceptar el destino y no hacer nada para variarlo, pero el poeta omnisciente no piensa así, por eso utiliza una imagen estremecedora, que contrapuntea el permanecer y no estar; el existir y no intentar variar el mundo. Las noticias en otro lado. Sencillamente, un hecho lejano, por eso están ante el hombre con su pesado fardo; pero lo mediato nadie lo nombra, sólo el poeta: “Dan miedo esos álamos del parque sin un ciclón ni / unas palabras que los muevan”.

Títulaciones ya utilizadas en poemas anteriores son retomadas nuevamente en Lectura de patmos, pero dotadas de significaciones diferentes. Sus nombres: Yo se que a mi lado hay un sombra y Derrumbes parciales. En ambos casos el poeta acude al miedo que invade la realización del sujeto y no le permite alcanzar la luz, la individualidad plena. En el primero de los textos mencionados corrobora nuestro aserto con una imagen esencial: “…tengo miedo a quedarme sin recodos. el que empuja / está pero es una sombra que va conmigo para / medirme la sangre”. Más adelante precisa una noción de inmovilismo ante el devenir: “en Patmos / asoma la hierba por el camino”. Incluso confiesa la necesidad del poeta de volver sobre versos olvidados: “he vuelto a estos poemas / que me salvan de caer en la falsa aureola / de calamina”. En el segundo ilumina zonas visibles, muy visibles del ser nacional: “El mar era / una casa laberinto de palmas flotantes, de novias / borrosas, traspuestas, invisibles”. Líneas después acude a una imagen esencial, para comprender los bordes de una insularidad desgarradora: Joden las orillas / Cuerpo mío/ porción que ondea en cualquier parte”.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Por el páramo hasta la ciudad de los caballeros: vivencias de una médico cubana

Por Dra. Odalis García Paneque. odalis.garcia69@yahoo.es

El 29 de junio, en medio de aplausos y júbilo intenso, la brigada médica 24 del 2011 llegó al aeropuerto internacional Simón Bolívar, Estado Vargas, en Venezuela.

Mi primera visión, desde la ventanilla del avión, los cerros de Katia la Mar. Conocí de su existencia en el 2002, cuando su pueblo, movido por una fuerza superior, bajó hasta el palacio de Miraflores a reclamar el retorno de Hugo Chávez.

Al pisar la Venezuela soñada, recordé a Martí: “… y cuentan que un viajero llegó a caracas y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó donde se comía ni donde se dormía, sino donde estaba la estatua de Bolívar…”

Trámites aduanales por unas horas. Luego, una noche en el hotel “Las15 letras”. Otros compañeros, menos favorecidos, pernoctaron en el campamento de las diferentes misiones.

En la mañana, del siguiente día, los colaboradores que fuimos designados para el Estado Mérida tomamos la buseta, un pequeño ómnibus con capacidad para unas 20 personas. Comenzó así una travesía que duró unas 16 horas, y nos acercó, por primera vez, a la naturaleza venezolana, llena de contrastes. Atravesamos llanuras, ríos, montañas, pueblos campesinos, grandes ciudades, cambios de clima que, en algunas zonas, el calor nos hizo deshacernos de casi todos nuestros atuendos; y unas horas después, el frío nos obligaba a tomar los abrigos. Sentimos el cansancio de las horas de viaje y el deseo de probar comida caliente para calmar el estómago, que ya extrañaba la comida criolla de nuestra casa; ahí fue donde comencé a sentir la solidaridad de este pueblo, cuando el chofer venezolano, de forma amable pagó mi primer almuerzo. Con el citado hecho, inició mi identificación con este pueblo.

La experiencia más dramática, de la travesía, fue sin duda la cruzada por los páramos andinos; un paisaje lleno de pueblos antiguos, con los más disímiles contrastes constructivos; montañas con cumbres nevadas. Los sembrados. En las noches, luces que parecen como suspendidas en el aire. El organismo, no adaptado a tales alturas, siente el llamado “mal de páramo”, una sensación de desfallecimiento, unido a mareos y vómitos que obligó a parar la buseta en muchos sitios.

Así fue que llegamos a Mérida, la conocida mundialmente como ciudad de los caballeros, muy agotados, pero plenos de sueños.

Han transcurrido ya 5 meses, y he tenido emociones que han ido a los extremos: dolor por la muerte de mi padre a los 5 días de llegar aquí, víctima de una enfermedad cancerosa. El diagnóstico, pocos días después, de cáncer de pulmón a mi madre, la que hoy en Cuba, de forma valiente, enfrenta su enfermedad, con fe en Dios y la medicina cubana.

En el otro extremo, un pueblo generoso que nos acogió desde el primer día. Amigos venezolanos que, desde entonces, han hecho suya cada dificultad que hemos enfrentado.

Desde mi puesto de trabajo, en el Centro de Alta Tecnología de Mérida, he tenido el disfrute de brindar atención médica especializada a todos los que han llegado hasta aquí.

Cada día recibimos una sonrisa, un apretón de manos y el agradecimiento a Chávez y Fidel por llevar atención médica gratuita a todos. Nos sentimos premiados. Me atrevo a decir, en nombre de mis compañeros, que nuestras expectativas personales y profesionales han sido cumplidas.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Rigor y disciplina para llegar a Haciendo Radio

"El programa de mañana siempre tiene que ser mejor; y un reto que todavía está por realizarse, que con mi trabajo pueda solucionar los problemas comunes del ciudadano cubano".

Por Alfredo Rafael Ballesteros Alfonso. malfonso@medired.scu.sld.cu

A propósito de la celebración hoy del Día del Locutor en Cuba, conversamos con Magdiel Pérez Labrada, voz titular de Haciendo Radio, informativo por excelencia de la familia cubana.

Alfredo Ballesteros Alfonso: ¿Cómo se forma en ti la vocación por la locución?

Magdiel Pérez Labrada: A los 8 años hice programas infantiles. Después, cuando estaba en la secundaria básica, formé parte de un círculo de locución en mi natal Las Tunas.

ABA: ¿Cuáles voces de la locución cubana influyeron como modelo en tu formación?

MPL: Tengo un poco de todo el mundo. Nadie es totalmente auténtico, único. Si tuviera que mencionar nombres: en la parte masculina, Franco Carbón para mí es un referente, y en la femenina, Miosotis Parapar, sobre todo por la forma en que improvisa.

ABA: ¿Cómo se vincula Magdiel con la radio y con qué programas debutó en la misma?

MPL: En programas infantiles de Radio Victoria en Las Tunas; y ya en grande, en Radio Cadena Habana, donde hacía el programa juvenil “7:30 Juventud”.

ABA: ¿Trabajaste en Radio Victoria en calidad de voz líder en algún programa?

MPL: Negativo, no tuve espacio. Lo único que hacía era formar parte de un equipo de 4 locutores que presentaban un programa los sábados en la tarde que se llamaba “Comando”; ya no existe.

ABA: ¿La variable geográfica determina tu migración a La Habana para hacer carrera en la locución?

MPL: Fui a la Habana a estudiar en la universidad. Por azares de la vida apareció la propuesta de Cadena Habana y duró siete u ocho años.

ABA: ¿Ya estando en La Habana, con cuáles emisoras de radio te vinculas? ¿Qué programas hiciste? ¿En cuáles de ellos fuiste voz titular?

MPL: Comencé en Cadena Habana, donde llegué a tener cuatro programas en los que era el conductor principal: un juvenil, un noticiero, uno de facilitación social y uno de música y poesía. Trabajé también en Radio Metropolitana, Radio Ciudad, Radio Ariguanabo, Radio Reloj y finalmente en Radio Rebelde.

ABA: ¿Qué programas hiciste al formar parte de Radio rebelde?

MPL: “MB Caribe”, un programa de música salsa que sale el sábado entre nueve y doce del día. Después hice “Visión”.

ABA: ¿Cuándo recibes la propuesta de trabajar en Haciendo Radio? ¿Qué comenzaste haciendo?

MPL: Lo primero que hice fue la sustitución de las noticias nacionales por espacio de quince días, eso fue en enero del 2006 aproximadamente, ya en agosto del propio año me ofrecieron la oportunidad de hacer las culturales.

ABA: ¿En qué momento eres elegido como locutor principal y por qué?

MPL: En marzo del 2007; y fue porque el conductor, que estaba en ese momento, decidió regresar a su provincia, no iba a seguir trabajando y alguien consideró que de las personas que estábamos allí, yo podía asumir esa responsabilidad. A mí, en ese momento, me pareció demasiado grande, un reto muy difícil, pero bueno, ya voy para casi cinco años.

ABA: ¿Qué experiencia pudieras socializar para los locutores jóvenes, a partir de los años que llevas en el informativo por excelencia de la familia cubana?

MPL: Con constancia, rigor y disciplina, se puede llegar muy lejos.

ABA: ¿Retos de Magdiel Pérez Labrada como locutor?

MPL: El programa de mañana siempre tiene que ser mejor; y un reto que todavía está por realizarse, que con mi trabajo pueda solucionar los problemas comunes del ciudadano cubano.

ABA: Agradecemos las palabras de este joven locutor de Radio Rebelde en exclusiva para Caracol de Agua. ¡Felicidades Magdiel!

Fotografías utilizadas:
1. Magdiel Pérez Labrada, voz titular de Haciendo Radio.
2. Magdiel Pérez Labrada junto a Alfredo Ballesteros Alfonso.


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