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miércoles, 24 de enero de 2018

El gordo me robo el café

Eduard Encina el 19 de mayo de 2016, deposita ofrenda floral ante Obelisco a José Martí en Remanganaguas. Fot. Arnoldo Fernández.
Por Rogelio Ramos Domínguez (Poeta y periodista)

Eduard Encina no creó el Café Bonaparte, ni siquiera estuvo entre los primeros soñadores quienes en el Instituto superior pedagógico decidimos darle forma a la criatura, Eduard ni siquiera era gordo,  ni tenía tantos libros, ni era un tipo reconocido en toda la isla. Era solo Eduard y así le dejamos entrar a aquella aventura.

Café Bonaparte lógicamente nace del poema de Fayad Jamiz, y lo hicimos posible en medio del hambre rotunda, eran los años 90: sopas de arroz, arroz dulce, naranjas, rones intraducibles, muchachas hermosas quienes arriesgaban sus 20 años en medio de la tanta oscuridad y Eduard, comenzó a aparecer en todas partes.

No olvido jamás una tarde en la que Eduard, que ya dije era solo un muchacho, fue a decirle a todo el que pudo que no había entendido uno de mis cuentos, nos reímos juntos dos tardes después, y luego se puso más serio y salió triunfante en un concurso de la Facultad de Humanidades al que yo había enviado quizás mi mejor historia de la época.

Luego nos fuimos a la vida, yo dejé hasta hoy de concursar, no por rebeldía, ni sé por qué y Eduard Encina siguió escribiendo el verso y supe entonces que  el Café Bonaparte, seguía vivo en Contramaestre, que colgaba  ahí el ahorcado, y lo iban a ver los políticos de cartón, las mujeres que guardan las llaves de la noche.

El Café dejó entonces de ser una ilusión del pasado temible y se alzó con un nombre en el país y el país lanzó su mirada al Café, a Contramaestre, a Eduard Encina, que ya no era un tipo solo, al contrario, tuvo  en su tierra amigos, seguidores, detractores y mucha poesía.

No sentí celo alguno, al contrario, la infusión que logramos armar Luis Fong y yo en el pedagógico Frank País, que fuera a ratos muy amargo retomó vuelo. Pude ir a Contramaestre alguna vez y me encontré con jóvenes poetas, amigos de muchos años y hablaban apasionadamente del Café Bonaparte.

Podrían haberlo llamado de cualquier modo,  igual iba a sonar, igual iba a ser la obra del Gordo Encina, de ese poeta, que tuvo bien plantados amigos y enemigos, y supo, al fin, hacer el verso donde morían naranjas y algunos auguraban nicho humilde.

Por eso no queda otra cosa que agradecer a Eduard Encina, a todos los que retomaron aquellas tertulias  y las colocaron  desde el fondo  del país, en el corazón de tanta gente.

Solo una cosa más;  cuando la muerte rondaba a Eduard Encina, Eduardo Sosa y yo trepamos las escaleras del hospital. Abajo acompañaban  poetas de cualquier rincón de la isla, Reynaldo García Blanco, Yunier Riquenes, ahí su esposa, el Puro que es inseparable, lo conocemos: Cuando subimos y Alfredo Ballesteros nos guió hacia el Gordo, cuando pude verlo atravesado por el dolor, sostenido por aquellos tubos de aire, Eduard me dijo: ¨El Café Bonaparte tiene que seguir¨. Lloré. Le di un beso y bajé las escaleras con ese pensamiento fijo en la cabeza, entre ese poeta y nosotros queda el deseo de hacer, ya no solo verso, sino hacer la vida de estos pueblos que algunos desean borrar de cualquier mapa.

Eduard supo siempre que la provincia  puede ser el verso, y la unió en ese  Café que fue mío pero que él hizo suyo, de sus amigos, de los poetas. No me queda más  remedio que reconocerlo, El Gordo me robó el Café  o quizá tomó lo que fuera suyo desde el surgimiento, debe ser por eso que sostuvo mi mano en los finales para decírmelo. ¨El Café Bonaparte, tiene que seguir¨. Hermano,  estés donde estés, cuenta conmigo.

jueves, 27 de marzo de 2014

Dictadorzuelos de la cultura sí que los hay

Los dictadorzuelos de la cultura tienen el don de la ubicuidad.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu 

En una conversación  de café, un amigo cercano habló de la función negativa que ejercen los dictadorzuelos de la cultura; tienen el don de la ubicuidad, están en todas partes, resuelven los problemas, creen ser los creadores de lo que se hace, en fin, no permiten individualidades a su lado.

Mi amigo habló largo, dijo que si queremos construir visiones plurales de los procesos culturales, debemos comenzar por nosotros mismos y no ejercer tiranías que terminan asfixiando estéticas y maneras de organizar diferentes. Señaló a Orígenes y su principal doctrinario, Lezama Lima, como paradigma; nunca impuso su poética a  escritores como Eliseo Diego, Fina García Marruz, Cintio Vitier y otros.

La conversación subió de tono y llegó hasta el Café Bonaparte, grupo que reúne
en Baire, los domingos, a amigos y amigas.  Mi amigo habló de extensos debates que allí florecen, muchas veces con un efecto coral, pues alguien cree tener el don de la ubicuidad,  y a él, -“yo pienso con cabeza propia, me dijo”-, no le queda más remedio que convertirse en disidente, porque no resiste esa condición tutelar que alguien reclama para sí. 

Así llegamos a José Martí, siempre atento a las tiranías para reducir sus efectos alérgicos; mi inquieto amigo, -inspirado en el Apóstol-, dijo que si queremos parecernos al futuro, tenemos que desarrollar el don de asociarnos y construir espacios de libertad, donde participemos en condición de iguales, sin que alguien se encargue de decidir  por nosotros.

Habló de las ferias del libro celebradas en su pueblo, de los eventos, siempre giran alrededor de una persona; el otro, los otros, no existen, así se reparten honores, reconocimientos, pago de resoluciones; en fin, todo lo imaginable en el mundo de la cultura; cuando esta persona falta, todo se desmantela, porque no hemos sido capaces de construir el otro, así que no debemos predicar un tipo de moral –demasiado latosa-, si en casa no hemos sido suficientes para alzarnos con el don de la ubicuidad.

martes, 31 de diciembre de 2013

CUBANOS a mucha honra, estemos, donde estemos


Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu 

Año tras año el grupo Café Bonaparte se reúne en Baire y celebra el fin de año. A la cita asisten  escritores y familiares. Caracol de agua es parte de Bonaparte, su obra se alimenta en las críticas y audaces libros y revistas que nos pasamos sus miembros.

Por eso, luego de un 2013 tan bueno para nosotros en lo intelectual, nada mejor que celebrar con rones, macho asado y  música hecha por nuestra gente. Aquí le van algunas fotos que recogen momentos de lo acontecido este 30 de diciembre en el Café Bonaparte…

Felicidades a todas las personas que nos quieren y estimulan en el mundo y en la isla especialmente….Un abrazo a todos y mucha salud. Caracol de agua termina el 2013 con estas imágenes, espero las disfruten y comprendan que por encima de lo que divide y anula, somos cubanos, CUBANOS a mucha honra, estemos, donde estemos. 
Este puerco fue el protagonista del diálogo (I).
 
Este puerco fue el protagonista del diálogo (II)
Jugando coroto, el que pierda se va a la púa a asar el puerco.
Mi mujer junto a mi padre y mi amigo el escritor Eduard Enicna. 
Roneando y jugando coroto antes de comer el macho asado como le decimos acá en el oriente de Cuba.
Junto a buenos amigos escritores  dándole a la púa.
No podía evitar hacerme una foto con el protagonista al fondo.  

miércoles, 14 de noviembre de 2012

FOSA COMÚN

Onel Pérez Izaguirre: Miembro del grupo literario Café Bonaparte. Caracol de Agua pone a Consideración de sus lectores, una selección de lo mejor de este bardo  nacido en Baire, con sólo un par de décadas de vida.

 El problema
Tales pensaba que el agua era esencial
pero  la gente de Baire no comprendía 
su palabra
nada vale en el desierto o en una tubería
que se escapa y zozobra.
En Mileto el agua es la cuestión
pero la gente de Baire
ya no entiende.


Partitura íntima
Dios sabe que la verdad es poesía
                               Eduard Encina
La angustia es mi llave
abre  los escombros y le da paso
al poema.
Cuando me levanto aparecen
Borges
Fidelio Ponce
Teresita la loca
pesan mi mano
y el movimiento insomne que circula
en las venas.
La angustia es mi llave.
Al final
Dios estará sentado junto
al mármol
como una página
en blanco.

P I B
Mientras arranco la hierba
la vértebra se descoyunta
en dos mitades exactas
que me arruinan sobre la tierra. 
No soy producto de una sociedad
en consumo
sino de un individuo
solo
y desmembrado.


De cada cual según su capacidad
a cada cual según su trabajo
decía el viejo Marx
aún sin ver mis nervios
atascados entre la hierba
separados por un surco
que se extiende
y borra mis pupilas.
Pienso en Marx
cuando creó la famosa frase
pero aún el surco continúa
extiende mi cabeza
me reduce.

1993
Con el pan al cuello
las estrellas caían a ráfagas
en el zinc. La lluvia mojaba mi desidia
y el miedo abría su boca para tragarnos.
Año en que mi madre
gemía entre las paredes
y yo asomaba el vientre
por el techo
para poder secarlo.

Fosa común

Crecí sin padre como un perro
al que le sale sangre de la boca.
Nadie siente ese dolor sino el poeta  
cuando preguntan si existe el padre.
Les digo que no.
Solo la poesía no abandona
Es Freud que regresa
y descarga los sesos de mi padre
en la basura.
Me detengo.
No sirve de nada embarrarse las manos.                                                          

miércoles, 13 de octubre de 2010

De cómo un café francés llegó a ser cubano

Eduard Encina Ramírez y Jorge Labañino Legrá transplantaron el Café Bonaparte a Baire, y desde allí, imanta a mucha gente que acude a él buscando el sésamo del arte.
Por Arnoldo Fernández Verdecia.

En la década de 1990 un grupo de jóvenes universitarios se unió en torno a un café, parecía animarlos el espíritu francés de alimentar sueños artísticos diversos, unos querían ser poetas, otros trovadores, novelistas, pintores, en fin, muchas quimeras. Una imagen los acompañó en el comienzo y fue la del poema “El ahorcado del Café Bonaparte", de Fajad Jamís.

El nombre llegó de la boca de un demiurgo de rancio apellido español, Ramos, bautizado con una identidad germana, Rogelio. Dicen, algunos amigos, que muy famoso por su lanza de caballero andante empeñado en cambiar el mundo en aquellos duros (1990-1995).

Al café llegaron mucha gente de diversas ideologías, orientaciones sexuales, bohemios, pero todos empeñados en hacer un arte parecido a su tiempo. En cada uno latía un espíritu de rebeldía ante la mediocridad. Fue unánime el reclamo de enfrentar la pseudocultura que ya reinaba en esos años.

No los unía un manifiesto, ni tenían estatutos, ni bases programáticas, sencillamente eran espíritus afines que intentaron explicar el mundo desde el arte, esto último, muy significativo, pues ocurría en una universidad pedagógica del oriente de Cuba: la Frank País García.

Los cuadros nocturnos de aquellos muchachos y muchachas, delgados, por la magra ración de alimentos en los comedores de becas, trovando canciones de Silvio y Pablo a la sombra de largos apagones, leyendo poemas de Neruda y Roque Dalton, eran fantásticos. Parecía imposible imaginar tales escenas, cuando muchos escapaban a otros países, u optaban por el proxenetismo o la prostitución.

De esas obras idílicas, en tiempos de crisis, salieron gente como Eduardo Sosa, Julio César Rodríguez (El Habanero), Eduard Encina, Bárbara Grave de Peralta y Francisco, entre muchos que ahora no recuerdo sus nombres y ni siquiera sé donde están.

Aquel café universitario se esparció por Cuba y el mundo, y en la mente de algunos, se mantuvo como una conquista imborrable, entre ellos sobresalen dos nombres: Jorge Labañino Legrá y Eduard Encina Ramírez, que lo transplantaron a Baire, y desde allí, imantó e imanta todavía a mucha gente que acude a él buscando el sésamo del arte.

El Café injertado en Baire cumple este octubre once años, y es considerado, por algunos escritores de Cuba, como de referencia nacional, dado el espíritu creativo que late en sus miembros. De esos empeños afrancesados en un inicio, con bautizos germanos en sus raíces, hoy florece un árbol auténticamente cubano. (Leer y escuchar poema)

Poema en audio: El ahorcado del café Bonaparte de Fayad Jamís por Fayad Jamís

El ahorcado del café Bonaparte

A Pablo Armando Fernández

Para no conocer los abismos del humo
para no tragarse los periódicos de la tarde
para no usar unos espejuelos cubiertos de sangre o telaraña
El que estaba sentado en un rincón lejos de los espejos
tomándose una taza de café no oyendo el tocadiscos
sino el ruido de la pobre llovizna
El que estaba sentado en un rincón lejos de los relámpagos
lejos de los leones morados de todas las guerras
hizo un cordón con una hoja de papel
en que estaban escritos el nombre del Papa el nombre del Presidente
y otros dos mil Nombres Ilustres
y a la vista de todos los presentes
se colgó del sombrerero que brillaba sobre su cabeza
El patrón del café salió bajo su capa negra en busca de un policía
Armstrong cantaba sin cesar la luna había aparecido
como una gata furiosa en un tejado
Tres borrachos daban puñetazos en el mostrador
y el ahorcado después de mecerse dulcemente durante un cuarto de hora
con su voz lejana
comenzó a pronunciar un hermoso discurso:
"Maintenant je suis pendu dans le Bona
La lluvia es el cuarzo de mi miseria
Los políticos roen mi bastón
Si no me hubiera ahorcado moriría
de esa extraña enfermedad
que sufren los que no comen
En mis bolsillos traigo cartas estrujadas
que me escribí yo mismo
para engañar mi soledad
Mi garganta estaba llena de silencio
ahora está llena de muerte"

"Estoy enamorado de la mujer que guarda las llaves de la noche
Ella se ha mirado en mis ojos sin saber quién he sido
Ahora lo sabrá leyendo mi historia de hollín en los periódicos
Sabrá que me llamaba Louis Krizek
ciudadano del corazón de los hombres libres
heredero de la ceniza del amanecer
He vivido como un fantasma
entre fantasmas que viven como hombre
He vivido sin odio y sin mentira
en un mundo de jueces y de sombras
La tierra en que nací no era mía
y tampoco el aire en que reposo
Tan sólo he poseído la libertad
es decir el derecho a sufrir a errar
a ser este cuerpo frío
colgado como un fruto
entre los que cantan y ríen
entre una playa de cerveza
y un templo edificado para adorar el miedo
La mujer que guarda las llaves de la noche
sabrá que me llamaba Krizek
y que cojeaba un poco y que la amaba
Sabrá que ahora no estoy solo que conmigo
va a desaparecer un viejo mundo
definitivamente borrado por el alba
Así como la niebla a veces aplasta
las flores del cerezo
la muerte ha aplastado
mi voz"

Cuando el patrón volvió con un policía de lata y azufre
el ahorcado del café Bonaparte
ya no era más que el humo tembloroso de un cigarro
bajo el sombrerero
sobre una taza con restos de café

FAYAD JAMÍS

sábado, 19 de diciembre de 2009

José Lezama Lima y los motivos de la ciudad

Por Ismael Fuentes (Profesor universitario)

La obsesión de José Lezama Lima por la ciudad, específicamente La Habana, revela no pocas claves para poder comprender algunas zonas de su poética.

La ciudad emerge en su obra como motivo estructurador de sus propias fabulaciones, su intención es darnos audazmente los argumentos que sitúan al hombre dentro de su propia unidad de creación, en la que cada parte encuentra su justificación de trascendencia, perspectiva que lo aleja, un tanto, de la mirada irracional de algunos escritores modernistas, que para éstos la ciudad fue más bien el centro generador del spleen, el espacio en que se frustraban muchos de los ideales humanos, por fuerza de una materialidad enajenante habían concluido que Ícaro no merecía segundas oportunidades.

Si nos ajustamos entonces, al juego que ciertas vivencias personales dejan como pautas interpretativas, obtendríamos algunos dividendos críticos.

Al abrir el círculo hacia episodios puntuales de su propio nacimiento nos encontramos que, tal vez, aquello de nacer en un campamento militar, y por la posterior identificación de la ciudad con un elemento natural, -en este caso, con el agua-, se convertiría en un importante núcleo de reflexión en torno al suceso poético.

El nacimiento en el Campamento Militar de Columbia cobra visos de signación homérica, pareciera que con él se nos anunciaba el comienzo de nuestra mayor epopeya en materia de poesía, había nacido, Urbi et Orbe, el rapsoda de la imaginación, como en aquellos pasajes de la Ilíada, en que la gravitación del campamento militar hacía que la vida alcanzara el pathos de la desmesura.

El valor de distanciamiento, esa demarcación con respecto al resto de la urbe impregnó su propia visión creadora, un condicionamiento de paisaje, la ideación de un centro de privilegio sensorial, -que Juan Ramón Jiménez-, y el propio poeta atribuían a la condición de isla.

En la ciudad reconoce Lezama la confluencia e irradiación de las imágenes posibles, valdría la pena, entonces, reconstruir el itinerario de tal significación, una especie de cartografía poética, pues en él armonizan perfectamente la ciudad tibetana con la griega, y cuyos analíticos no quedan como simple voluntarismo floral, sino que constantemente desafían al encuentro de su múltiples sentidos, al emplazamiento de sus lógicas culturales y poéticas.

De manera que, si en una predomina lo concéntrico, -no en sentido de cierre- sino de giro, circunvalación, en el sentido de las agujas del reloj, la otra se abre, -como la famosa Tebas, con sus cien puertas-, a la irradiación o a la confluencia, y ambas se verifican en una nueva concepción, cuya existencia él sitúa de seguro en nuestra isla.

Sin embargo, en Lezama aparece como un descentre constante, empuje de la fuerza creadora de la imagen, su avidez por las formas lo deja caer en constantes sorpresas, en la que no gusta dejar migajas, cada fragmento se constituye en posibilidad creadora, en dilatación para los sentidos.

La peculiar manera de enfrentar la ciudad le exigía múltiples posicionamientos. Si el campamento le dio la visión por escorzo, las consecuencias del método habría que buscarlas en lo liminal, en esa zona de no pertenencia, en esa u-tópica, de un no estar siendo, porque para él, el seguir siendo en las cosas se trueca en ubi-cuidad, esta idea, -a mi modo de ver- pudiera darnos algunas líneas de descifre.

A su obra, pudiéramos decir, la atraviesa una oscilación, quizás, pendular, entre la trasfiguración y la trasmutación, por un lado, el cambio, la serie que transfigura una misma cosa, en que lo que permanece se sumerge para dar paso a sus posibilidades formales, aparenciales, en esta vía lo que permanece se mantiene por fuerza de la intuición, en la contención de una certeza, en cambio, el fiel de la trasmutación nos da los oros a partir de materias más innobles, búsqueda de la cualidad suprema, con olvido de la escala, y que al final se arroja sobre las ruinas. En carta enviada a Fina García Marruz pregunta ¿Cómo irse de la figura sin destruirla?, o sea, el poeta no permanece ajeno a su problemática metafísica, planteándose una manera resolutiva de conciliar ambas posiciones.

El interés de los pueblos por sus enclaves geográficos, por delinear sus contornos arquitectónicos, por desentrañar la fuerza de cohesión de una misma unidad de convivencia marca una tradición antiquísima y diversa.

Su revisión y asimilación formó parte también del fabulario de nuestro poeta, siempre con ese modo tan peculiar de incorporar, creativamente, lecturas disímiles.

En tal sentido cabe señalar algo a lo que me he referido en otros trabajos sobre Lezama, es decir, la dimensión antropológica que tiene su obra, al aprovechamiento que hizo no sólo de la literatura, o la filosofía, sino también de los importantes relatos dejados por viajeros, etnógrafos, o etnólogos. Lo cual no deja de ser un hecho inédito en nuestra tradición literaria.

El interés prestado por los estudios en ciencias sociales lo corrobora Manuel Moreno Fraginals, quien, -a su regreso a Cuba en 1949-, al ser nombrado subdirector de la Biblioteca Nacional, le permitió acceder a títulos del fondo bibliográfico que no estaban clasificados. En su Preludio a las Eras Imaginarias Lezama se refiere a algunas de esas leyendas en que poesía e historia se entrecruzan, como aquella, -relatada por James Frazer en su Rama Dorada-, donde en China, un pueblo, cuyo contorno rememoraba la forma de una red de pescar sometía a otro por tener la forma de un pez, hasta que este último encontró la forma de emanciparse, construyendo un pagoda altísima que impedía que el “pueblo-red” los siguiera sometiendo.

La taxonomía que establecieron en Cuba los grupos de origen africano ostenta, igualmente su inventario imaginativo, recogido en buena parte por los cuestionarios de Lydia Cabrera. Lezama, que conocía bien la obra de la etnógrafa, sobre todo libro El Monte y los Cuentos de los Negros de Cuba, extrajo de ellos admirables relatos para incorporarlos a su imaginería poética.

Tanto es así que varias veces se refirió a La Habana como una ciudad líquida, y esas mismas resonancias la vamos a encontrar en la concepción bantú de los grupos africanos o afrocubanos asentados en la isla, para ellos La Habana representa la ‘tierra de agua’, y que en lengua kikonga equivale a kuna nlango, así también para referirse a su antípoda, Santiago de Cuba acuñaron el término kuna nfinda, o ´tierra de fuego´.

Estos contenidos culturales contribuyen a ampliar el campo de significaciones metafóricas, sustantivación que toma el poeta a partir de una concepción morfológica de la cultura, -tomada, lo más seguro, de los trabajos del etnólogo alemán León Frobenius-, quien dedujo la existencia de un origen cultural común, estableciendo las llamadas áreas culturales, es decir, grupos humanos ubicados en zonas geográficas distantes podrían compartir iguales patrones culturales. De ahí que la noción de confluencia en Lezama tenga ese alcance cultural.

Sin embargo, aun cuando el análisis de tales contenidos nos circunscriba al ámbito de la cultura, éstos lo siguen siendo en su aspecto más externo, pues en realidad su objetivo es ser tributarios del análisis del fenómeno poético, a la intención por legitimar a la poesía en todos lo sustratos de la producción espiritual del hombre, en su proceso instituyente.

Pero fue dentro la cultura griega donde Lezama Lima encontró, su principal encuadre gnoseológico, no solo por lo que importaba de tradición para Occidente, sino por las propias posibilidades especulativas. La importancia dada en esta cultura a la forma, en su fuerza como manifestación de lo exterior, se erigía en concertación racional a la vez que sensorial, y por tanto en premisa valedera también para la poesía, en su propio condicionamiento. Así, los círculos de recorrido en la ciudad tibetana se aclaran en su teocracia ascendente, ciudad para el espíritu y no para el cuerpo, ¿acaso la escasez de oxígeno en esas alturas no condiciona su carácter circular?

Dentro de ese juego de condicionamientos e indeterminaciones gustaba situarse Lezama. Por tanto, si bien el atributo de líquida a la ciudad de La Habana se dimensiona en su alusión al patronato de Yemayá o de Olokun, es en la búsqueda de la unidad en lo diverso, -a través de un elemento natural-, donde encuentra sus mayores posibilidades metafísicas, -tal y como lo hizo Tales en la antigua Grecia-.

La presencia del agua como trasfondo de permanencia garantizaba la unidad, un homogéneo de probidad a la unidad, pero no solo esto, el elemento agua muestra otra arista importante: en su obra el poeta se refiere muchas veces a lo “madreporario”, a cierta condición placentaria en diferentes niveles, generadora de las cosas o de los acontecimientos, una preocupación por los procesos formativos, por el detalle embriogénico, en lo amniótico pertinaz.

El agua, por tanto, es para él sustancia abstracta, vuelta sobre sí en lo que envuelve y diluye, pero también la que engendra y robustece. Atributos que hacen de aquella ciudad no el espacio donde se sacrifica la personalidad del individuo sino donde, -a expensas de una vitalidad renovada-, se abre a su realización espiritual, en la que el poeta, contra la sequedad de lo pasajero, se señorea, cada diciembre, en grueso rocío.

Fotografía: José Lezama Lima, poeta y narrador cubano nacido el 19 de diciembre de 1910.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Diez veces Café Bonaparte

Por Orlando Concepción Pérez (Escritor y periodista)

Cuando en el año 1999, bajo la inspiración del escritor Eduard Encina, de Baire, presidente de la Asociación Hermanos Saíz en el municipio Contramaestre, el Grupo Literario Café Bonaparte inició su vuelo por las páginas de la creatividad. Era fácil predecir (aunque nadie lo hizo), que cruzaría la frontera invisible del tiempo.

El Café Bonaparte, sin tener las características identificativas de un taller literario, ni tener vínculo alguno con la estructura administrativa de la Dirección Municipal de Cultura, ha demostrado que resulta factible ayudar a los nuevos (y los no tan nuevos) escritores a pulir la calidad de sus textos poéticos y narrativos, hasta acercarlos a la condición ambicionada de “perfectos”, si es que la perfección existe en la literatura.

Más de uno de los que después publicarían sus libros iniciadores, proclama con entera honestidad que, en mucho, lo agradece a la persistencia educativa de las indicaciones, señalamientos, criterios (favorables o no), recibidos en las sesiones dominicales de las dos de la tarde, en el Café Bonaparte.

El Café Bonaparte, con su merecido reconocimiento, me recuerda al grupo de artes escénicas, “Avanzada Cultural”, surgido en noviembre de 1961 y “destrozado” en 1964, tras dos años y seis meses de triunfos sonados en varias ciudades de la antigua provincia Oriente.

Richard Egüez, célebre flautista de la Orquesta Aragón, compositor de fecundo quehacer, estrenó en Contramaestre, el 24 de junio de 1965, su composición “Los tiñosos”, que conquistó celebridad, y que nació de la experiencia de la orquesta cuando se apropió del programa musical en el horario estelar de una radioemisora habanera. Los envidiosos le salieron al paso. No podían aceptar que una agrupación de Cienfuegos lograra adueñarse de la preferencia de la radio audiencia. “Los tiñosos” de entonces, “resucitan” en cualquier etapa del devenir artístico. Sucede igual con el Café Bonaparte. Existen los que, al no poder igualarlos, quisieran desaparecerlos. Eso sucedió con “Avanzada Cultural”. La envidia por sus triunfos y la “tiña” contra su director incomprable (por invendible), Gerardo Morín Frías, (Chile), al no poder “absorber” al Grupo, prefirieron “desaparecerlo”. Esa es otra historia.

La Asociación Hermanos Saíz (AHS) y, por conclusión lógica, el Café Bonaparte, ha levantado la envidia de algunos mediocres divisionistas. Contra la A.H.S, se han enfilado muchas calumnias pero, la vida limpia de una juventud que construye el futuro con arte y compromiso revolucionario, resulta una fortaleza indestructible.

Cuando los “incas” (léase: in-ca-pa-ces) que han puesto zancadillas a los integrantes de la vanguardia artística juvenil, hayan ido a parar a su destino natural: el estercolero de la historia, y desaparecido de una escena pública que nunca mereció tal cuota de lodo, y quizás se hayan secado los mares del norte para facilitarles la huída hacia el “american way of live”, de la A.H.S y del Café Bonaparte habrá que hablar siempre con letras mayúsculas.

Los artistas de la A.H.S, del Café Bonaparte, al igual que los de la UNEAC, sólo piensan en engrandecer el ambiente literario en particular y el cultural en general, del medio en que desenvuelven su cotidiano accionar.

El Café Bonaparte cumplirá, 15, 20 y 50 años, y, entonces, alguien con y sin ironía, podrá lanzar la pregunta: “¿Dónde estarán aquellos divisionistas?”. El estercolero responderá: “Aquí. Aquí, donde siempre estuvieron”.

Fotografía:
Miembros del Café Bonaparte festejan aniversario de creado.


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